viernes, 20 de septiembre de 2024

Algún hilo invisible - Asalto 1 de 3

Lo cierto era que no creían en ningún dios ni en la magia del destino, pero no podían evitar pensar que en su relación, parecía haber una mano invisible tejiéndolos un camino que siempre se entrelazaba.

Manuel y Roberto se conocían del barrio. Vivían a apenas un par de calles y coincidían en el parque desde muy pequeños. Sus madres no se hicieron mejores amigas ni sus padres quedaban para ver el fútbol, pero ocasionalmente los dos pequeños coincidían en el columpio y la fascinación por el otro, aún sin tener casi consciencia de uno mismo, estaba ya presente.

No compartieron guardería ni escuela infantil, pero estuvieron en la misma clase durante toda la Primaria. Todavía entonces tampoco forjaron una amistad estrecha. Sentían, eso sí, un apego especial que, a su vez, trataban de evitar. No por nada en concreto, sino como resultado de una novedosa timidez que les llevaba a observarse y a dudar si debían dirigirse la palabra.

Luego en Secundaria, a Manuel le inscribieron en un Instituto Bilingue a las afueras. Perdieron el contacto durante el primer curso para descubrirse al siguiente verano haciendo el mismo campamento en Pirineos. Fue allí, lejos de su rutina, cuando empezaron a valorarse mutuamente, a ruborizarse con los halagos del otro y a reconocer que se caían especialmente bien. Intercambiaron números de teléfono y empezaron a invitarse mutuamente a las quedadas de sus respectivos grupos de amigos. Manuel procuraba no perderse ningún partido del equipo de baloncesto de Roberto y éste estaba siempre pendiente de las competiciones de ajedrez del otro.

Todo desde la más absoluta formalidad y evitando quedarse a solas porque no sabían poner en palabras lo que su corazón les gritaba cada noche.

 Continúa con el Asalto 2

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