viernes, 1 de mayo de 2020

La batalla

Mar de fondo, pájaros que no abandonan su trinar, el viento frío en la cara... y la aspiradora. Abro los ojos y subo el volumen de la tablet como si con ello me sintiera más cerca del mar. Saco un poco más la cabeza por la ventana y observo al vecino salir al patio con el móvil. Nunca habla con nadie, ni siquiera con sus propios familiares cuando se encuentran en el jardín, como mucho un par de gruñidos que lo mismo valen como afirmación que como negación. Enciende un cigarrillo y se sienta.

Entonces mi mirada se posa más cerca de mi habitación. Sobre el poyete exterior de la ventana una abeja lucha por salir de la tela de araña en la que se ha quedado atrapada. Llevo viendo la red varias semanas, incrementado su longitud pero sin vislumbrar nunca a su dueña. No me alcanza la mano para quitarla y decidí que, como no me molestaba, no tenía porqué hacerla desaparecer, es su hogar.

La abeja se retuerce enredándose más y enseguida se detiene. Queda doblada en una postura que no crea que sea habitual para un ser como ella. Por un instante creo que tiembla, que llora por su fatal destino, y quiero ayudarla, pero no sé cómo. Empiezo a sospechar que es el viento lo que en realidad mueve su ya difunto cuerpecito.

Escucho unos disparos y gritos de esos que también cercenan los tímpanos. Miro la tablet desconcertada, no es ningún anuncio, mi mar sigue sonando. Presto atención a una nueva ráfaga de balas. Es un videojuego. El vecino está sentado tomando café y fumando mientras emocionado pulsa la pantalla que a veces incluso es salpicada por la sangre.

Por fin conozco a la dueña de la telaraña. No es muy grande, creo haberla visto merodear por los alrededores en alguna ocasión, pero no me imaginaba que tuviera tal mansión. Ha cubierto casi por completo a la que sin duda será su manjar en las próximas horas. La arrastra hacia lugar más seguro.; el viento aún hace tambalearse su red. Los muertos, los del videojuego, continúan sucediéndose.

Por lo visto la cocina se sitúa bajo la ventana. La veo entrar pero no puede hacer lo mismo con su trofeo, parece demasiado grande. Veo sus patas trabajar a máximo rendimiento. Ha conseguido introducir la mitad. Afuera queda la cabeza, unos pozos negros de los que me cuesta apartar la vista pese a que si se hubiera atrevido a visitar mi cuarto no hubiera tenido dudas en echar, puedo que incluso dar un final similar.

Mi vecino lanza un grito de alegría que supongo es el resultado de una gran cantidad de fallecidos. Apaga el cigarrillo y sin levantar la vista del móvil, regresa al interior de su hogar. La taza y el mechero quedan abandonados en la mesa.

La araña termina por impulsar a la abeja al interior de su casa. Vuelvo a mirar la tela, parece que no haya sucedido nada.

Apago la tablet. Ya no hay mar que sentir cerca.

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