Lo encontré arrodillado junto a la lavadora, con las sábanas aún entre sus brazos. Con la boca entreabierta pero sin pronunciar ni una palabra. Con la mirada más allá del horizonte de aquellas cuatro paredes.
Recuerdo hablarle, abrazarle, acariciarle. Recuerde la radio de fondo y el agua empezando a hervir en la cocina. Recuerdo que era un martes de otoño soleado con una temperatura agradable.
Recuerdo que en el desayuno había mencionado que tenía que ir a la compra y él, al principio, se había quejado porque quería que aprovecháramos el día libre haciendo algo menos cotidiano. Recuerdo prometerle que sería solo ir al supermercado y que después improvisaríamos algo que nos sacara por completo de la rutina.
Y ahora no puedo olvidar su voz y su risa, y a la vez creo que lo estoy haciendo, como él mismo ya no es capaz ni de hablar ni de sonreír.
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