De haber podido ver su cara, estaba convencida de que sonreiría satisfecho de que por fin le hubieran descubierto. Ella, en cambio, temblaba. Observó cómo lentamente la sombra se desplazaba hasta situarse a un escaso metro suyo. Se apoyó en la pared y dejó que su espalda la deslizara hasta el suelo. No era que sintiera miedo.
Sospechaba cuál era la identidad del fantasma. Desde que se había mudado sentía un olor particular merodeando la casa. No recordaba haberlo sentido la primera vez que visitó la casa. En cualquier caso, le agradaba y le recordaba a él. La primera noche durmiendo allí, le había escrito un largo mensaje diciéndole básicamente que le echaba mucho de menos y le apetecía quedar un día.
La sombra se sentó a su lado, en silencio. ¿Podría acaso comunicarse con ella verbalmente? ¿Por qué había aparecido en su casa? ¿Significaba eso que…? Lo cierto era que aquellos días lo había sentido más cerca que nunca. Mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla, vio cómo la sombra extendía su brazo. Fue muy sutil pero muy cálido, una caricia suave que, de alguna manera, la insuflaba energía. Permanecieron así por más de media hora. Entonces sonó el teléfono y le dieron una noticia de la que en realidad solo le faltaban los detalles: su coche llevaba una semana desaparecido y lo acababan de encontrar en un terreno escarpado de alta montaña. Su cuerpo aún no lo habían encontrado y no había muchas esperanzas de hacerlo.
La sombra permaneció con ella un tiempo, la ayudaba con ciertas tareas de casa y, sobre todo, la abrazaba cada noche. Solo cuando ella, retomó la capacidad de controlar su rutina, fue tomando distancia. Aparecía cuando estaba triste y la observaba orgulloso desde las esquinas cuando la sabía feliz. Nunca dejaron de tenerse presente.
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