lunes, 23 de junio de 2025

En mitad de la noche - 1/2

Mientras que todas sus compañeras se peleaban por tener aquel día libre, ni que fuera la tarde, Bibi incluso prefería hacer horas extra. Por megafonía se intercalaban versiones modernas de los villancicos de siempre con algunas voces que anunciaban la supuesta última oportunidad para disfrutar de tal o cual oferta.

Apurando los últimos minutos antes del cierre, algunos clientas corrían de aquí para allá entre los pasillos llenando el carro como si el establecimiento no fuera a abrir nunca más, mientras que otros se recreaban en las etiquetas de vinos y espumosos. Si no fuera por la fría mirada del guardia de seguridad que vigila casi con más atención sus propios movimientos que los de los clientes, Bibi se hubiese entretenido con ellos conversando sobre el tiempo tan primaveral de aquellos días de invierno, o las tradiciones en sus respectivas familias para aquella velada en función de los productos que se llevaban.

La encargada nunca la había preguntado pero estaba segura de que, allí donde se la veía siempre tan correcta, debía haber sido una joven revolucionaria no hace tanto tiempo cuyos padres habían echado de casa y no la había quedado otra que aprender la lección. Aunque no les conociera ni tuviera la certeza de que así hubiera sido, admiraba a sus progenitores por haber tenido la mano firme que ella no lograba mostrar en su casa y, como si de su propia misión se tratara, tomaba el testigo de los padres y machacaba con mano dura a una Bibi que no daba ni un solo problema y bien podría decir que la tenía manía, pero que asumía estoicamente cada petición de su encargada.

Para cuando el supermercado cerró sus puertas, Bibi había conseguido esquivar al de seguridad y a la encargada y esconderse en el baño. Las cámaras de vigilancia tampoco eran un problema para ella. Mientras que había compañerosque  creían que tenía alguna enfermedad que la llevaba a una timidez extrema o incluso simplemente que tenía algún problema con la voz, otros pensaban que era extranjera y no dominaba bien el idioma. Tampoco era que ninguna hubiese mostrado el mínimo interés en conocerla. En cualquier caso Bibi hubiera rechazado todo intento por su parte en establecer siquiera una relación profesional. Lo cierto era que tenía sus propios objetivos profesionales.

Salió del baño sin preocuparse por las luces automáticas. Caminó al pasillo de los turrones y los polvorones; le gustaba que la primera impresión que se llevaran sus compatriotas estuviera relacionada con la tradición del momento, por facilitarles la adaptación.

Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y, con un par de movimientos que bien podría haberse dicho que eran parte de una sesión de yoga, se materializó delante de ella un velo semitransparente a través del cual comenzaron a aparecer pequeños seres con extremidades de piedra y cuerpo aterciopelado. De forma ordenada y en silencio fueron formando una fila hasta alcanzar la treintena. Entonces Bibi golpeó un par de veces el suelo con los nudillos y con varios gestos más el portal se volatilizó en el aire.

A continuación, cada criatura fue abrazando a la joven cajera y transformándose instantáneamente en un humano adulto. Cada uno diferente, hombres y mujeres, unos más altos, otros más rechonchos, rubios, de pial más morena,... Todos ellos con vestuario propio para la temperatura exterior. Lo más impactante era el cambio de su mirada: allá donde antes había tristeza y duda, e incluso una sombra de terror, aparecía la curiosidad y la esperanza. Pese a que no les agradara la transfiguración, era por una buena causa.

Completada la transformación de todas las criaturas, Bibi les llevó por el supermercado hasta el almacen. Les hizo montarse en la parte trasera de un camión y se subió ella misma como conductora.

Próximamente segunda parte

jueves, 19 de junio de 2025

El diluvio universal

Llovió tanto aquella noche que muchas personas entendieron que se estaba repitiendo el Gran Diluvio y había un navío en algún punto cercano embarcando a una pareja de cada especie para salvaguardar su futuro. Un barco o quizás, actualizándose, una nave espacial. Y quizá tampoco una pareja de cada especie. Es más, probablemente hubiera varias naves.

La mayoría estarían fletadas por los magnates de la ciudad, unas naves que no pensaban que llegarían a utilizarla nunca pero que, en teniendo el dinero, pues ¿cómo no iban a tener ellos una de esas navecitas?. Éstas contarían con piscina, sala de cine, minigolf y zona de photocall. El aforo estaría limitado a seis personas, no fuera a ser que se invadieran los unos a los otros el espacio privado. Habría hueco, eso sí, para tres criados, pero solo para ellos, no para sus familias. Encima que les estaban salvando el culo como para que además se encargaran de su propia prole. Y un guardia de seguridad para verificar que efectivamente no entraba ningún indeseado.

Luego habría una única nave dispuesta por parte de alguna universidad. Con la mitad de espacio y algunas áreas a medio terminar porque los presupuestos generales aún no se habrían aprobado y de la cuantía del año anterior, aunque se hubiera llegado a transferir el dinero, habría una parte que habría desaparecido. De pronto no estaría y las cuentas no encjararían. Pero no pasaría nada, no habría consecuencias ni investigaciones. Al mando estaría un grupo de estudiantes sobrecualificados pero sin experiencia laboral que se esforzaría sin descanso, superando en mejor o peor medida cada crisis. Sobrepasarían, con un porcentaje relativamente alto, la capacidad máxima de cuerpos permitida en la nave, pero ¿cómo iban a dejar a nadie en tierra sabiendo el trágico final y continuar sus días como si nada?. No podían. Ni se lo llegarían a plantear.

Llovió tanto aquella noche, que para cuando dejó de hacerlo y salió el sol, aunque era evidente que aún no había llegado el fin del mundo, hubo quienes se organizaron para tratar de acabar con según qué situaciones. Aún sabiendo que era una batalla perdida.

domingo, 15 de junio de 2025

Casi

Apareció en el bar pasada la medianoche, cuando ya no se habían ido así todos y empezábamos a recoger. Un tiempo después me confesó que en realidad había llegado casi dos horas antes de lo previsto, se había tomado un café de un trago y, nerviosa, se había marchado. Por lo visto estuvo dande vueltas por el barrio bajo la lluvia hasta que finalmente se había atrevido a regresar. Honestamente, no pensaba que vendría porque la conocía. A ella y a su profunda timidez. Yo también le contaría que, al verla entrar, me froté los ojos convencido de que no estaba allí sino que era una ilusión fruto de las ganas de que se presentara.

Nos quedamos en un rincón alejado de la barra y de las miradas indiscretas de Kike y mi primo Diego. Me susurró un feliz cumpleaños que llegó a mis oídos casi como un pasteloso “te quiero y me gustaría pasar el resto de mi vida contigo”. No recuerdo si le di las gracias o me quedé embobado en sus ojos rasgados.

Me entregó una cajita de madera poco más grande que una cajetilla de tabaco. Tenía varios grabados tallados por su propio puño. Sé que me habló del porqué de aquel obsequio, una de estas historias, tiernas, llenas de superación. Juro que la escuché interesado pero entre lo acelerado que iba mi corazón y que no podía apartar la vista de sus labios, sentía que me hablaba en su idioma natal o incluso que sin hacerlo, nuestros sentidos se seguían comunicando.

De esto también hablaríamos en varias ocasiones más: ese verano de excursiones eternas y escapadas nocturnas a la playa, cuando nos reencontramos un par de años después en Escocia, cuando vino a verme a aquel pueblecito perdido en la montaña, cuando yo fui a su aldea natal, y ni una sola vez fuimos capaces de hablar de verdad.

Nos seguimos la pista por redes sociales e incluso intercambiamos a veces mensajes y postales, pero siempre hubo una cuerda invisible que el tiempo acabó por deshilachar y que ya no pudimos volver a enlazar.

miércoles, 11 de junio de 2025

Lejos

Está el abuelo junto al carrito del niño y la abuela unos metros más allá dándoles la espalda.

Día de entresemana. Laborable. Ni demasiado temprano como para que el sol solo pueda intuirse en el horizonte; ni tampoco tan avanzado el reloj como para que el astro mayor haya agotado su recorrido sobre la bóveda celeste.

El hombre mayor se encuentra sentado en un banco a la sombra mirando su móvil en horizontal. El niño, que bien podría ser una niña porque nada evidencia ni lo uno ni lo otro, está recostado en el carrito con los ojos bien abiertos y sin emitir sonido alguno. La mujer mayor está de pie hablando por teléfono, tratando de susurrar pero incapaz de hacerlo, con la vista puesta más allá de los árboles del parque y de la ciudad.

El cielo azul y una agradable temperatura primaveral. Sin viento, ni siquiera una suave brisa.

El abuelo preferiría que su incipiente pérdida de agudeza auditiva pudiera ser selectiva; o que tuviera ya unos audífonos para ampliar o apagar el mundo a su antojo. El niño, es bien chiquitito y aún ni siquiera es capaz de emitir ningún sonido. La abuela continúa al teléfono y hace como que escucha mientras piensa en bañarse en un río de agua fría. Congelada.

Hay en el parque algunos viandantes y otros que pasan corriendo. Nadie les prestará atención, ¿por qué iban a hacerlo? No están regalando nada; ni siquiera una hermosa imagen familiar.

El abuelo está viendo una serie japonesa en una de las muchas plataformas de pago de video bajo demanda. Le ha puesto subtítulos en castellano que pasan demasiado rápido y no se está enterando de nada, pero no levanta la mirada ni un solo segundo de la pantalla. El niño tampoco puede todavía distinguir objetos con claridad, pero sus ojos sí que son capaces de hacer el seguimiento de la paloma que se ha posado entre el banco y la farola. La abuela ha colgado la llamada hace más de un minuto pero aún no se ha movido, casi que ni ha parpadeado.

Se aprecian algunas flores en el césped, pero aún les quedan unas semanas para mostrarse en todo su esplendor. La hierba, en cambio, crece salvaje.

La abuela y el abuelo hacen una pareja que lleva más de cuarenta años de casados. Ella le toca el hombro y él se levanta, aún con los ojos sobre los subtítulos y los dientes bien apretados. Ella parece que va a llorar pero ya no le quedan lágrimas. El niño, que aún es muy chiquito, crecerá fuerte y sano, piensan ambos.

Todavía quedan algunos charcos capaces de embarrar a los perros más juguetones. Hay otros que ya están secos pero dejan profundos socavones.

La abuela y el abuelo se van del parque con paso firme y el corazón encogido. El niño no recordará esa primavera, ni a ese matrimonio que fueron sus abuelos, solo sabrá que su vida iba a ser otra y que no es conveniente que sepa más. Ni lo hará.

sábado, 7 de junio de 2025

La comitiva

Es un hombre como podía haber sido una mujer; pero en este caso se trata de un cuerpo del género masculino; pasados los cuarenta pero no tan cerca de alcanzar el siguiente cambio de década. Viste con una camisa azul clara y vaqueros. Lleva una chaqueta verde de traje desabrochada porque le queda un poco apretada. Deportivas y gafas de sol. De marca pero discretas. Camina рог el parque sosteniendo una correa de perro. Con un chucho al otro extremo; aunque más bien es éste el que pasea al humano. Y más que chucho, perrazo, de gesto serio, concentrado en su tarea y mostrando los dientes cada nueve pasos.

Es una tarde soleada de primavera у la temperatura es agradable. El perro de pronto se adentra en el césped como que sigue dirigente por el centro del camino de tierra. No se detiene y mantiene el ritmo constante, con la mirada al frente. Se muestra calmado, sin emitir ni un balbuceo. Mantiene la correa en una débil y estudiada tensión para que su humano no se detenga. No le dedica ni la mínima atención a otros viandantes ni demás seres vivos. Su dueño no es que esté embobado, es que le ignora mientras va enfrascado en su conversación. Habla for teléfono a través de unos auriculares con cable.

Podría pensarse que el varón es ciego, pero nada más lejos de la realidad: su vista se conserva perfectamente, solo una ligera miopía que revisa con regularidad. Su aparato fonador tambien funciona perfectamente; no es que vaya chillándole a los auriculares pero su voz profunda se escucha a varios metros de distancia. No queda muy claro quien es su interlocutor, no menciona ningún nombre ni establece una relación familiar, pero el tema de conversación es la cita médica de una madre. No se sabe de qué madre concretamente porque hay muchas madres esparcidas por el mundo y él no especifica.

Ampliando el campo de visión y a distancias intermitentes pero claramente vinculadas al perrito y su paseador, se aprecian cuatro palomas caminando con la misma determinación que la mascota. Serias. Firmes en su seguimiento. A veces más lentas, acelerando o atrachando por mitad del medio para mantenerse lo suficientemente cerca. Sin llegar a alzar el vuelo.

El hombre no parece estar de acuerdo con su interlocutor y emite profundas aseveraciones, pero no modifica su tono, ni se vuelve violento ni realiza aspavientos. Habla y camina sin llegar
a ser un autómata ni cuestionarse las inflexiones de su voz o los movimientos de sus pies.

Abriendo un poco más la panorámica tambien se observa a un grupe de gorriones volando de árbol en arbol en torno al can. Intercalan el salto entre ramas y la extension de sus alas en el aire. No es tan fácil determinar la cantidad exacta de aves realizando el seguimiento. Algunas se confunden entre las hojas de las capas más altas y mezclándose entre las cotorras.

La conversación se prolonga por más de media hora; no se vuelve densa, si acaso reiterativa, resulta evidente la necesidad de llegar a una conclusión.

Perro y pajaros se mantienen firmes en su tarea sin mostrar el mínimo cansancio ni dejarse llevar por la interacción de otros mamíferos.

No ha habido una despedida formal ni tampoco un corte de la señal, pero ahora el hombre ha dejado de hablar y se quita los auriculares. Sin más. El grupo de gorriones baja a tierra firme y las palomas se dispersan en el aire. Como si fueran solo simples aves. El perro se vuelve juguetón y brinca persiguiendo a las primeras mariposas de la primavera. Como si fuera nada más que una mascota. El hombre camina por el parque. Casi podría decirse que es nada más que un humano inocente más.

martes, 3 de junio de 2025

Ficción: acción y efecto de fingir

Era uno de esos días de primavera que tan pronto te cae un aguacero como que te sale un sol espléndido; uno de esos que comienza con caras amargas y acaban con agujetas en los mofletes de tanto reír; uno de los que parecen no acabar nunca y las horas después se aceleran.

Era un parque de cerezos en flor y árboles frutales aún mostrando solo su esqueleto; uno inmenso en medio de una ciudad aún más grande; tan hermoso como la polución le permite oxigenarse; uno conocido más allá de las fronteras.

Era ese al que las masas coreaban y de quien apenas se sabía nada y todo a la vez; uno que creció sobre un plató de televisión y jamás conoció un hogar; aquel siempre rodeado de gente que solo podía dormir tras beber un par de botellas de alcohol.

Era una escena más, una de tantas que se había preparado, la octava del día, la que abriría la película, una sencilla que no les llevaría más que un par de tomas; era su rutina, su sueldo y su identidad.

Echó a correr. Sin previo aviso y en mitad de una frase. Corrió más allá del set. Saltó y cayó. Se levantó y siguió corriendo, realmente incapaz de escuchar las voces que trataban de llamar su atención. Siguió más allá del parque y del atardecer. Con la visión borrosa y los puños apretados.

Se pudo arrepentir de muchas decisiones. Menos de aquella. Para cuando volvió a aparecer en la ciudad, ya nadie recordaba su nombre ni su historia.