Están cada vez más difusas. Son la parte inquebrantable de la realidad y el lado invisible de la rutina. Se han vuelto escurridizas pero flotan en el mismo estanque. Se han acogido a su derecho de permanecer en silencio. No hay soborno válido. El ambiente es inoloro en su mezcla de perfumes e incoloro en su mezcla de emociones.
Parecen estar pastando libremente y sin ningún compromiso. De cerca se aprecia su milimétrica inmovilidad y el vacío que las engulle. Es por su campo magnético. No hay forma de escapar. Ni de quedarse en medio. Tampoco de dar la voz de alarma. Sí está permitido pedir ayuda, pero no va a llegar.
Es que no saben a dónde van. Ni de dónde vienen. Eso está bien, deja margen de maniobra. Tampoco se enfadan si el jersey les queda demasiado grande. Ni emiten una opinión favorable cuando es el traje ideal. Se sienten cómodas en pantuflas si tienen que salir a escalar. Saben que no es lo más adecuado. Son las dueñas y te enseñan su poder. Lo comparten si el día es lluvioso; nunca cuando hay tormenta.
No tienen consistencia. Se detienen apacibles en mundos destartalados. Descansan en la alambrada. Sin miedo. Abrazando una tristeza densa que augura su alianza. Un día serán la moneda de cambio y el talismán prohibido.