lunes, 27 de mayo de 2024

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Domingo veintiséis de Mayo de dos mil veinticuatro. Diecinueve horas y tres minutos. La jefa de sala abandona su puesto de trabajo más pronto de lo habitual. No había programada segunda función. Ella camina con su bolso de tela rojo, con deportivas blancas desgastadas, pantalón negro corto sujeto con un cinturón y camiseta negra de manga corta. Le duele la cabeza y no se siente muy bien, puede que haya pillado algún virus, pero ante todo predomina en ella el orgullo porque le ha gustado la adaptación del diseño de luces de la función de esa tarde. Y sobre todo porque una persona de la compañía ha asegurado que parece una técnico. Al escucharlo casi que no ha sabido reaccionar. Por el dolor de cabeza y por la satisfacción. Unas horas después dudará frente a la pantalla del ordenador si llegó siquiera a agradecérselo. En cualquier caso, le enviará un mensaje en cuanto se sienta mejor.

Camina por las calles de Embajadores mirando de forma reiterada la hora del móvil. “Que pase más rápido (el tiempo)”. Recuerda el libro que acaba de terminar apenas treinta y seis horas antes: El guardian del tiempo de Mitch Albom. Es la segunda vez que lo lee. Sabe que empezó a leerlo en busca de referencias. ¿Referencias para qué? Le entristece no recordarlo. Le entristece y sobre todo le frustra. Siente que cada vez olvida más cosas. No es un problema médico. No exactamente. Solo una acumulación de estrés. Y eso le frustra aún más. Se decide a no darle vueltas. A no fustigarse más. (Ay, por favor, fustigarse, niña, qué dramática eres).

Se repite la frase: “Que pase más rápido (el tiempo)”. Aparece en varias ocasiones en el libro. No, claramente ella no la dice con la misma intención. Pero siente las orejas ardiendo y sospecha que tiene fiebre. Y que no quiere. No le gusta. Y que podría pasar el tiempo más rápido hasta que la fiebre hubiera desaparecido. Unas horas más tarde, cuando escriba este párrafo, recordará que empezó a leerlo como referencia para uno de los textos de Acompañantes. Y que luego escribiendo precisamente ese texto se sintió cercana a alguna idea ya leída pero no fue capaz de recordarla. Se le olvidó…

La muchacha, desprovista ahora ya de profesión puesto que ha acabado su jornada laboral, entra a un supermercado de camino a su casa. Se pasea como un autómata en busca de ofertas. Hace muchos años se había prometido no hacer compras en domingo. Porque estando los supermercados abiertos seis días a la semana, ¿quién no podía encontrar unos minutos para hacer la compra cualquier otro día menos un domingo y dejar descansar a sus trabajadores y que puedan disfrutar de sus familias? ¡Si es que se pueden hacer incluso pedidos online que te lo llevan a casa! Le da asco el capitalismo. Pero ella misma está entrando en el supermercado un domingo. Piensa en ello pero no se fustiga. No en esta ocasión. Porque siente la fiebre elevando la temperatura de su cuerpo y que sus días de visitas familiares y largas horas de escritura, se esfuman. Se evaporan, mejor dicho. Ja. Ja. Ja. Muy graciosa, muchachita.

Compra un pack de pimientos tricolor y gulas. Estas segundas estaban en oferta. Lo primero lo parecía pero luego no se marca en el ticket. ¡Otra vez que la letra pequeña avisa de que la oferta no empieza hasta mañana! Se siente decepcionada por no haberlo leído. No es la primera vez que le sucede. Le vuelve a dar asco el capitalismo. Coge ambos productos y los mete casi a presión en su bolsa roja de tela.

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