
Huele a lluvia. Aquí, en Madrid, en Barcelona y en cualquier otro lugar del mundo. Abro la ventana y saco mi mano izquierda dejando que cada célula de mi piel registre la presencia de esas gotas. No sé dónde te dije por primera vez `Te quiero`. Me habías llevado a tantos lugares que me dejaban sin palabras, que no me atrevería a decir el punto exacto. Odiábamos las cursiladas, las declaraciones románticas y demás verborrea azucarada. Hablábamos, hablábamos mucho de nuestras emociones pero aquellas dos palabras eran dar un salto más allá de las ciudades.
Huele a lluvia. Sean las tres de la mañana o las cinco de la tarde, el reloj del universo corre sin tener en cuenta el estado del cielo. Abro la ventana y observo los charcos alimentarse. Recuerdo nuestro último beso en aquel amanecer eterno. El sol apenas se ocultaba un par de horas al día y habíamos perdido la noción del tiempo. En todos esos momentos, como con la lluvia, solo existía la sensación de comodidad que no ha de acabarse nunca.
Huele a lluvia. Tú ya no estás aquí. No tengo fecha, hora ni lugar porque ese aroma solo me transporta a ti. Abro la ventana. No hay nada que mirar, nada que sentir. Ya no hay recuerdos que pueda rellenar.
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