sábado, 28 de mayo de 2022

En un claro del bosque

Miró de soslayo, casi queriendo ahorrarse esa visión y a la vez incapaz de no prestar atención. Permanecía recostado sobre una capa de hojas secas en medio de un claro del bosque. Su frente perlada por el sudor contrastaba con el intenso frío que llevaba horas instalándose entre los árboles, mientras que en sus manos se mezclaban el barro y la sangre. Al principio intentó escapar. Era inútil. Ni siquiera intentaron frenarle. Apenas consiguió arrastrarse un par de metros.

Bien podría haber jurado que en su delirio por las graves heridas, sus ojos le querían hacer ver lo que no era. Sin embargo, era tan cierto como que seguía vivo, que una docena de hombrecillos de escaso metro que levitaban y lanzaban rayos de entre sus dedos, acababan de liberarle de un centenar de guerreros que le llevaban prisionero. Ahora que, viendo cómo aquellos seres se deshacían a sangre fría de sus captores, no tenía tan claro que su destino hubiera mejorado.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Mutante

Su sombra era de color verde. Verde como los campos del norte. Lo descubrió en una discoteca, entre copa y copa. Por supuesto, la única lógica entonces era la cogorza que llevaba encima. Morreo por aquí, vomitona por allá y un par de bailes después, Daniela y Roberto comentaron que ya se estaba pasando de pijo con eso de colorearse la sombra. Lo que venía a suponer que no se trata exclusivamente de una alteración en su visión, sino que también era evidente para sus cologas de desmadre.

Empezó a asustarse de la mutación cuando ya hubo pasado la resaca. Revisó las publicaciones del Instagram. Todo debía haber comenzado en algún momento entre el 17 de marzo y el 23 de junio. En la imagen del 17 de marzo posaba disfrazado de superhéroe con un cubata en una mano y un porro en la otra, junto a un montón de gente en semejantes condiciones, algunos de los cuales no recordaba ni su nombre. En la del 23 de junio, dos días antes de la fiesta, sonreía junto a Daniela y Roberto desde la playa. Ahí ya se apreciaba una débil coloración de su sombra.

Pasó el resto de la semana encerrado en su habitación, dándole vueltas al origen de su metamorfosis. Diría que no había sucedido nada en particular en su vida en el transcurso de aquellas semanas. Ni una discusión grave, ni una defunción, ni un descalabro en sus gastos, ni siquiera una bajada de notas en la universidad.

Con el paso de los días, fue descubriendo que el verde adaptaba su tonalidad a las condiciones lumínicas siempre a favor de llamar la atención: cuanto más se esforzaba él por pasar desapercibido, más brillante se volvía la silueta.

Su llamativa aura se convirtió en su pesadilla de los diecinueve a los treinta y dos años, lo que para él era una vida entera echada a perder. Para entonces, había abandonado la universidad y se había instalado en una cabaña entre las montañas más escarpadas de la provincia.

Aquella tarde apareció un grupo de excursionistas que no mostró ninguna emoción en particular a la tonalidad de su sombra. El sorprendido fue él al descubrir que todos ellos tampoco generaban la típica oscuridad como respuesta a los rayos del sol y demás fuentes lumínicas, sino que se teñían de morado, azul, amarillo y demás gama de colores. Todos y cada uno de ellos. Sin excepción. Hombres y mujeres. Jóvenes y mayores. Aún temeroso de estar metiéndose en una secta de la que no poder salir después, se dedició a establecer conversación con ellos. Eran majos. Amables. Alguno un poco más borde que otros. Pero personas todos ellos. Quizá hubiera llegado el momento de retomar su vida.

sábado, 21 de mayo de 2022

Correr al amanecer

Nunca antes había visto un cuerpo muerto. Ni siquiera en un telediario. Ariel era esa clase de personas que a sus veintisiete años parecía no haber roto un plato, y en verdad no lo había hecho. Aún. Era una especie de princesa que vive su propio cuento de hadas.

Era la cuarta vez que se proponía tomar la costumbre de correr por la playa al amanecer. Quizá fuera la última. Era una persona físicamente activa pero lo de hacer deporte por mejorar su forma física, simplemente no iba con su personalidad. Y aún así volvía a intentarlo.

Se calzó las mismas deportivas que en las otras tres ocasiones. El sol despuntaba ya sobre el horizonte y en calle solo encontró gente malhumorada que iba o venía del trabajo. El paseo marítimo, en cambio, era un chorreo continuo de ancianos charlatanes que caminaban infinitamente más rápido de lo que Ariel corría.

El primer kilómetro lo hizo al trote, esforzándose por controlar la respiración. Había un hombre sentado en la arena, con la cabeza apoyada sobre las manos. Parecía triste.

Durante el siguiente kilómetro redujo aún más la marcha. Le resultaba tremendamente aburrido. Pensó que, quizá, si hubiera llevado los auriculares y fuera escuchando música, sería mucho más ameno. Pero también le parecía una pena negarse a escuchar el ritmo de las olas en calma.

Luego encontró su pierna. Pálida. Fría. Aunque no se atreviera a tocarla. Tenía una cadena de plata en el tobillo con el nombre de Julieta grabado en una placa. No tenía claro si el resto del cuerpo estaba sepultado bajo la arena o se trataba exclusivamente de la extremidad cercenada. Sacó su móvil del bolsillo y marcó el número de la policía. Dio un tono. Dos.

Enseguida escuchó su nombre. El de Julieta. El hombre triste caminaba hacia Ariel con el rostro enfurecido. Mascullaba algo. Estaba borracho. Ariel permanecía inmóvil, incapaz de hacer nada.

Él se dejó caer abatido junto al miembro mortecino. Lo apretó con fuerza entre sus dedos con la mano izquierda y con la derecha cogió un puñado de arena que, en un movimiento torpe, pretendió lanzar a Ariel. Forcejearon. Se revolcaron en el suelo.

Para cuando llegó la policía, eran dos los cadáveres.

lunes, 16 de mayo de 2022

Materia combustible

Una punzada. Aguda. Repentina. Pasajera. Luego constante. Como la lluvia. Pero sin llegar a los ojos. En el pecho. O en las entrañas. Profunda. Enraizada. Una corona de espinas. Y la flor del cerezo. Un mito de la Antigua Grecia. Y una leyenda en las calles de la capital. Aquellos días. El polen flotando en la primavera. Un gesto inocente. Un pensamiento ajeno. Las voces de una tarde fría.

Afilado. Poroso. Ingenuo. Esa mirada que actúa como sentencia. Las noches vacías cuando las estrellas fugaces cruzan el cielo. Y no buscan dónde posarse. Palomas mensajeras sin tratado de paz. Vidas ajenas. Caminos cercenados. Algunas madrugadas que quedaron pendientes. La aurora que ya no precede al amanecer. Pedazo de pan sin boca que alimentar. Esperas. Una tras otra. Segundos que ya no cuentan las horas. Luna de abril en busca de su octubre.

Amargo. Ácido. Insípido. Látigo y punzal que han de ser escondidos. Caudal que se desborda para ser torrente salvaje. Naturaleza descarnada. Hoguera de verano. Piel desnuda. Luces titilantes de una casa desvencijada. La arena deslizándose entre los dedos. Y un recuerdo difuso. Motor que ya no sabe rugir. Curiosidad perdida.

sábado, 14 de mayo de 2022

Algunas tardes

Está escondido. Entre el cesto de la ropa sucia y el estante de libros pendientes de leer. Se agazapa entre las sábanas, lo suficientemente cerca de la almohada y lo suficientemente alejado del despertador. Aguarda en un rinconcito de la habitación sin acechar pero sin perder de vista su objetivo.

Se recuesta en la alfombra y se arrastra por el parqué. Encuentra sustento junto al radiador. De vez en cuando se acomoda en el sofá, pero solo en los momentos en que no hay nadie viendo el telediario. Brinca sobre los cojines al escuchar que todos roncan y en el instante en que empiezan las vacaciones, se hace amigo de los peluches y el frigorífico.


Se sube al techo en invierno y permanece junto a la ventana en primavera. Vagabundea entre los zapatos que quedaron demasiado pequeños y el reloj que siempre marca la misma hora.

Trata de echarse una cabezadita sobre el cuaderno inacabado de matemáticas. Sueña que puede dormirse en las fotografías familiares y entonces vuelve a esconderse. Entre los juguetes olvidados al fondo del cajón y los calcetines perdidos en la lavadora.

Se acobarda y deja que las cortinas sean agitadas de forma violenta. Se retrae y el humo avanza. Entre las horas muertas y los silencios ahogados. Entre el día y la noche.

martes, 10 de mayo de 2022

Volver a tierra firme

Emerge de un lugar desconocido. Casi de forma espontánea pero seguro que motivada por procesos químicos. O físicos. Primero agita la superficie y enseguida se hace visible. Algo así como el llanto de un recién nacido en un embarazo del que no se tenía constancia. Por irreal que pueda parecer.

Tiene garras y se sujeta fuertemente. No hace daño. Al contrario. Insufla nuevos aires y permite estirar las alas. Volar es como aprender a montar en bici. El mismo vértigo. Luego ya el cuerpo descansa sobre una corriente cálida de la misma forma que las piernas dejan de pedalear en la bajada de una cuesta. Arriba, todo se ve diferente. Por imposible que pudiera haberse pensado antes.

Se posa con delicadeza y adopta una posición en la que permanecer alerta mientras la calma se instala por dentro.

sábado, 7 de mayo de 2022

Luminiscencia

Se ha apagado. No es algo así como una vela que consume toda su mecha y licua la cera hasta desaparecer por completo. Tampoco es una bombilla que ha visto de pronto su filamento partido en dos. Ni siquiera puede decirse que el móvil se haya quedado sin batería y no pueda encenderse la linterna. No. No es eso.

Podría, más bien, asemejarse a estar en una habitación con las persianas completamente bajadas y el cuerpo tan entumecido que no se pueda alcanzar la correa para subirlas. Hay luz. No se ha extinguido. Está ahí. Sigue ahí. Fuera.

Quizá esté bien ese ratito a oscuras. Una especie de calma en tensión. A la espera de lo desconocido. A la espera o a la pausa consciente del tiempo. De que no todo tiene que ser bonito. Ni tampoco feo. De seguir en esa habitación. 

miércoles, 4 de mayo de 2022

Falsedades y otras ocurrencias

Creo que la semana pasada te mentí. Me parece que sí pero no lo tengo claro. Quizá sólo me mentí a mí misma. Porque era más fácil y, de cualquier forma, no quería hablar. De eso sí estoy segura y no me arrepiento. Puede que fuera una verdad a medias, los fragmentos de un mañana aletargada. O demasiados días sin dejar la mente en blanco.

Tengo la certeza de que te he mentido otras veces. Y que me he mentido otras muchas más. Me gustaría que no necesitaré más esa fórmula, que podrá sublevarse la cobardía.

Es solo que los Reyes Magos regresan cada seis de Enero. Un año tras otro. Cuando celebras tu cuarto cumpleaños y al alcanzar los cincuenta y nueve. Pero son otros Reyes Magos. Como son otras las mentiras.

Sé que un árbol tiene raíces, tronco y flores, aunque las primeras no se vean y las últimas en ocasiones aparezcan nada más que en primavera.

Jugar con las metáforas es divertido, pero el lobo con piel de cordero sigue siendo lobo.

Y puede ser también un barco, que debería regresar a puerto. Solo que a veces lo hunde la tormenta. Permanece en el fondo del mar y se transforma en cobijo para peces payaso y sirenas encubiertas. ¿Lo ves? Otra vez la magia y las comparaciones como excusa. No, la magia no.

Por eso creo que la semana pasada te mentí. Porque creer es algo que no se ha demostrado. Claro, que mentir es hacer creer que sí se ha demostrado.

Entonces mejor dejar que los sueños nos pillen creyendo estar dormidos.