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Foto de Lenka |

Por la tarde vamos hacia Wollaton Hall, una casa gigante en medio de una bonita colina y en la que se encuentran ciervos. Sin embargo, la noche se nos echa encima rápidamente y la niebla persiste, de manera que tras un largo paseo no nos queda más remedio que volvernos ateridos de frío y sin haber visto nada.
La mañana del domingo nos la tomamos con calma. Hacia las diez nos dirigimos a la estación central de autobuses desde donde partimos al bosque de Sherwood (de nuevo nos toca un autobusero muy paciente y amable). El camino es bonito pero aún más lo que nos espera allí. Se trata de la cuna de la leyenda de Robin Hood. El otoño y la luz del sol se cuelan entre las ramas. Hace frío, pero merece la pena, vaya que sí. Aún siendo un claro destino turístico en cuanto te pones a andar sólo se escucha la naturaleza.

Ya de regreso a la ciudad visitamos el mercado de Navidad y volvemos al hostal a recoger nuestras cosas. La charla con otros viajeros se extiende en demasía y nos toca correr hacia el autobús. Y sorpresa, sorpresa, está lleno y el segundo va con casi una hora de retraso, el tiempo justo que íbamos a tener en Londres para hacer el trasbordo. Nos aseguran que vamos a llegar a tiempo pero la espera se hace eterna, y cuando por fin aparece tarda todavía otros veinte minutos en salir.
Tratamos en cierta manera de descansar durante las casi cuatro horas sentados, pero la hora de nuestro segundo autobús se acerca y aún nos quedan varios kilómetros para llegar a Victoria Station. El autobús se detiene. Un minuto para la salida del que va a Bournemouth. Corre. Acaba de cerrar la puerta pero se compadece de nosotros. Son más de las dos de la mañana cuando nos acostamos, tan cansados como si hubiéramos estado de fiesta pero con otra clase de experiencias.
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