domingo, 31 de mayo de 2020

Corre: crónica del viaje a Nottingham

Foto de Lenka
Último fin de semana de Noviembre. Sábado 3 a.m. Los ojos de Ale, Lenka, Sabine y Ádám como platos. No estamos en ninguna fiesta. Vamos a la estación de autobuses. No, tampoco vamos a ninguna fiesta. Se llama hacer turismo y tratar de aprovechar al máximo el tiempo. Dos horas más tarde, Londres nos recibe en una niebla densa y con los coches blancos por el frío. Una horita de descanso y otras cuatro más nos llevan al centro de Nottingham. En esta ocasión nuestro hostal es mucho mejor que en la anterior ocasión aunque nos cuesta encontrarlo. 

Se trata de una ciudad que cuenta con más de cuatrocientas cuevas artificiales que han servido a lo largo de los siglos para diferentes propósitos, desde refugio durante la Segunda Guerra Mundial hasta destilería. Nuestra primera parada pasa por el recorrido de seis de ellas. El frío sigue siendo intenso pero allí abajo se está mucho mejor. A continuación nos dirigimos a uno de los pubs que se dice es el más antiguo de Inglaterra y también está excavado en la piedra caliza: Ye olde trip to Jerusalem.

Por la tarde vamos hacia Wollaton Hall, una casa gigante en medio de una bonita colina y en la que se encuentran ciervos. Sin embargo, la noche se nos echa encima rápidamente y la niebla persiste, de manera que tras un largo paseo no nos queda más remedio que volvernos ateridos de frío y sin haber visto nada.

La mañana del domingo nos la tomamos con calma. Hacia las diez nos dirigimos a la estación central de autobuses desde donde partimos al bosque de Sherwood (de nuevo nos toca un autobusero muy paciente y amable). El camino es bonito pero aún más lo que nos espera allí. Se trata de la cuna de la leyenda de Robin Hood. El otoño y la luz del sol se cuelan entre las ramas. Hace frío, pero merece la pena, vaya que sí. Aún siendo un claro destino turístico en cuanto te pones a andar sólo se escucha la naturaleza.

El principal árbol en el que el héroe medieval escondía los botines se encuentra altamente protegido y atrapado por la sociedad contemporánea, pues sus ramas son sostenidas de forma artificial para que se mantenga el icono. Impresiona su magnitud pero choca por todo lo demás. Hay unos bancos de madera a los que llegan los primeros rayos del atardecer (a las dos de la tarde...). Nos sentamos a comer unos espaguetis terriblemente mal cocinados sin parar de dar botes para que no se congelen los pies.

Ya de regreso a la ciudad visitamos el mercado de Navidad y volvemos al hostal a recoger nuestras cosas. La charla con otros viajeros se extiende en demasía y nos toca correr hacia el autobús. Y sorpresa, sorpresa, está lleno y el segundo va con casi una hora de retraso, el tiempo justo que íbamos a tener en Londres para hacer el trasbordo. Nos aseguran que vamos a llegar a tiempo pero la espera se hace eterna, y cuando por fin aparece tarda todavía otros veinte minutos en salir.

Tratamos en cierta manera de descansar durante las casi cuatro horas sentados, pero la hora de nuestro segundo autobús se acerca y aún nos quedan varios kilómetros para llegar a Victoria Station. El autobús se detiene. Un minuto para la salida del que va a Bournemouth. Corre. Acaba de cerrar la puerta pero se compadece de nosotros. Son más de las dos de la mañana cuando nos acostamos, tan cansados como si hubiéramos estado de fiesta pero con otra clase de experiencias.

martes, 26 de mayo de 2020

Siglo XXI

Parecía tener el supermercado en su habitación. En cuatro meses de convivencia jamás salió a comprar y cada día bajaba con alimentos. El caso es que tenía la puerta abierta y no se veía ningún bulto de más. Tampoco recibía ningún envío, de manera que la justificación ya solo pasaba por que hiciera aparecer la comida por arte de magia, que chasqueara los dedos y ante sus ojos se presentara cuanto deseaba. ¡Qué jeta!, sin pagar ni mover el culo; claro, que lo mismo resultaba un esfuerzo mental muy importante para lo que no todos estaban preparados... un momento, igualmente seguía siendo inmoral y no parecía ir con su estilo de vida. ¿Y si se teletransportara? Tendría que pagar pero no querría que nadie la viera utilizando sus poderes, porque claro, ya la tenemos por una persona rarita y sería añadirle más leña al fuego. Espera, ¿magia en pleno siglo XXI? Se le estaba yendo la chaveta con tanta Play.

¡Oh, ya está! Un amante. Venía por la noches cuando todos dormían, trepaba hasta el primer piso y  le hacía la entrega de la compra como si del más preciado regalo se tratara. ¡Misterio resuelto, a seguir con la Play!

viernes, 22 de mayo de 2020

Un paseo con los romanos

La ciudad elegida para el viaje conjunto en Noviembre fue Bath. Cogimos por primera vez el tren en una de las pocas mañanas con niebla.

Los ecos de la Navidad estaban presentes en todas las calles aunque por una semana de adelanto no pudimos ver el mercadillo, de manera que nos dirigimos a la abadía, en obras, por supuesto. Del interior destacaría los ángeles, la bóveda central y las vidrieras, aunque el mayor impacto quizá provenga de la arquitectura global desde el exterior.

En la misma plaza se encuentra el edificio más relevante de la ciudad que corresponde al conjunto de las termas romanas. Aunque masificado, se pueden pasar varias horas disfrutando del entorno que sirvió primero como santuario celta y fue transformado en complejo lúdico con la invasión romana. Aunque no se puede acceder al agua, la propicia conservación y las explicaciones de la audio guía permiten un acercamiento a la época en que aquellos baños cumplían su finalidad.

Por la tarde una visita rápida al puente Pulteney, uno de los pocos en el mundo que además de servir para atravesar el río, contiene varias tiendas. También pasamos un rato en el Victoria Art Gallery, un museo con interesantes colecciones de arte. Nos quedaron cosas por descubrir, como en todos lados.

Mientras, en Bournemouth seguía la apacible vida destruida de lunes a viernes de seis de la mañana a seis de la tarde gracias a la construcción de un edificio frente a nuestra casa. Las paredes de nuestras habitaciones parecían de papel y el aislamiento de las ventanas más bien nulo, así que servían de despertador, a lo que se le sumó que cortaran la calle para meter tubos y trabajaran también de noche. Muy gracioso el que colocó un acento sobre la señal de diversion (en inglés significa desvío pero en castellano ya puedo asegurar que no hacía ni pizca de gracia).

Para entonces podemos decir con orgullo que vivimos en la declarada ciudad costera más bonita de todo el país.

lunes, 18 de mayo de 2020

Precipitaciones

Huele a lluvia. En primavera, verano, otoño e invierno. Abro la ventana e inspiro lentamente dejando que cada alvéolo sea ocupado por el oxígeno. Cuando nos conocimos hacía frío aunque no era la época para ello. Me encandilaron tus ojos de la misma manera que lo hicieron mis labios contigo. Las estaciones pasarían pero tú y yo apenas nos daríamos cuenta porque nuestras caricias no se veían afectadas.

Huele a lluvia. Aquí, en Madrid, en Barcelona y en cualquier otro lugar del mundo. Abro la ventana y saco mi mano izquierda dejando que cada célula de mi piel registre la presencia de esas gotas. No sé dónde te dije por primera vez `Te quiero`. Me habías llevado a tantos lugares que me dejaban sin palabras, que no me atrevería a decir el punto exacto. Odiábamos las cursiladas, las declaraciones románticas y demás verborrea azucarada. Hablábamos, hablábamos mucho de nuestras emociones pero aquellas dos palabras eran dar un salto más allá de las ciudades.

Huele a lluvia. Sean las tres de la mañana o las cinco de la tarde, el reloj del universo corre sin tener en cuenta el estado del cielo. Abro la ventana y observo los charcos alimentarse. Recuerdo nuestro último beso en aquel amanecer eterno. El sol apenas se ocultaba un par de horas al día y habíamos perdido la noción del tiempo. En todos esos momentos, como con la lluvia, solo existía la sensación de comodidad que no ha de acabarse nunca.

Huele a lluvia. Tú ya no estás aquí. No tengo fecha, hora ni lugar porque ese aroma solo me transporta a ti. Abro la ventana. No hay nada que mirar, nada que sentir. Ya no hay recuerdos que pueda rellenar.

jueves, 14 de mayo de 2020

Cada día

Horas rotas,
mutiladas
por aquello que no elegimos
pero alimentamos.

Vértigo
de cada mañana,
esperanza
de cada noche,
y en medio
estrellas,
duelo,
sueños.
Miedo.

Silencio.
Minutos de silencio,
Historias con final temprano,
historias robadas,
asesinadas.

Ecos lejanos
de vida presente.
Realidad.
Voces cercanas
de vidas futuras.
Nueva realidad.
Ficción.
Silencio.

Valentía.
Sacrificios
con nombre propio
y paga impropia.
Alas de ángel,
alas en el cielo.
Ellos.

Otras distancias
sacuden abrazos postergados.
Cuerpos
que han aprendido
a acariciar sin tocar.

Silencio.
Mañana es...
Silencio.
Solo hoy...
hoy.
Silencio.

domingo, 10 de mayo de 2020

Salidas

Dejaron que el silencio les cercara. Él abrió la puerta y ella observó su desplazamiento. Llegó hasta el tope final. Ahora debía cerrarse sola. Sabía que se iba a cerrar sola. Era la ley. La vio deslizarse lentamente sabiendo que daría un fuerte golpe final y que después la costaría más abrirla. Pero su cuerpo no reaccionó y se dio cuenta de ello y de que podía evitarlo, pero simplemente tomó la decisión de no hacerlo.

Tras el portazo se acercó a la ventana y le vio alejarse. Se había ido. ¿Se había ido? ¡Se había ido! Abrió la ventana y supo que en realidad no necesitaba utilizar aquella puerta, que había otras salidas.

jueves, 7 de mayo de 2020

Tres viajes en siete días

Finales de Octubre. Visto lo visto, la mejor semana de todo el voluntariado. Han volado dos meses y nos preguntamos qué deben sentir aquellos que realizan el voluntariado con esa corta duración. Nos parece imposible tener que frenar cuando aún hay tantas experiencias por vivir... o debería haberlas.

De lunes a miércoles participé en un residencial con varios jóvenes de nuestros talleres. Se trataba de una formación para nuevos mentores. Se trata de la figura de un joven al que los demás puedan hablar en confianza de sus problemas y éstos tengan herramientas para pedir ayuda a los adultos y dejar la conversación en un diálogo entre amigos.

Aunque llevábamos varias semanas organizándolo, no cumplimos casi nada del planning. La coordinadora de los talleres nos condujo hasta el bosque donde tendría lugar el residencial, un espacio de película a menos de una hora de nuestra ciudad. Los alojamientos eran de madera y todo alrededor verde, con un lago e incluso hoguera para los malvaviscos.

Mi tarea consistía en tomar todas las fotografías posibles y grabar unas escenas que los jóvenes mismos redactarían en tiempo record sobre bullying y la labor del mentor. Y ha llegado el momento de hablar de Aalto. Ella es una chica finlandesa estudiante en la universidad de Bournemouth de trabajo social, y que empezó a la vez que nosotros con sus primeras prácticas. Aparte de todo lo que me ayudó durante las sesiones y en la preparación de aquellos primeros videos, mi admiración la tiene por su dedicación y cariño con los jóvenes, cómo disfruta con ellos y les hace reír en todo momento, más allá de su labor de fomentar su bienestar. Me siento muy afortunada de haber compartido y aprendido aquellos meses con ella. No hace falta decir que llegará a donde quiera porque es algo que ya hace. Es sobre hacer los sueños realidad. Personas así son las que te hacen valorar tu propio camino. Gracias.

He ido pocas veces de campamento, pero lo que disfruté de esta experiencia es mucho más de lo que podía haber imaginado. Fue idílico pese a lo cansado. Sé que de ahí saldrá un texto especial.

El miércoles volvimos a casa por la tarde y el jueves por la mañana me marché a Dover con Ádám. Probablemente no te suene el lugar, como a la mayoría de las personas a las que le se lo mencione. Fue capricho, la necesidad de seguir viajando y que recientemente había leído un libro que trascurría allí y se me antojo ir. Íbamos con miedo a haber desperdiciado tiempo y dinero en un lugar que quizá no mereciera la pena... y jamás podré arrepentirme de aquella decisión y de aquel fin de semana.

El viaje fue largo. Y con largo me refiero a siete horitas de autobús con una única parada en Londres. Señalar que es una de las ciudades que conecta por ferry con Calais (Francia) y que son emblemáticos sus acantilados blancos.

Del hostal en el que nos alojamos también saldrá otra película, pero creo que no debería hablar de aquella experiencia más allá de que me recordaba a la película Malos tiempos en el Royale (Bad times at the Royale, Drew Goddard, 2018).

El viernes estuvimos visitando unas fortalezas que sirvieron como defensa de la invasión napoleónica. El lugar, sigo con las películas, me recordaba a El corredor del laberinto (The maze runner, Wes Ball, 2014) y el silencio sobrecogedor nos llevaba a pensar en las personas que murieron allí. También llovió y subimos escaleras, muchas escaleras. Pero la vista de toda la bahía merecía la pena. Por la tarde vimos también el museo de la ciudad y luego fuimos a un faro. Fue un paseo muy largo pero precioso. A la vuelta también llovió, y nos calamos, y nos perdimos, y nos llenamos de fango (por supuesto), fue todo tan intenso que creo que podría incluso haberlo disfrutado más. En esa ciudad se quedaron muchos recuerdos.

El sábado nos acercamos a Canterbury y me convertí en hermana de Ádám. Lo de los autobuses en Inglaterra es un tema que no entenderé nunca. Cuando pedimos los billetes nos cobró el abono familiar, no es la primera ni la última vez que nos pasará, pero es un tanto a nuestro favor. ¡Ah, continuamos con la tradición de correr para no perder el bus!

Me decepcionó ligeramente. Supongo que porque tampoco acompañó el tiempo. La catedral estaba en obras (como prácticamente todos), y aunque había cosas interesantes en el interior (como la biblioteca con libros antiquísimos), mi vista seguía cautivada por la de Salisbury. Por la tarde intentamos ver una torre pero por culpa del viento y la lluvia estaba cerrado (el guardia nos dijo que no recordaba un día tan malo en años), vagabundeamos por la ciudad y volvimos a Dover. Esa noche, 2 de Noviembre, Irene se había casado y nuestros 1500 metros se estrenaban en la Sala La Usina. Habían sido días muy difíciles y las palabras no me salían, pero me subí a la azotea y todo brotó. Los recuerdos estarán ligados para siempre. Hubo fango y mucha felicidad.

Encaramos el domingo con calma y cierto cansancio, pero fue el día que mejor tiempo tuvimos. Nos acercamos hasta el castillo. Pasamos seis horas y aun así no nos dio tiempo a verlo todo. Pensábamos que la entrada era cara pero mereció la pena, vaya que sí. Había mucha información y mucha recreación. La puesta de sol desde allí fue espectacular aunque puede que no tan especial como mi mente lo recuerda. Supongo que parte de la magia de aquel viaje.

Regresamos a Bournemouth a las dos de la mañana. Sé que a veces me pongo muy intensa, demasiado; no lo puedo evitar cuando fue un tiempo feliz por mucho que me suene a cursilada. No hace falta pensar, está ahí.

viernes, 1 de mayo de 2020

La batalla

Mar de fondo, pájaros que no abandonan su trinar, el viento frío en la cara... y la aspiradora. Abro los ojos y subo el volumen de la tablet como si con ello me sintiera más cerca del mar. Saco un poco más la cabeza por la ventana y observo al vecino salir al patio con el móvil. Nunca habla con nadie, ni siquiera con sus propios familiares cuando se encuentran en el jardín, como mucho un par de gruñidos que lo mismo valen como afirmación que como negación. Enciende un cigarrillo y se sienta.

Entonces mi mirada se posa más cerca de mi habitación. Sobre el poyete exterior de la ventana una abeja lucha por salir de la tela de araña en la que se ha quedado atrapada. Llevo viendo la red varias semanas, incrementado su longitud pero sin vislumbrar nunca a su dueña. No me alcanza la mano para quitarla y decidí que, como no me molestaba, no tenía porqué hacerla desaparecer, es su hogar.

La abeja se retuerce enredándose más y enseguida se detiene. Queda doblada en una postura que no crea que sea habitual para un ser como ella. Por un instante creo que tiembla, que llora por su fatal destino, y quiero ayudarla, pero no sé cómo. Empiezo a sospechar que es el viento lo que en realidad mueve su ya difunto cuerpecito.

Escucho unos disparos y gritos de esos que también cercenan los tímpanos. Miro la tablet desconcertada, no es ningún anuncio, mi mar sigue sonando. Presto atención a una nueva ráfaga de balas. Es un videojuego. El vecino está sentado tomando café y fumando mientras emocionado pulsa la pantalla que a veces incluso es salpicada por la sangre.

Por fin conozco a la dueña de la telaraña. No es muy grande, creo haberla visto merodear por los alrededores en alguna ocasión, pero no me imaginaba que tuviera tal mansión. Ha cubierto casi por completo a la que sin duda será su manjar en las próximas horas. La arrastra hacia lugar más seguro.; el viento aún hace tambalearse su red. Los muertos, los del videojuego, continúan sucediéndose.

Por lo visto la cocina se sitúa bajo la ventana. La veo entrar pero no puede hacer lo mismo con su trofeo, parece demasiado grande. Veo sus patas trabajar a máximo rendimiento. Ha conseguido introducir la mitad. Afuera queda la cabeza, unos pozos negros de los que me cuesta apartar la vista pese a que si se hubiera atrevido a visitar mi cuarto no hubiera tenido dudas en echar, puedo que incluso dar un final similar.

Mi vecino lanza un grito de alegría que supongo es el resultado de una gran cantidad de fallecidos. Apaga el cigarrillo y sin levantar la vista del móvil, regresa al interior de su hogar. La taza y el mechero quedan abandonados en la mesa.

La araña termina por impulsar a la abeja al interior de su casa. Vuelvo a mirar la tela, parece que no haya sucedido nada.

Apago la tablet. Ya no hay mar que sentir cerca.