Salvo por sus ropajes cualquiera podría haber dicho que se trataba de una escena de la Inglaterra victoriana. Desde luego que era difícil de creer mientras de fondo se escuchaba el jolgorio de la juventud y la pirotecnia en el inicio de las fiestas del pueblo. Para ellas era otro día más. Las tres hermanas disfrutaban leyendo en el jardín del palacio. Atenea también acudía allí a diario.
Aura, rozando la veintena, estaba sentada con las piernas cruzadas en un banco de priedra sin respaldo. Vestía con una falda larga de vuelo y una camisa color pastel. Adornaba su cuello con un pañuelo de seda rojo y azul. En sus pies, zapatillas de esparto con un poco de tacón, y uñas de las manos perfectamente cortadas pero sin pintar. Tenía el pelo recogido en una coleta a excepción de un mechón que caía sobre su mejilla izquierda. Pasaba las páginas de su novela romántica con extrema delicadeza.
Junto a ella, una cesta de mimbre con los restos del picnic que habían degustado unas horas antes a las afueras del pueblo. Las tres hermanas adoraban comer descalzas en el césped. Atenea odiaba los insectos y el polvo propios de los caminos que llevaban a las eras. Pero aún así las seguía de cerca con un triste bocadillo de salchichón o chorizo.
Gaia, de quince años recién cumplidos, caminaba con paso decidido y sin rumbo fijo. Deportivas blancas con la suela ligeramente desgastada, pantalón vaquero hasta los tobillos y camiseta de rayas verdes y negras. Su pelo suelto, largo, de tirabuzones poco definidos. En su mano izquierda un anillo sencillo con una piedra de ámbar engarzada. Leía rápido y pasaba las páginas todavía más velozmente. Su libro era de ciencia ficción.
Las ardillas saltaban de rama en rama acercándose a curiosear a las tres hermanas. Atenera conseguía con un solo gruñido que ninguna se le acercara en todo el paseo.
Selena apenas alcanzaba los ocho años. Llevaba un delicado vestido floral con varias salpicaduras de barro y una gran marncha de mermelada de arándanos. Permanecía tumbada en la arena. Sus piernas lucían un par de moratones a consecuencia de haber estado trepando por la biblioteca del palacio. Sostenía una edición antigua del Quijote. Reía divertida con algunos párrafos y se mostraba tremendamente concentrada en otros.
Las campanas de la iglesia del pueblo comenzaron a replicar señalando las siete de la tarde. Aura pasó un par de páginas más antes de acabar con el capítulo y guardar el libro en la cesta. Selena suplicó que se quedaran cinco minutitos más mientras que Gaia ponía ya rumbo de vuelta al palacio entre los rosales sin levantar la vista de su novela. Para entonces Atenea ya se encontraba en sus aposentos pero no les había quitado ojo. Era consciente de que las tres hermanas huirían. No le preocupaba que se escaparan por la noche amparadas por la oscuridad. No era su estilo.
Salvo por la mujer que les apuntaba con un rifle desde el balcón del palacio, cualquiera podría haber dicho que se trataba de una entrañable escena familiar.
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