sábado, 11 de mayo de 2024

Anoche soñé contigo - 1/2

Diría que la primera vez fue hace unos ocho años. Llevábamos unos meses trabajando juntos y nuestra relación era sana. Te consideraba un buen amigo. Y aún hoy diría que lo eres. Y que es una relación recíproca además. Pero te tengo miedo. Es una sensación que viene y va pero que cuando se agarra al pecho, lo hace con mucha fuerza.

Sueño contigo. No, no es nada erótico. Por ahí no van los tiros, para nada. Es un sueño que se ha vuelto recurrente. A veces pueden pasar meses, y en otras ocasiones se repite solo con una diferencia de muy pocos días. No quiero pensar que estoy obsesionada contigo. En todo caso, más bien con la ensoñación. Me da mucho miedo. Me das mucho miedo. La última vez ha sido anoche.

Sueño que me persiguen. No sé quién. Nunca les veo la cara ni tengo la mínima idea de su identidad. Me persiguen por una carretera iluminada solo por la luna creciente. Es una recta en la inmensidad de un valle. Por alguna razón lo siento como Estados Unidos. Y me resulta curioso porque jamás he pensado en mudarme allí. Me recuerdo jadeando y comprobando cada pocos metros la distancia que me separa de mis perseguidores. No recuerdo cuánto se acercan a mí, pero nunca he sido una gran corredera. Sospecho que eso tampoco cambia en el sueño. En la pesadilla. Aunque hubiera estado bien. Sobre todo porque en ese caso, tendría muy claro que todo está exclusivamente en mi cabeza. Y es que he perdido la cuenta de las veces que lo he soñado, pero en el momento en que se produce, lo vivo como si fuera la primera vez, con la misma angustia.

El caso es que de pronto aparece una casa de dos plantas a pie de asfalto. Con las ventas de arriba desvencijadas. No hay luces encendidas pero me invade la esperanza de poder encontrar ayuda. Golpeo la puerta con insistencia. Mi mirada se posa sobre el baile de las hojas de los árboles por el viento. No me olvido de que me está persiguiendo, es más, ese arrullo de las ramas en la noche incrementa mi pánico.

Tardas unos segundos en abrir la puerta. No es que asocie previamente esa vivienda a ti, pero me resulta natural que seas tú quién me reciba. Vas con ropa de calle. No te sorprende mi llegada ni mi expresión. Me cuelo en la casa y cierro la puerta. Todo parece bien cuidado y de pronto hay varias luces encendidas, pero no es un espacio en el que te vea viviendo. No tiene tu identidad. Es una casa como otra cualquiera. Me parece estúpido que en esa situación le preste atención a esta clase de detalles, pero lo hago. Solo un par de segundos. Y reflexiono sobre ello. Me miras sin prestarme mucha atención y paso a explicarte lo que pasa. Aunque en un modo consciente no sé qué sucede, quiero decir, sí, me persiguen, pero ya está. No escucho mi relato. Yo hablo y tú escuchas. Imperturbable.

Aporrean la puerta entre gritos y yo te suplico que me ayudes. Por respuesta me agarras del pelo y me arrastras a una puerta en mitad del pasillo. Lo haces con total naturalidad. No me da tiempo a oponer resistencia porque no espero esa reacción por tu parte. Abres la puerta. Como la casa americana que la visualizo, aparecen unas escaleras que dan a un sótano. Me tiras y cierras con llave. Me recuerdo magullada y sobre todo con una fuerte sensación de vacío. De traición. Ya no es que no me ayudes, sino que me maltratas. Creo que en el sótano hay algo turbio pero nunca averiguo qué es. No puedo mirar porque el dolor me consume.

Después todo es más confuso y no tengo una linea argumental clara. Y digo linea argumental porque me parece estar viendo una película. De hecho, paso a tener solo imágenes de los siguientes momentos. Veo una escopeta. Siento un ruido sordo. O un disparo. No sé de quién ni hacia quién. Nunca llego a ver sangre, solo oscuridad.

Continúa en la segunda parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario