A veces me cuesta pensar. Algo así tan simple y vago que a su vez enreda los pensamientos. Una estupidez y una masa densa de remordimiento. Demasiada pantalla y un exceso de diálogo oficial. Un toque de dignidad para la falta de soberbia. Vocabulario. Palabras y adjetivos en frases no tan elaboradas. Puntos y comas que parecen asintomáticos. En el fondo, el fluir de un discurso narrativo improvisado que encuentra su propia razón de ser en el transcurso de su creación. Algo de intuición. Mucho de predisposición. Y de liberación. Caos que reconecta neuronas que nunca dejaron de funcionar, ni se cansaron, ni buscaron vaguear. Quizá propulsar otro tipo de encuentros sinápticos.
Y es así como va tomando forma el texto, en base a palabrería llana que no tiene que encontrar, ni busca, un razonamiento inherente ni una ficción mayor, solo construyen sobre el papel un conjunto de líneas y curvas que acercan al pensamiento hacia la concentración. Lo intentan y suelen triunfar. E incluso en ocasiones domestican un texto que vaya más allá. En el fondo sospecho que se trata del típico caso de posponer el momento del conflicto porque supone también la quiebra o el reconocimiento del fracaso. No tanto como una crítica, sino más bien como la consciencia de la ausencia, o pérdida de herramientas.
A veces pienso que la complejidad humana es solo una estructura para enfrentarnos a la desidia. Y entonces me doy cuenta del juego que estoy haciendo para no tomar de cara la responsabilidad. Y que tampoco me importa porque estoy entrenando la prosa y que a la capacidad de obligatoriedad ya recurro más a menudo. Y que luego ya vendrá la culpa y el descontento que serán suplidos con el orgullo y la confianza. Pero miro la hora de nuevo, apenas un par minutos más tarde que la última vez y cuestiono si la pereza me está ganando o si es algo más serio. Que aluda, quizás, al vacío. O la insensibilidad. O un bla, bla, bla que escribiría como desahogo pero que no me apetece contar. Como no me puede apetecer el café por la mañana. O apelar al pensamiento en este preciso instante, o en cualquier otro.
Y con esto ya estaría, unas ochocientas palabras, se me ocurre, por ejemplo, para componer otra publicación del blog que no pretendía serlo sino un simple ejercicio de reconexión vital, pero una propuesta de escritura con la que sentirme conforme y no querer ignorar (me).
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