Hace unas semanas alguien me preguntó si era dramaturga y sin pensarlo respondí que no, que bueno, Sin con tacto era el primer texto pero ya... ¡Error!
Según la RAE el dramaturgo es el autor de obras dramáticas. Vale, estrictamente eso podría justificar mi inmediata respuesta negativa porque se trataba de una comedia... una comedia trágica pero comedia. Lo que pasa es que siendo realistas, sí que debo englobarme en esa categoría. Y digo debo porque es algo de lo que enorgullecerme. Sin duda. Y digo categoría porque llamar a las cosas por su nombre es darle una entidad por mucho que a veces no nos gusten las etiquetas. Porque en este caso facilitan avanzar.
Otra cosa es considerarme novelista. Sí, publiqué una hace cinco años y estoy ahora (y quien dice ahora habla de cuatro largos años) con tres más, pero, mientras sigan almacenadas en un par de cuadernos y en muchos documentos del ordenador, sin que nadie más tenga constancia de su existencia más allá de creer en mi palabra porque no han accedido a sus páginas, no creo que pueda seguir incluyéndome en ese estrato. Y digo incluyéndome porque saber dónde estás y a dónde quieres ir es querer progresar. Y digo estrato porque es una profesión aunque haya quien le quite su valor.
Cierto, el texto de Sin con tacto dejé de tocarlo allá por Octubre, pero como estoy con otros dos proyectos de los que sí hablo y tengo la certeza de que llegarán a un escenario aunque el cuándo a veces sea incierto, seguiré temporalmente valorándome como dramaturga.
Otra cosa es considerarme guionista. No tengo claro por qué exactamente. Aplicando lo hasta ahora argumentado, y teniendo en cuenta los dos largometrajes (no grabados pero juzgados positivamente por tribunales se supone que profesionales), un cifra indefinida (pero baja) de cortometrajes (que fueron vistos por pocas personas pero más que suficientes), el piloto de una serie (en reposo pero que llegará lejos) y esos videos de verano en el pueblo (que supongo deben incluirse en este apartado), debería afirmar que sí, soy guionista. Pero no, no me sale definirme como tal por mucho que me haya pasado un año estudiando precisamente eso. Es un no todavía... pero quizá pronto. Expresión que últimamente se está traduciendo en sí a su debido momento.
Aunque como término me parece demasiado moderno para mí, soy bloguera. A veces no me importa no tener tiempo para las novelas si lo he podido invertir bien aquí. Sobre todo esas historias en las que me quedaría a vivir unos días. Esas en las que después del punto y final permanezco en silencio observando el papel, esperando poder atravesar la página y observar a los personajes de cerca, queriendo conocerlos un poco más a sabiendas de que he sido yo quien ha decidido cerrar su historia. Quisiera mirarles a los ojos y que me echaran en cara sus decisiones. Quisiera poder averiguar la razón de que esas páginas no tengan un solo tachón aunque inicialmente no supiera qué iban a contarme. Pero también me gusta publicar esos otros textos feos, inacabados y sin gracia. Porque hacen referencia a la constancia y me recuerdan que, si puedo con ellos, puedo con una novela o con tres. Y porque significa quererme más y distanciarme un rato de ese inalcanzable que es la perfección.
Dramaturga, novelista, guionista, bloguera... quizá abandone alguna en ciertos momentos o de forma indefinida, pero no creo que pueda dejar de decir que soy escritora (sí, tampoco es la primera vez que hablo de esto). Porque considero que escribir es, además de garabatear en un papel o apuñalar el teclado, escoger con precisión cada palabra, pensarlas y ordenarlas con mimo y algo de picardía. Disfrutarlas. Eso soy yo. Porque no es solo una profesión o una afición, es mi forma de ser, mi forma de transmitir lo que muchas veces no soy capaz de decir de viva voz. Y cambiaré... o no... pero hoy por hoy, y señalo hoy como 31 de Diciembre de 2021, me gusta que sea así, pese a la cobardía de ocultar ciertas historias y por la valentía de mostrar otras.
Cierto, hoy he puesto demasiado el foco en mí pero quería acabar el año con un texto así. Primero por la libertad que aún conservo aquí para contar lo que me dé la gana cuando me dé la gana. Lo segundo por todas las montañas de este año, en general y en la escritura en particular. Y lo tercero, y principalmente, para dar muerte al autosabotaje que me hice este año.