sábado, 30 de julio de 2022

A ti también

La norma es clara desde el principio: nada de primera persona que sea en primera persona. Es decir, es válido el término yo y todas las conjugaciones que ello implica, siempre y cuando se trate de un otro. Cuando sea un juego de palabras. De escritura. De gestos despistados. Eso está permitido. Y aún más, es casi una obligación un par de veces al año. Lo que viene a su vez a significar que todo lo demás es una prohibición. Una cláusula estudiada a conciencia. Y, seamos sinceros, de la misma forma, preparada para incumplirse.

Hasta hace tres años observaba los términos gracias y por favor como complementos decorativos al final de una frase, innecesarios, ignorados, ni siquiera un sujeto que se sobreentiende por la forma del verbo. El signo de interrogación que es invisible cuando se pronuncia. Era así no por decisión propia, sino como resultado de la observación de su existencia.

Cobró sentido entre los descerebrados de los ingleses. Ellos, que omiten la exclamación del principio y pronuncian lo que buenamente les viene en gana, lo hicieron real. De una sinceridad tan natural que podía rasgar los tímpanos. Como la magia de revelar una fotografía analógica. Como llevar la mascarilla y aún así saber que la otra persona te sonríe cariñosa.

Y de regreso fueron apaleadas. Palabras expulsadas. Desterradas. Por un tiempo. Porque aquí también hay lugares en que cobran vida. Oasis de caricias que no llegan a rozar la piel y la penetran hasta la raiz. Como encontrar un tesoro bajo la forma de la piedra más común del monte.

Afortunada YO de poder vivir en ese monte y construir mi castillo en base a esos dos términos.

miércoles, 27 de julio de 2022

Partículas

Se infla. Rápido. A trompicones. Se vacía. De forma violenta. Coge más aire. Más. Lo expulsa. Apenas el oxígeno puede llegar a la sangre. El dióxido de carbono se queda, repite el ciclo a través del sistema circulatorio. Ejerce de guía turístico entre las bacterias y discute con las plaquetas. Explora. Presta más atención. Se hace una vaga idea del exterior gracias a las venas más superficiales. Juega con las proteínas y miente a los glóbulos blancos. Miente a todos. Hace como que no ha visto los carteles que le indican la proximidad de los pulmones. Trata de ignorarlo. Pero ahí está de nuevo, el ritmo incesante de un corazón acelerado, incomodado con las arterias que le sostienen. Trata de escapar, de ir en dirección contraria, de adherirse a una célula y desenmascarar al ácido desoxirribonucleico.

Las compuertas se abren. Es arrastrado. El aire salvaje del exterior lo recibe. A trompicones. Agresivamente. Un mundo en el que comprueba cómo se infla. Y se desinfla. Rápido. Más rápido. Con los ojos muy abiertos. La mirada perdida. Enfocada en algún otro lugar. Con la piel sudorosa y las manos incapaces de controlar el temblor. Sacudidas regulares. Evidentes. Sin prisa por detenerse. Con la necesidad del vértigo, de desafiar a los cambios de temperatura y rivalizar con nuevas melodías. Deseoso de dar con el argumento que le permita culpar al cielo. Por eso de los cambios de presión. O que justifique que el viento solo quiso mecer suavemente su melena y no supo contener su intensidad hasta descubrirlo enmarañado.

Se desinfla. Cede. Lentamente. Con delicadeza. Se acciona con un interruptor. Con la luna guiando las mareas. Con la noche despertando los sueños y el día durmiendo las pesadillas. Se desinfla. Cede. Se accionan los músculos de forma involuntaria. Respira.

viernes, 22 de julio de 2022

Una pena. Todo

Tenía la sospecha, por el trailer y la sinopsis, de que no me terminaría de convencer, pero con ese título, y precisamente sobre lo que trata, tenía que verla. Y la anterior película de Nely Reguera, María (y los demás), me había gustado bastante. La intuición no suele equivocarse. Ésta vez tampoco.

La cámara sigue el viaje a un campo de refugiados en Grecia de una mujer, médico jubilada con un contacto frío con su familia y aburrida de la vida de jubiladas de sus amigas. En su labor como voluntaria, choca con un mundo lleno de férreas normas y un niño sin familia del que se encariña. Contado casi en formato documental, es precisamente esto lo que creo que se debería haber profundizado. En todos los aspectos, porque se intuye que juega con esta forma de contarlo en ciertos planos pero no termina de apostar por ello. Es ficción, lo sabemos. Pero es una gran realidad. Y eso también lo sabemos. ¿Por qué no sacarle más partido a la historia con esos otros recursos? No hablo de llevarlo todo al drama más absoluto (que sin duda es lo que sucede a diario), pero al final es como que trata de hablar de algo serio y se queda en la superficie.

Hay humanidad, hay un guion con ciertos diálogos muy pulidos, hay una protagonista sólida (tanto como construcción textual como en la interpretación de Carmen Machi) y un elenco de secundarios que termina de construir ese campo de refugiados desde la ironía, pero al final La voluntaria es una película sobre la vida que se queda plana, carente de vida.

viernes, 15 de julio de 2022

Ilusión

Ahora se ve. Es solo una estructura pero lo suficientemente rígida para apoyar los pies. Y no caerse. Otra cosa es encontrar el equilibrio, eso es diferente. Una cuestión de tiempo.

Lo que pasa es que ya estaba ahí. Está. Le hace falta una mano de pintura y un par de arreglos,... las goteras, esa ventana sin cristal, los tres azulejos partidos,... quizá añadir una nueva habitación. Es aquel hogar en otra casa. Demasiado parecida. Luego distante.

No encaja. Chirría. Hace saltar las alarmas. Es una puerta que necesita que le engrasen las visagras; la primera vez hace gracia porque recuerda a una casa encantada. Después la broma se hace pesada.

A lo mejor es un gran trampantojo. Parece pero no es. Hay conexiones que logran un efecto placebo. Ni siquiera es algo natural. Enlaces de un hilo invisible para que pueda quedar todo amarrado. Para que no se lo lleve el viento.

El problema es que es arena. Fina. Suave. Casi una caricia que con el viento desgarra.

O agua. Que se evapora y aun encapsulada se escapa. La de todo un océano. Ausente y risueño.

Un escalón. Eso también puede ser. Para llegar al siguiente nivel. Una escalera que aun bajando te hace subir. Unas zapatillas a las que regresar. Solo que ahora aprietan. No se tiran. Tampoco se guardan en una caja al fondo del armario. Simplemente están. Como estarán y estuvieron.

Una estructura desde la que se ve el mismo jardín. Con el mismo arbolito de siempre. Y el tronco igual de enclenque. Las raíces tampoco han sido modificadas genéticamente. No se ven, pero ahora llegan más allá. Las hojas han descubierto nuevos colores, así como que deben desaparecer con el frío y dar sombra con el calor. El mismo jardín que ya no sueña con flores ni las ansía. Porque sabe que vendrán.

martes, 12 de julio de 2022

El texto sí pero poco más

Recientemente se ha podido ver en el Teatro de la Abadía el espectáculo Sólo yo escape. Procedente del festival Temporada Arte (un relevante festival de artes escénicas del otoño catalán) y del Teatre Lliure de Barcelona, se ha convertido, bajo mi punto de vista) en una decepción más de la temporada.

La historia nos habla de un grupo de ancianas que comparte un rato de charla en el jardín, pasando por elementos cotidianos hasta los pensamientos más profundos de todos y cada uno de esos personajes. El texto, esto sí, está lleno de recovecos, con diálogos naturales donde las unas se cortan a las otras, con frases cargadas de subtexto y, en espcecial, unos monólogos que muestran la perfecta construcción de los personajes.

Pero ya está. Porque creo que la dirección va en contra de todo eso. El texto habla de la tercera edad desde un punto de vista moderno (demasiado actual si se tienen en cuenta los fragmentos que hablan de un futuro próximo apocalíptico pero fue escrito previamente a la pandemia...) y la dirección creo que pretende subirse a ese mismo caballo y acaba por generar un mundo que llama la atención pero no conjuga con lo demás: desde el vestuario a la escenegrafía (y me detengo un segundo aquí porque sobre las tablas vemos cuatro sillas y una pared llena de plantas. Creo que se pueden hacer grandes maravillas sin, o con muy pocos, elementos sobre el escenario si se sabe jugar precisamente con el espacio, con el equilibrio, con la coreografía, con las luces,... y eso aquí no pasa, hay movimiento pero la escena es estática). Lo mismo sucede con la videoescena, desde luego que los recursos de proyección son un elemento que está ganando cada vez más relevancia, pero hay que utilizarlos con un fin determinado, como lo son todos los demás; aquí se proyectan los números al inicio de cada fragmento (¿para qué?) así como un texto en el mismo estilo de las interrupciones que lleva un personaje haciendo toda la obra (¿qué aporta?).

Vuelvo al texto para hablar de las interpretaciones. Sí, es un texto muy picado lleno de interrupciones, los monólogos como fragmentos individuales son geniales y la parte de la rabia es lo mejor con diferencia, pero ya. Por ratos parecía que leían el texto, casi terminabas por entender el patrón de cuándo una iba a pisar a la otra porque se veían demasiado preparadas. No hay cariño entre los personajes pese a que el texto sí lo deja ver, nunca se acercan las unas a las otras. Es como poner la televisión cuando llegas a casa cansado de todo el día trabajando. Ruido de fondo. Sin apenas silencios. Y cuando lo hay, en los últimos minutos, ya casi no tiene sentido. Es una cuestión de ritmo y no creo que sea nada fácil, pero ahí está, por ejemplo, la ya lejana Hermanas de Pascal Rambert que hace esto mismo y lo hace parecer fácil.

En conclusión, si ya venía pensando que había sido una temporada teatral muy floja en Madrid, sospecho que en toda España. Han sido varias las apuntas por textos sobre la tercera edad pero los montajes se quedan en banalidades para sacarles el dinero precisamente a esos que pretenden homenajear. Menos mal que queda el teatro alternativo.

viernes, 8 de julio de 2022

Cuento de hadas y dragones

Fue arrancado, sacado de contexto y vapuleado. Pasó a ser un socavón en la tierra cubierta de hojas secas. O la gota que cae del árbol y se choca contra el agua hundiéndose hasta el fango sin dejar ondas en la superficie.

Fue una mañana que despertó nublada y se desvaneció en la cama. Quizá antes. Un atardecer soleado que empuja la bicicleta entre los campos de trigo. O puede que ahora. En la noche de lluvia de estrellas con la luna llena obviando cada sombra. Cuando en la casa del pueblo crujen las escaleras y el eco se pierde entre el jolgorio. Y los niños dicen ver fantasmas.

Fue una trenza que pretendía recoger el pelo salvaje. Y una sonrisa a medias en el espejo retrovisor. Fue el río deslizándose lentamente entre las piernas. El viento agitando con delicadeza el vestido de volantes azules. Pero también el frío a través de la ventana mientras los pies se acercaban a la chimenea. Aquellas tazas de café en la sobremesa que confundían cuándo había acabado la comida y empezado la cena.

Fue un misterio perfecto, sin detective ni abogados de por medio. La curiosidad permanente como punto del signo de exclamación. El instinto certero como base de cada interrogante. La conclusión de una historia inventada en una conversación verosimil.

Fue la bocanada de aire que se perdió en el silencio. Un bostezo al despertar de la siesta en el jardín. Un suspiro en la distancia. Un pensamiento estando cerca.

Fue un ramo de flores y un perfume barato. Detalles y generalidades. Una caricia con las uñas recién pintadas. Un último beso que no lo era.

Fue dulce. Amargo. Indigesto. Fue una bañera de hielo y la vomitona en el retrete. El sudor seco sobre la frente y ojeras tatuadas.

Fue el error que tenía ser.

domingo, 3 de julio de 2022

Hueco

No existe. Oficialmente no es nada. No tiene ni forma ni lugar. No se puede nombrar; tampoco definir su edad. Ni el momento histórico al que pertenece. Son huesos sin forma de esqueleto. El hallazgo de una cantera no excavada. O la ropa que siempre queda en el cesto de la colada.

No existe ni tiene voluntad de ello. Ni siquiera como vacío legal. Es plastilina, esa que está formada por una variopinta gama de colores y se ha quedado seca y dura después del primer uso. Y precisamente por eso no se quiere tirar, porque apenas se ha utilizado. Tampoco es un desperdicio ni se puede reciclar.

No existe aunque se pretenda buscar en las mentiras las mil y una formas del engaño. Esa es la parte más absurda. La del fingimiento constante, tanto que parece lo real.