martes, 24 de septiembre de 2024

Algún hilo invisible - Asalto 2 de 3

Regresa al Asalto 1

Con el Bachillerato se distanciaron. Casi incluso que se olvidaron el uno del otro. Roberto obtuvo una beca deportiva en Estados Unidos y Manuel se volvió frío, comprendió su orientación sexual, ligoteó con algún que otro compañero, nada serio, y decidió no escribir a Roberto si este no lo hacía primero, entendia que tenía un nuevo mundo que explorar y él solo iba a molestarle.

El deportista triunfó al otro lado del Atlantico pero perdió el contacto de Manuel, literalmente.  Con el cambio de número, se le borraron varios contactos y el chico además no tenía redes sociales. Intentó por todos los medios localizarle pero no tuvo éxito. Acabó por regresar a España al terminar los dos cursos de la beca, alegando echar de menos a su familia y haberse dado cuenta de que no se quería dedicar profesionalmente al baloncesto. Para entonces la familia de Manuel acababa de mudarse y no logró dar con nadie que tuviera su contacto o las señas exactas más allá de que estarían en algún pueblo costero del norte.

El carácter de Roberto se volvió de pronto más arisco. Eligió los estudios universitarios a boleo y solo por contentar a sus padres. No sabía definir qué le pasaba y muchos a su alrededor simplemente entendían que era parte del desequilibrio hormonal propio de la edad. Él solo se sentía vacío. Perdido.

Se reencontraron por Navidad. Roberto pidió a su familia festejar el fin de año en la costa. Ellos, preocupados por la depresión en la que parecía estar entrando su hijo, accedieron. Y quiso la casualidad, o el destino, o esa mano invisibile que se empeñaba en juntarles, que la familia eligiera precisamente el pueblo en el que vivía Manuel.

Fue al tercer día de estar allí cuando Roberto se le encontró atendiendo la barra de un bar. Manuel le reconoció según cruzó la puerta. Pasaron la noche hablando e intercambiaron contactos de nuevo. Se pusieron al día y tontearon pero sin llegar a confesarse sus sentimientos.

Pasaron a escribirse frecuentemente e incluso a llamarse un par de veces por semana. Roberto retomó el baloncesto; y Manuel, el ajedrez. Se visitaban en cuanto les surgía la minima oportunidad y acabar por reconocerse que no querían ser solo amigos, que el aprecio era admiración y que querían apoyarse el uno al otro en las alegrías y las penas.

Intentaron fervientemente mantener una relación a distancia pero no supieron hacerlo; fracasaron en mantener una comunicación afectiva donde los miedos, las dudas y las mentiras fueron ganándole terreno a su afecto. Pronto llegaron las discusiones y todo acabó en un profundo odio.

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