Finales de Octubre. Visto lo visto, la mejor semana de todo el voluntariado. Han volado dos meses y nos preguntamos qué deben sentir aquellos que realizan el voluntariado con esa corta duración. Nos parece imposible tener que frenar cuando aún hay tantas experiencias por vivir... o debería haberlas.

Aunque llevábamos varias semanas organizándolo, no cumplimos casi nada del planning. La coordinadora de los talleres nos condujo hasta el bosque donde tendría lugar el residencial, un espacio de película a menos de una hora de nuestra ciudad. Los alojamientos eran de madera y todo alrededor verde, con un lago e incluso hoguera para los malvaviscos.
Mi tarea consistía en tomar todas las fotografías posibles y grabar unas escenas que los jóvenes mismos redactarían en tiempo record sobre bullying y la labor del mentor. Y ha llegado el momento de hablar de Aalto. Ella es una chica finlandesa estudiante en la universidad de Bournemouth de trabajo social, y que empezó a la vez que nosotros con sus primeras prácticas. Aparte de todo lo que me ayudó durante las sesiones y en la preparación de aquellos primeros videos, mi admiración la tiene por su dedicación y cariño con los jóvenes, cómo disfruta con ellos y les hace reír en todo momento, más allá de su labor de fomentar su bienestar. Me siento muy afortunada de haber compartido y aprendido aquellos meses con ella. No hace falta decir que llegará a donde quiera porque es algo que ya hace. Es sobre hacer los sueños realidad. Personas así son las que te hacen valorar tu propio camino. Gracias.
He ido pocas veces de campamento, pero lo que disfruté de esta experiencia es mucho más de lo que podía haber imaginado. Fue idílico pese a lo cansado. Sé que de ahí saldrá un texto especial.

El viaje fue largo. Y con largo me refiero a siete horitas de autobús con una única parada en Londres. Señalar que es una de las ciudades que conecta por ferry con Calais (Francia) y que son emblemáticos sus acantilados blancos.
Del hostal en el que nos alojamos también saldrá otra película, pero creo que no debería hablar de aquella experiencia más allá de que me recordaba a la película Malos tiempos en el Royale (Bad times at the Royale, Drew Goddard, 2018).
El viernes estuvimos visitando unas fortalezas que sirvieron como defensa de la invasión napoleónica. El lugar, sigo con las películas, me recordaba a El corredor del laberinto (The maze runner, Wes Ball, 2014) y el silencio sobrecogedor nos llevaba a pensar en las personas que murieron allí. También llovió y subimos escaleras, muchas escaleras. Pero la vista de toda la bahía merecía la pena. Por la tarde vimos también el museo de la ciudad y luego fuimos a un faro. Fue un paseo muy largo pero precioso. A la vuelta también llovió, y nos calamos, y nos perdimos, y nos llenamos de fango (por supuesto), fue todo tan intenso que creo que podría incluso haberlo disfrutado más. En esa ciudad se quedaron muchos recuerdos.
El sábado nos acercamos a Canterbury y me convertí en hermana de Ádám. Lo de los autobuses en Inglaterra es un tema que no entenderé nunca. Cuando pedimos los billetes nos cobró el abono familiar, no es la primera ni la última vez que nos pasará, pero es un tanto a nuestro favor. ¡Ah, continuamos con la tradición de correr para no perder el bus!


Regresamos a Bournemouth a las dos de la mañana. Sé que a veces me pongo muy intensa, demasiado; no lo puedo evitar cuando fue un tiempo feliz por mucho que me suene a cursilada. No hace falta pensar, está ahí.
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