Pasaron seis años sin hablarse. Roberto regresó a Estados Unidos y entró en un equipo de mitad de la tabla de la NBA. Se casó, tuvo dos hijas y se divorció. Se quedó con la custodia de las niñas y un prometedor contrato en la ciudad condal le trajo de vuelta a Еsраñа.
Manuel estuvo dando tumbos por varios locales como camarero antes de descubrir su vocación y decidirse a estudiar cocina. Acabó tambien en Barcelona; haciendo grandes esfuerzos por compaginar trabajo y formación pero sintiéndose de nuevo feliz con su vida.
Aunque Manuel aseguró no querer saber nada del otro, lo cierto era que no tardó mucho en descubrirse mirando los resultados de los partidos de su equipo en la NBA. Se planteó incluso comprarse uno de esos paquetes televisivos que permitian ver todo el deporte del otro lado del charcos. Luego se prometio tomar distancia de verdad: decidió centrarse en su formación y alejarse de todo hombre que simplemente buscara una amistad.
El día que Manuel se enteró que Roberto iba a jugar en el equipo de su misma ciudad, dudó si debía gritar de alegría o prepararse las maletas y continuar su vida a la otra punta del país.
Decidió quedarse. Pasaba muchas noches en vela y acabó por decidirse a ir a ver su próximo partido en el campo local; compró la entrada más barata en un rincón con visibilidad reducida, así quizá él no le viera... Pero no pudo resistirse a esperarle a la salida, cual fan en busca de un par de fotos y un autógrafo.
Retomaron el contacto muy paulatinamente, casi temiendo profundizar en su relación y que todo se volviera a ir al garate. Les llevó casi tres años volver a juntar sus labios.