Le encuentro muy cambiado. Desmejorado, diría incluso. Ahora es un hombre taciturno, silencioso, más silencio todavía que entonces, y fumador. No creo que sea egocentrica al pensarlo, pero sospecho que su decadencia empezó a raiz de nuestra separación.
Nos hemos visto varias veces en un intento por mi parte de crear una amistad que temo no está surgiendo. El caso es que nunca le había notado tan abstraído, ni siquiera en épocas fuertes de trabajo. Por eso desde que nos hemos encontrado, le he preguntado varias veces si está bien. Me responde que sí, sin profundizar. ¿Miente? Le conozco. Estoy casi segura de que sí. O quizá solo le conocía. Y por eso sé que me hubiera mentido. Pero no puedo tener tan claro que lo esté haciendo ahora. Han pasado casi tres años y, por mi parte al menos, parece que ha pasado una vida entera.
Esa noche, cuando llore encerrada en el baño, me daré cuenta de que he ido a elegir como fecha para quedar justo el día de nuestro aniversario. No lo hice aposta. Es que yo nunca le doy importancia a esas fechas, pero soy consciente de que para él sí son relevantes. Juro que no me había dado cuenta antes y me arrepiento muchísimo. Fueron once años compartidos y siento que con solo ese gesto, le he traicionado.
Camina ligeramente por delante de mi, pero deja que sea yo quien decida la dirección en cada cruce de calles. Hablo mucho. Hablo por los codos. Como siempre. Solo que esta vez me incomoda. Mucho. A ratos siento que le estoy rebozando en toda la cara mi felicidad. Pero joder, si soy feliz y todo me va bien, ¿qué le voy a hacer? No creo que sea un delito compartirlo con la gente que aprecio.
Tardaré unos días en comprender que lo que sentía eran celos. Me daba rabia su silencio, el de aquel momento y el que sobrevoló nuestra relación cuando salíamos juntos. Me disgustó el silencio y la calma con que se tomó nuestra ruptura. Me dio rabia que después no criticara mi forma de vida, mis lios con otros hombres que no eran él. Me disgustó que no se enfrentara a mí, que no me gritara, que no me echara en cara que le abandonara cuando me lo estaba dando absolutamente todo. Me dio rabia que supiera guardárselo todo tan bien cuando sé que estaba dolido.
Y nos veo paseando de nuevo, por calles en las que un día íbamos de la mano, y detesto que no abra la boca de una vez para soltar algo más que monosílabos, que no me diga que me quiere tanto o más que el primer día, y que le encantaría que volviéramos a estar juntos.
Pero no lo hace. Obviamente no lo hace. Y siento rabia, pero esta vez hacia mí. Porque no soporto haberme equivocado y dejarle marchar. No soporto que no haya absolutamente nadie que haya sido capaz de darle el cariño y el amor que se merece. No soporto que no podamos ser amigos. Como tampoco pudimos ir más allá como pareja. Pese a toda su insistencia y mis rechazos.
Caminamos y sigo hablando sin parar porque no soy capaz de encontrar el momento para contarle la verdadera razón por la que quise quedar con él.
Continúa con la parte 2