Nadie lo sabría decir con exactitud, pero el hombre pasó exactamente ciento noventa y ocho días hábiles seguidos visitando aquella biblioteca. Nadie sabía tampoco su nombre, ni su edad ni su procedencia. Lo cierto es que el único conocimiento que tenían de él, pese a haberse pasado casi un año acudiendo al edificio, era información visual. No llegó a sacar ningún libro de la institución y, como se comprobaría después, ni siquiera tenía una ficha de usuario.
No parecía estar jubilado pero su aspecto era el de una persona al que no le quedaría mucho раrа acabar su etapa laboral. Tenía poco pelo pero largo. No aparentaba cuidarlo especialmente. Era oscuro y estaba salpicado por alguna cana. Utilizaba gafas todo el tiempo y se podía adivinar que tenía múltiples dioptrías en cada ojo. Su barba, también oscura, no era densa y crecía salvaje.
Vistió siempre igual. Los ciento noventa y ocho días. En invierno y en verano. Tenía una camisa de rayas rojas y azules, y un pantalón vaquero de color marrón. Los zapatos, azul marino, eran formales y estaban bastante usados. En los días más fríos acompañaba su atuendo con un abrigo verde pistacho apagado. Olía siempre a sudor, реrо nо llegaba a ser un aroma rancio. Cabría deducirse que cuidaba su higiene lo justo. También utilizaba una mochila negra, aunque no llegaba a sacar nunca nada de ella. No se apreciaba pesada pero tampoco vacía.
Lo preciso de su aspecto, pese a que nadie hubiera llegado a prestarle especial atención, fue el resultado del recopilatorio de cientos de testigos que ofrecieron su testimonio una vez que se anunciaron las primeras informaciones del principal sospechoso del caso.
Exceptuando las estanterías de los diccionarios y de los manuales de aprendizaje de idiomas, se leyó todos cada uno de los volúmenes que había en aquella biblioteca. No es que fuera especialmente grande pero estaba bien nutrida. Había comenzado por la sección temática, desde filosofía a ciencias aplicadas y siguiendo hasta geografía, para proceder a continuación con las baldas de novela, poesía y teatro.
Llegaba a los tres minutos de que abrieran el edificio, cogía el libro que le correspondiera y se sentaba en alguna silla. No parecía tener ningún lugar preferido. No leía especialmente rápido ni especialmente lento. Bebía de un termo negro. Puede que agua o puede que cualquier otra sustancia. Nadie supo puntualizar más sobre su contenido. Se levantaba cada cierto tiempo para ir al baño. No de forma excesiva, probablemente con una regularidad que podría decirse normal. Dejaba el libro sobre la mesa, tomaba su mochila y desaparecía un minuto en el baño.
Lo que sí pudieron concretar los testigos, fue que el incidente se produjo siete días después de su última visita al edificio, cuando devolvió a la estantería el último libro de la sección de Teatro.
Pese a los esfuerzos puestos por la policía y cientos de voluntarios, no lograron localizarle en ninguna cámara de seguridad del barrio ni averiguaron su paradero, lo único que sabían y de lo que tampoco podían acusarle formalmente, era que de la noche a la mañana del séptimo día en que no visitó la biblioteca, todos y cada uno de los libros, exceptuando las estanterías de los diccionarios y los manuales de aprendizaje de idiomas, habían desaparecido.
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