Está el abuelo junto al carrito del niño y la abuela unos metros más allá dándoles la espalda.
Día de entresemana. Laborable. Ni demasiado temprano como para que el sol solo pueda intuirse en el horizonte; ni tampoco tan avanzado el reloj como para que el astro mayor haya agotado su recorrido sobre la bóveda celeste.
El hombre mayor se encuentra sentado en un banco a la sombra mirando su móvil en horizontal. El niño, que bien podría ser una niña porque nada evidencia ni lo uno ni lo otro, está recostado en el carrito con los ojos bien abiertos y sin emitir sonido alguno. La mujer mayor está de pie hablando por teléfono, tratando de susurrar pero incapaz de hacerlo, con la vista puesta más allá de los árboles del parque y de la ciudad.
El cielo azul y una agradable temperatura primaveral. Sin viento, ni siquiera una suave brisa.
El abuelo preferiría que su incipiente pérdida de agudeza auditiva pudiera ser selectiva; o que tuviera ya unos audífonos para ampliar o apagar el mundo a su antojo. El niño, es bien chiquitito y aún ni siquiera es capaz de emitir ningún sonido. La abuela continúa al teléfono y hace como que escucha mientras piensa en bañarse en un río de agua fría. Congelada.
Hay en el parque algunos viandantes y otros que pasan corriendo. Nadie les prestará atención, ¿por qué iban a hacerlo? No están regalando nada; ni siquiera una hermosa imagen familiar.
El abuelo está viendo una serie japonesa en una de las muchas plataformas de pago de video bajo demanda. Le ha puesto subtítulos en castellano que pasan demasiado rápido y no se está enterando de nada, pero no levanta la mirada ni un solo segundo de la pantalla. El niño tampoco puede todavía distinguir objetos con claridad, pero sus ojos sí que son capaces de hacer el seguimiento de la paloma que se ha posado entre el banco y la farola. La abuela ha colgado la llamada hace más de un minuto pero aún no se ha movido, casi que ni ha parpadeado.
Se aprecian algunas flores en el césped, pero aún les quedan unas semanas para mostrarse en todo su esplendor. La hierba, en cambio, crece salvaje.
Todavía quedan algunos charcos capaces de embarrar a los perros más juguetones. Hay otros que ya están secos pero dejan profundos socavones.
La abuela y el abuelo se van del parque con paso firme y el corazón encogido. El niño no recordará esa primavera, ni a ese matrimonio que fueron sus abuelos, solo sabrá que su vida iba a ser otra y que no es conveniente que sepa más. Ni lo hará.
Brava y sensible Sara
ResponderEliminar