viernes, 24 de mayo de 2024

El pueblo maldito

El olor de la desgracia se paseó por el pueblo con las primeras luces del día, cuando aún todos dormían plácidamente. Se deslizó por cada una de las calles sin preocuparse por los rastros que iba dejando. Consciente de que todos lo ignorarían. Fue hasta los columpios, se balanceó unos minutos y se deslizó por el tobogán. Se paseó por calles estrechas hata llegar a la iglesia y subió al campanario, estuvo apunto de zarandear las campanas, pero se contuvo las ganas, aún era pronto para evidenciar tanto su presencia. Bajó hasta el río y se dio un chapuzón. Por último, se acercó tranquilamente al bar, donde varias mesas estaban siempre preparadas en el jardín para recibir a sus clientes.

Una vez acabada la vuelta de reconocimiento, se agazapó a la entrada del pueblo, en la orilla del precipicio. Observó cómo los primeros trabajadores salían en coche hacia la ciudad y cómo los jubilados se daban su paseo matutino. Comprobó que los niños desfilaban hacia el colegio y los adolescentes se arrastraban hacia el instituto. Abrieron la farmacia y la panadería.

El sol de la primavera encumbró la mañana y le dio margen a la fatalidad a tejer su capa mortal. Una red densa pero invisible.

Con el anochecer regresaron los trabajadores y sus hijos al hogar. Los deberes, la cena, la ducha, y antes de llegar a la cama, la desgracia.

Dicen que si el pueblo está maldito es porque sus vecinos son unos tacaños. Pero la realidad es muy diferente. Mucho menos humana.

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