Regresa a la parte 1
Atravesaron el centro de la ciudad con el tráfico prácticamente inexistente. Aparcó a las afueras. Las criaturas, ahora humanizadas, bajaron del camión con aún más curiosidad que antes. Bibi, que hasta entonces, había permanecido seria, concentrada en la precisión de sus maniobras, comenzó a hablarles con alegría y ellos se sumaron al intercambio verbal con el mayor de los júbilos. Cualquiera podría haber dicho que se trataba de una panda de amigos dispuestos a pasar juntos aquella última noche del año.
Caminaron hasta un descampado y continuaron más allá donde la naturaleza comenzaba a hacerse algo más densa. Guiados exclusivamente por la luz de una luna que llevaba varios días decreciendo, también había quien les habría considerado parte de una secta.
Cuando volvió a quedarse sola en medio del bosque, sonrió satisfecha y caminó de vuelta hasta el camión. Probablemente nunca volvería a cruzarse con ninguno de ellos, pero sabía que les había cambiado la vida y para bien.
Condujo hasta el supermercado y después se dirigió a pie hasta su casita. Sus vecinos podrían haber dicho que la joven volvía de una noche alocada de fiesta propia de su juventud pese a la ausencia de ojeras que así lo evidenciaran. Nada que ver con que estuviera pluriempleada para distintos mundos. Vivía en una buhardilla sin amueblar con una terraza lo suficientemente amplia para que entrara una jardinera de un metro cúbico. Bibi se desnudó por completo y accedió al macetero de tierra seca. Se hizo un ovillo y cerró los ojos.
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