Hacía tres años que sus padres habían fallecido en un accidente de tráfico y, quedando aún parte de la hipoteca por pagar, Gloria y David habían decidido reconvertir el despacho y el dormitorio de sus padres en sendas habitaciones para alquilarlas a estudiantes. Y así, ellos mismos se habían convertido prácticamente en dos desconocidos. Había incluso algún inquilino que no llegaba a saber del vínculo que les unía.
David comprendió cuál era el estado de su relación un 27 de Enero, una semana después del cumpleaños de su hermana: no la había felicitado, aún menos la había agasajado con un pequeño detalle ni la había animado a soplar las velas de una magdalena como pastel de celebración. Habían tenido siempre un trato muy cercano y, en la pérdida, se habían olvidado también el uno del otro. Lo cierto era que tampoco tenía claro cómo reconducir la situación. Se sentía muy avergonzado.
Gloria fue consciente del despiste de su hermano sobre su cumpleaños. Se cruzaron en el desayuno, a media mañana en el baño, en las escaleras justo después de comer y de nuevo en la cocina a la hora de la cena. Intercambiaron un par de palabras pero no llegó la felicitación. En verdad tampoco le importó. No le dio mayor relevancia. Ella misma había pasado por el día como si de cualquier otra jornada se tratara. Solo que la ausencia de sus padres cada vez le pesaba más en lugar de irse mitigando.
David se mantuvo tenso durante sus siguientes encuentros. Gloria se volvió aún más fría con él, y sucedió lo que prácticamente nunca había pasado entre ellos: llegaron las discusiones eternas y los gritos como única fórmula de comunicación.
Continúa con la parte 2
No hay comentarios:
Publicar un comentario