viernes, 20 de enero de 2023

Plaza de España

Básicamente, lo que viene siendo no hacer ni puto caso.

Él: camisa azul de cuadros con los dos botones del cuellos desabrochados. Pantalón con la raya perfectamente planchada. Perfumado. Muy perfumado. Cuatro pelos cuidadosamente peinados y caóticamente revueltos por el viento. Aspecto jovial y mirada desgastada. Sobrepasando los cincuenta. Con muleta. Sentado de lado, con medio culo fuera del banco. Español. Claramente español.

Ella: en chándal. Pantalón de una marca y chaqueta de otra. Con la coleta recogiendo tantos pelos como los que quedan libres. Tumbada con las rodillas flexionadas. Aspecto cansado pero risueño. Una mezcla de olores. Reconocibles. No desagradables. Ninguno especialmente destacable. Rozando la treintena. Extranjera. Puede que alemana. Tal vez nórdica.

Él habla. Se dirige claramente a ella. Cambia de un tema a otro casi sin que se note. Cada cinco o seis frases mete un "¿Sabes lo que quiero decir?". Retórico, por supuesto. Se toma unos segundos para respirar entre algunas palabras pero sin que termine de llegar el silencio.

Ella escucha. Claramente le presta atención a él. Asiente alguna vez pero no levanta la mirada del móvil. Teclea. Suspira. Cada cinco o seis frases se lleva la mano a la oreja como para comprobar que no lleva pendientes. Parece disgustada. Tal vez enfadada. ¿Preocupada? Molesta. Muy cansada.

Él se acerca a ella arrastrando el culo por el banco. No se da cuenta de que su muleta resbala y cae al suelo. Ella sigue sus movimientos con cautela pero no se mueve. El hombre le ata los cordones de las deportivas. Con extrema delicadeza. Sin dejar de parlotear.

Ella se relaja. Las lleva siempre desatadas. Su padre se las anudaba demasiado fuerte cuando era pequeña y, desde que puede hacerlo por ella misma, no se las abrocha pero tampoco quita el cordón. Levanta la mirada del móvil y le dedica una sonrisa. Sincera. Tierna.

Él vuelve a su posición y es consciente de que la muleta besa el suelo. Intenta alcanzarla. No puede. Le cuenta que él nunca ha sido una persona ágil y nunca le ha importado, pero que últimamente parece que le da un poco de pena su estado físico. No cree que pueda ponerle remedio ya, es tarde para él.

Ella se levanta y recoge la muleta. Se la entrega acariciándole la mano y mirándole a los ojos. Le susurra un "Hasta pronto" y se va.

Él permanece en silencio.

El sol calienta el hueco del banco que ella ha dejado libre.

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