lunes, 20 de mayo de 2024

Ocho hombres en una lavandería

A primera hora de la tarde caminan рor el centro de Madrid perfectamente trajeados. Son ocho hombres que rondaran la cuarentena. Cada uno de ellos porta una cartera de piel marrón y una maleta de ruedas. Pequeña, de las que te permiten llevar en cabina en los aviones. Todas de color verde oscuro y de tela. 

Al doblar en una esquina, consultan sus relojes. Probablemente de marca. Ninguno parece estar dirigiendo al grupo, tienen clara la dirección, incluso están todos coordinados en cada zancada. Se vacilan los unos a los otros. Cada uno tiene su particularidad y a la vez son clones: está el de las gafas de múltiples dioptrías, el calvo, el de los ojos azules, el de la melena, el esquelético, el de la barba perfectamente recortada, el de la tripa cervecera, y el de la piel morena.

Entran en una lavandería. Es un pequeño establecimiento sin trabajadores. Forman un círculo y abren todos a la vez sus maletas. Extraen un gurruño de ropa embarrada. Parece todo ropa de deporte. La van metiendo en la lavadora. Cada dos hombres, una lavadora. Van echando monedas de forma intercalada hasta completar el importe solicitado.

Abren la quinta máquina. De forma mecánica y sin perder la conversación, se desabrochan la chaqueta y la echan en su interior. Se sientan todos en el suelo para descalzarse. Los calcetines diríase que un día fueron blancos, pero en esos momentos cuesta discernirlo. Se ponen en pie y los incluyen en esa quinta lavadora. Dejan los zapatos dentro de sus respectivas maletas. Continúan quitándose los pantalones. Por último, echan a lavar las camisas, y con ellas, introducen una monedita a la máquina. Cada uno de ellos pacientemente hasta completar el vestuario de los ocho hombres. La quinta lavadora se activa.

Ellos, vestidos nada más que con sus calzoncillos, se sientan en el suelo, cruzan las piernas y abren sus maletines. Sacan, de forma coreografiada, un ordenador y un cuaderno, ambos con el mismo logo corporativo. Trabajan en silencio hasta que las lavadoras pitan avisando de haber finalizado su tarea.

Los ocho hombres abandonan el ordenador a su izquierda y, retomando la conversación, sacan la гора de las lavadoras para introducirlas en un par de secadoras. Repiten la operación monetaria aportando todos exactamente la misma cantidad de sueldo.

Del bolsillo exterior del maletín extraen una barrita energética de muesli con frutos rojos. Se la comen en tres bocados y se sientan de nuevo con sus portátiles. No levantan la mirada de sus pantallas pese a las miradas y comentarios desde la puerta del establecimiento de los viandantes. Trabajan con la seriedad propia de los empresarios que podrían ser.

Cuando las secadoras finalizan, apagan los ordenadores y los guardan en sus correspondientes carteras, junto a los cuadernos que no han llegado a utilizar. Aún en calzoncillos, recuperan sus prendas y las van doblando con precision. Las guardan en la maleta de forma muy ordenada. Lo último que hacen es vestirse.

Se despiden entre apretones de manos y salen del establecimiento. Ya es de noche y ha comenzado a llover. Los ocho hombres perfectamente trajeados no vuelven a mirarse entre ellos ni a dirigirse la palabra. Sacan de los maletines sus respectivos teléfonos enganchados a unos auriculares. Los colocan sobre sus orejas y guardan los móviles en el bolsillo izquierdo de sus chaquetas. Hablan todos por el micrófono de los auriculares a sus mujeres. Cada uno toma una dirección diferente.

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