jueves, 31 de diciembre de 2020

Más allá

Era un día de verano, de esos en que las moscas revolotean en torno a las piernas y se dibujan marcas de sudor en las camisetas de todo aquel que haga algo más que pestañear.

Elisa chupeteaba un helado mientras jugaba con las hormigas bajo el manzano. Los adultos dormitaban en las frescas habitaciones de la casa de piedra y los abuelos intentaban seguir la telenovela pero daban también algún cabezazo.

La niña de ojos saltones y vestido embarrado les contaba a los insectos que esperaba que por su cumpleaños la regalaran una bici nueva. Quería ir a las eras y tirarse por la cuesta más larga para demostrarle a sus amigos que los mejores frenos seguirían sido las deportivas.

Los campos de trigo que rodeaban la propiedad familiar habían sido testigos del discurrir de los amores y las tradiciones. Los muros subsistían a duras penas pese a las travesuras de niños y mayores.

Elisa miraba el cielo imaginando cómo las nubes se transformaban en las siluetas de monstruos y seres mágicos que aun existían en su mirada inocente.

La chiquilla de piel curtida por el aire de la montaña aguardaba impaciente la hora de ir a bañarse al río y saludar a las vacas de la granja del vecino.

Las camas parecían multiplicarse cuando llegaba aquella época del año y, aún así, siempre seguía quedando hueco para una silla más en la comida. Las risas se mezclaban con los brindis en las largas sobremesas que se podían escuchar en la calle a través de las puertas abiertas.

Elisa impregnaba su piel con olor a jazmín y presumía de sus moratones asegurando haber salido vencedora contra el suelo, el pino y el mastín que quería comerse su piruleta.

La muchacha de cabellos enmarañados jugaba a que sus manos se convertían en cámara fotográfica y almacenaba aquellos momentos con la certeza de que, por muy lejos que estuviera, siempre podría volver a ellos, coger fuerza para cambiar el carrete y crear otros nuevos.

domingo, 27 de diciembre de 2020

La niña de la profecia

Había perdido la cuenta. Bien podía haber pasado quince, veinte o treinta días caminando. El viento soplaba gélido y sus pies tropezaban cada vez con más frecuencia. Sostenía un saquito en la mano izquierda y un mapa en la derecha. Las indicaciones eran claras y así se lo habían hecho saber desde la infancia, cuando todos sabían su destino menos él mismo.

El viaje estaba siendo más largo de lo previsto y el tiempo se agotaba. La sangre seca se había convertido en el estampado de sus ropajes, que ahora, ya raídos, de poco le estaban sirviendo más que para engancharse entre las ramas. Su rostro acumulaba el cansancio de noches a la intemperie sin poder detenerse ante la amenaza de unos gritos que se aproximaban demasiado rápido.

Suspiró y levantó la vista del mapa. Era ahí. Sus rodillas temblaron y las piernas cedieron. Lloró de emoción buscando con la mirada entre los árboles a la niña de la profecía. Apenas un claro de césped marchito. Lo comprobó de nuevo: los montes a la izquierda, el amanecer de frente y el pueblo de la iglesia morada a la derecha. Él mismo estaba sobre la cruz y sin embargo...

Se puso en pie de un salto. Los gritos parecían estar tan cerca que casi podía sentir el olor de su aliento. Trepó al árbol más alto y se mimetizó con las hojas del otoño. Para aquellas criaturas no había escondite válido, pero detuvo su respiración confiando ciegamente en la leyenda: él debía encontrarla.

Llegaron al claro. Enseguida se fijaron en el árbol en que él estaba, pero siguieron trotando hacia el pueblo, dejando un rastro de babas por donde pasaban.

No lo entendía, pero no había tiempo que perder. Apretó el saquito en su mano izquierda y empezó a sentir cómo sus dedos entraban en calor. La norma era clara: solo ella podría ver su contenido, pero miro, y no pasó nada. Sin embargo, al apartar la mirada, una energizante emoción recorría sus venas.

Bajó del árbol y echó un último vistazo al claro. Dejó el mapa bajo unas piedras y observó cómo las directrices se borraban. El papel se transformó en hojas secas confundiéndose con las del entorno. Nunca había visto nada parecido pese a venir de donde venía.

Siguió andando. No tenía claro a dónde iba. A veces se detenía y contemplaba el paisaje. A veces retrocedía sobre sus pasos. A veces escuchaba los gritos y sentía miedo.

Fue cerca del anochecer cuando divisó aquella casa. Supo que había llegado. El saquito irradió por varios segundos una luz plateada. A él no le hizo falta aquella confirmación.

La casa estaba habitada por un joven leñador que le invitó amablemente a resguardarse del frío de la noche en su casa.

Aún pasaron varios años antes de que conociera a la niña de la profecía, a su primera hija. No todo estaba escrito.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Su mundo mágico

Le decía a su madre que se iba a buscar hadas al bosque. Manuel era un niño inteligente, de los más aventajados de su clase, le gustaba el tenis aunque se le daba mejor el baloncesto. Estaba siempre dispuesto a echar una mano en casa, lo que fuera. Pero le perdía esa imaginación suya tan fantasiosa.

Nada más acabar los deberes corría a rebozarse en el barro. A veces volvía echo una fiera porque los trols habían atacado una aldea de elfos y él no había logrado repeler el ataque. Se frustraba más que cualquier otro día y se quedaba hasta tarde con la linterna debajo de la cama preparando una nueva emboscada.

Un día volvió muy preocupado porque había visto un ciervo. Su madre se rio y siguió preparando la ensalada. El chaval estaba acostumbrado a su presencia y le encantaban las berreas. No dijo ni una sola palabra durante la cena y se fue directamente a dormir, sin linternas ni cuentos de por medio.

Al día siguiente fingió estar enfermo. Fingió y no se esforzó en ocultarlo. Fingió y su madre tampoco se esforzó en comprobarlo. Le conocía y confiaba en él.

Manuel miraba los árboles a través de la ventana y apretaba los dientes casi sin darse cuenta.

Pasaron tres días. El invierno empezaba a acechar en las montañas y la niebla era cada vez más frecuente en el valle. Aquella mañana de sábado, el joven se levantó con profundas ojeras y se despidió de su madre con un afecto que no había mostrado nunca antes.

Dijo que se iba a buscar hadas al bosque. Y nunca volvió.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Allá donde te perdimos

Es como una cuchilla que se hunde lentamente en la piel, que desgarra cada músculo sin siquiera ejercer fuerza. Nos hablas del mar pero nunca has salido de la selva. A veces te llega el rumor de las olas, y es un grito doloroso que no imaginas en calma. Como tú ahora.

¿Por qué sangra tu rostro si la bala no te ha rozado? ¿Por qué arañan tus dedos si ya no tienes uñas? ¿Por qué tus palabras se clavan en mis tímpanos si no has empezado a hablar?

Si tan solo pudiera entenderlo... No ha pasado tanto tiempo y apenas has crecido. ¿Qué es eso que hay en tu mirada? Si nunca usaste maquillaje, ¿cómo puede ser que no llevaras una máscara hasta ahora? No te reconozco. No sé quién ha robado la luz de tus ojos, pero se merece toda la agonía que ha depositado en ellos.

Ya solo permites que el hielo te acompañe en tu vigilia. ¿Cómo haces para que tu dolor sea un rio de lava al que nadie quiera acercarse pero en el que nos tienes atrapados? ¿Cómo puede ser que nos arrastres a un abismo tan oscuro que pareciera no haber existido jamás vida? ¿Es que a nadie le importa que hayan asesinado a la niña que eras?

Si no puedo acercarme a ti, deja que te diga algo: conservo el poder de la felicidad en tus labios guardado en el mejor de los rincones que habitan mis recuerdos. Si quieres puedo prestártelo.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Eliminado

Encontré su diario mucho tiempo después de que se hubiera marchado. No fue intencionado, limpiaba el polvo y se cayó. Lo devolví a la estantería y continué a lo mío. Por la noche ya ni me acordaba del cuaderno.

Fue tres días después, coincidiendo con el aniversario. No me di cuenta hasta la hora de comer y porque en el telediario repitieron un par de veces la fecha. Quiero decir, no es que la haya olvidado... es diferente.

En la portada había pintado una muñeca con vestido de fiesta montada en un coche deportivo. Sus iniciales se repetían abajo formando la carretera y arriba como globos de colorines. No me atreví a abrirlo. No aún. La persiana estaba levantada y la gente tomaba el sol en la calle.

Me fui a hacer la compra, estuve en yoga e incluso me dio tiempo a preparar unas croquetas con la carne del cocido del domingo. Cenamos, llamé al niño y vimos el debate en la tele, como cualquier otro día, vamos, pero ahí que seguía pensando en el diario.

Lo leí una vez cuando llevaba un par de páginas. Me lo dio ella. Ni tenía interés ni había insistido en ello, simplemente estábamos en el salón, ella escribía y la pregunté que qué hacía. Ella quiso que lo leyera. La verdad es que no le veía mucho sentido a eso de contarle tu vida a un trozo de papel que va a acabar en la basura, pero oye, mira, que si la niña estaba entretenida y le gustaba, qué le iba a decir yo, desde luego que no hacía nada malo.

Ya me había acostado, pero casi las tres de la mañana y seguía vueltas en la cama. Me levanté a buscar un yogur. A veces funcionaba. Y pasé delante de su habitación. Fui en automático, casi sin saber lo que buscaban mis manos. De pronto estaba yo a oscuras en medio de la habitación abriendo su diario.

Me senté junto a la ventana, con la espalda pegada en la pared, y comencé a pasar páginas bajo la luz de las farolas de la calle. Me reí mucho... tenía una forma irónica de contar el día a día que me hizo mucha gracia. Me recordé regañándola, prepararando juntas la mochila para piscina, abriendo su regalo del Día de la Madre, persiguiéndola por toda la casa porque ya me había vuelto a quitar el pintalabios, castigándola por haber vuelto a llegar tarde, cocinando juntas esa tarta de chocolate que la volvía loca,... y de pronto no hubo nada. No, es que literalmente había arrancado las hojas. Dos páginas en blanco y un hueco en medio. Del 23 de octubre al 15 de enero.

A veces estaba dos... cuatro días... o incluso una semana sin escribir... pero estabamos hablando de casi tres meses cuyo testimonio, además, había sido eliminado.

Hice memoria. No recordé nada relevante. El bautizo del primo, el cumpleaños del vecino, Navidad,... Y eso fue algún año antes de que se fuera.

Seguí leyendo. No había ninguna referencia. Seguía escribiendo de la misma forma que antes. Incluso en las épocas de exámenes había un par de páginas a la semana. Su sentido del humor estaba intacto, pero ¿cómo obviar esas páginas?

Eran las cuatro y media de la mañana cuando revisaba cada milimetro de su cuarto en busca de aquellas páginas... en busca de ella y de la razón de que me hubiera abandonado y no qusiera saber nada más de mí.

domingo, 29 de noviembre de 2020

El bosque

El bosque no era el mismo o ella se había equivocado de bosque, poco probable teniendo en cuenta que paseaba diariamente desde hacía siete años. Lo que no tenía ningún sentido era que no encontrase su cabaña. En la última semana Minerva no había logrado dar con ella. El lunes y el martes podía entenderse su despiste por el cabreo que se había pillado en el trabajo. El miércoles no había dormido bien. Para el jueves no había encontrado ninguna excusa y el viernes tenía tal rebote por no localizarla que ni aún teniéndola delante de sus narices lo hubiera visto.

El sábado caminaba sin rumbo fijo con la certeza de que los árboles que la rodeaban se aparecían mucho a los que estaban junto a su cabaña, y sabía de lo que hablaba. Amiga renegada de las tecnologías, comprobaba a cada segundo los dictados de su GPS. Recorrió el bosque entero sin lograr ningún resultado. No había sido un sueño. Su cabaña tenía que estar allí.

El domingo hacía frío pero siguió buscando. Los pájaros cantaban revoloteando en torno a ella. Era divertido. El viento sacudía las hojas que caían como la nieve en invierno. El rumor del agua fluyendo por algún arroyo cercano parecía ser la voz que guiaba sus pasos a ninguna parte.

Se detuvo agotada cayendo al suelo. Miró hacia el cielo. No, allí encima tampoco estaba su cabaña. Observó las nubes pintando el cielo y las copas de los robles mecerse con suavidad. Sus pies estaban helados. El sol acariciaba su rostro.

Le gustaba pasar las tardes en su cabaña. A veces no hacía nada más allá de contemplar el entorno, como estaba haciendo en ese mismo instante. Podía seguir buscándola durante días, pero el bosque ya no era el mismo.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Del montón

 La puerta está cerrada.
No hay ventanas.
Gritas.
Como los demás.

Golpeas hasta que tus puños sangran.
Caes y te levantas.
Como los demás.

Lo vuelves a intentar.
Estás solo
y te alegras.
No sabes
de qué hubieras sido capaz
si hubiera otros.
Te arrodillas.
Asumes tu drama
y lloras.
Como los demás.

Te crees que lo has superado,
que duele
pero dejará de hacerlo.
Te acomodas en el silencio.
Dejas que las horas pasen.
Abres los ojos
y vuelves a gritar.
Te derrumbas.
Más que nunca.
Más que antes.
Como los demás.

Abandonas.

Te salvas.
O te salvan.

Y ahí fuera
chequeas tu cuerpo.
No encuentras las cicatrices
pero te crees que has aprendido.
Te lo dicen los demás.

Te aferras a tu discurso.
Lo defiendes.
Lo apaleas.
Arañas tu piel
con cada zancada.
Te dejas arrastrar.
Solo un poco.
Como los demás.

Encuentras tu cuarto.
Cierras la puerta.
Te encadenan.
Y dejas que sigan
jugando contigo.
Como los demás.

Y piensas que queda esperanza,
que quieres luchar por ella.
Y cierras los ojos.
La puerta también está cerrada.
No hay ventanas.
Gritas.
Como los demás.

domingo, 8 de noviembre de 2020

La cafetería del barrio

Llevaba abierta apenas un par de días. En los sesis años que llevaba viviendo en el barrio había visto nacer y morir cientos de negocios, pero era la primera vez que el establecimiento se convertía en una cafetería. Desde luego que parecía una buena opción y partía con la ventaja de no tener competencia en varios kilómetros a la redonda. Pero había sido extraño: ningún vecino conocía a los dueños, no habían visto camiones descargando suministros, ni mucho menos obreros adecentado lo que hubiera sido una peluquería la última vez.

Y la cuestión no era que los vecinos, paseantes cotillas habituales de su calle, no se hubieran percatado, el problema era que ella, que vivía justo encima y la ventana de su habitación daba casualmente a la entrada del establecimiento, tampoco hubiera visto el mínimo indicio de humanidad. No podían llamarla obsesionada porque siempre se había dedicado a observar a la gente con la que compartía territorio, de formación profesional. Detestaba cuando alguien pretendía definirla como detective cuando eso era hilar demasiado alto para sus escasas aspiraciones a cotilla senior en cuanto se jubilara. El caso era que en aquella ocasión puede que estuviera llegando un poco más lejos si se pasaba las noches en vela convencida de que, en ese instante en que parpadeaba, accedían al local centenares de personas que preparaban la fiesta padre, en silencio, pero que bien que la montaban.

Sí, claro que había contemplado la posibilidad de que hubiera otra puerta de entrada. No, por supuesto que no era a través de los hogares de ninguno de sus vecinos, que ya se había colado ella en sus casas, revisado cada palmo de suelos y paredes, e incluso ejercido de inspectora jefe de la policía (ejerciendo por un rato su profesión, no así su cargo) con las mejores técnicas de interrogatorio que hubieran visto en su comisaría. Más le valía que aquello no llegara a oídos de su jefe o iba a perder sus preciados privilegios de vaga redomada. La entrada alternativa debía estar, por tanto, en el subsuelo. Claro que había bajado a las alcantarillas, una ruta de lo más inspiradora, y lo decía muy en serio, había sido un viaje de lo más revelador. Claro que resultados en cuanto a la puerta se trataba... quedaban espacios dispuestos a la incognita, paredes que querían sonar huecas y que quizá no fueran ni la digna morada de una bien alimentada familia de ratas, pero eso era todo.

Total, que no perdía nada por entrar, más allá de que un café demasiado bien preparado la pudiera poner de mal humor y jorobarla su día libre, pero si no era aquel bebedizo, alguno de sus vecinitos terminaría por lograr el mismo efecto según se le cruzara, que si no llevaba el uniforme todos la tomaban por el pito del sereno (y si lo llevaba entonces era ella la que ignoraba lo que representaba).

Ni un cartel de bienvenida, ni una mísera lista de precios adornaban el escaparate tintado de un gris que parecía aludir a una gruesa capa de cuidada suciedad: polvo engominado en el interior y lluvia embarrada en el exterior. Pero ella sabía que no era así, conocía perfectamente el efecto del polvo y el barro en el cristal desde que su madre hubiera dejado de visitarla y ella, como muestra de rebeldía, hubiera decidido no limpiar las ventanas de su casa (con excepción, por supuesto, de la de su habitación por razones obvias).

No olía a nada. Ni café recién hecho ni el ambientador barato que compras para tu casa y según lo abres te explicas porqué, más allá de su bajo precio, estaba además rebajado.

La reforma le resultaba evidente, que ella no dejaba que nadie la cortara sus greñas pero siempre disponía de tiempo para echarle un vistacito  a las revistas esas de cotilleo que nadie compraba en el vecindario pero de las todos estaban al tanto, no fuera a ser que les llamaran ignorantes. Las paredes habían sido revestidas de unos azulejos grisáceos que le daban un aspecto neutral que no tenía nada que envidiar al papel de florecillas previo. Ni un cuadro ni una mísera fotografía. Por luces tenía dos tristes fluorescentes que por atípicos ni siquiera parpadeaban. Junto al escaparate estaba la única mesa de toda la cafetería junto a dos sillas blancas y una máquina para hacer el prometido café. El resto de la estancia quedaba diáfana y solo se distinguían dos puertas al fondo que bien podrían haber sido el acceso a un baño y un almacen, como la buena lógica pudiera dictar, pero que ella estaba convencida debían tener un mejor uso dada la esquisitez del local. Si es que estaba a punto de llorar de la emoción y deseosa de conocer a tan sublimes decoradores.

Se dirigió hacia la cafetera y, al comprobar que no había ni una taza, ni un mísero vaso de plástico, ni tan siquiera un plato roñoso, aceptó que la estaban dando el premiso para beber a morro. Jamás podría perdonarse no haber entrado antes.

De pronto la puerta del establecimiento se cerró violentamente y las luces se apagaron. Comenzó a sonar una canción de cuna por unos altavoces que estaba convencida allí no habían. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y una corriente de viento sacudió su pelo enmarañado desenredándolo como ni siquiera su padre había logrado desde que tuviera siete años. La emoción recorría sus venas como ni siquiera lo hacía cuando llamaba a su jefe pidiéndole el día libre porque una hormiga se había colado en su armario y le había dado la noche.

A través del cristal del escaparate pudo ver cómo se producían una serie de rápidos crímenes que no tenían nada que enviar al guion de la película de acción más trepidante que hubieran hecho en Hollywood, y a los que por supuesto ella no estaba acostumbrada por su tendencia a prestarle más atención a las aves que pudieran cagar sobre su gorra que al suceso en cuestión por mucho que hasta el atracador (o asesino de turno) insistiera en que mirara. De manera que no se inmutó.

Unas manos pringosas se engancharon a sus tobillos mientras que al exterior llegaban varias patrullas que, sin duda, debían andar despistadas sin su ayuda pero que podrían salvar el día por los pelos. Quiso sentarse en una de las sillas para contemplar el espectáculo del exterior como si estuviera en el cine viendo esa taquillera película americana, pero los dedos que se aferraban cada vez con más fuerza a sus extremidades inferiores lo impidieron. Se hubiera conformado con sentarse en el suelo, a fin de cuentas lo de ir al cine era algo como de una vida previa, pero ni siquiera eso la permitieron las manos pringosas. No la importó quedarse de pie. En realidad ya tenía suficiente con esas tardes que plantaba su culo en un banco cada vez que algún descerebrado quería ligar con ella y la invitaba a dar un paseo por el parque en un supuesto atardecer romántico que no era sino una larga noche sin siquiera estrellas fugaces.

Sintió cómo unas zarpas arañaban su piel bajo el jersey y cayó en la cuenta de que quizá ella también debiera cortarse las uñas. Agradeció las gotas aromatizadas a sangre que cayeron desde el techo sobre su pelo. Llevaba mucho tiempo valorando la opción de teñirse pero como que no se atrevía no fuera a ser que la tacharan de moderna, y mira tú por donde que habían decidido por ella.

Por fin hizo su aparición el dueño. Estaba un poco decepcionada por el tiempo de espera. Era una sombra de complexión esquelética. Le hizo gracia que llevara capucha cuando era evidente que solo llovía sobre su propia cabeza, aunque reconocía que encajaba con su estilo de asesino despiadado, y que estuvo a punto de aplaudir su actuación cuando se llevó un dedo de la mano derecha al cuello simulando la muerte.

En realidad ni siquiera se inmutó cuando un humo verdoso comenzó a llenar la estancia dificultándola respirar. La sombra se rió con nerviosismo sin poder ocultar su sopresa por la entereza con la que su quinta víctima del día le hacía frente. Lo que no sabía era que su víctima, bajo la fachada de policía incompetente, era una imbatible cazadora de monstruos que recién comenzaba su jornada laboral y ya llevaba ventaja frente a él.

sábado, 31 de octubre de 2020

Pupilas

Aquellos ojos
me enseñaron a ver
las horas que se posan
sobre la piel del otoño,
las olas que nacen
mientras chocan.

Aquellos ojos
me enseñaron a ser mirada
sin tener miedo,
acariciarle el dorso
a las rutinas desgastadas
que arrancan mis sueños.

Aquellos ojos
que quiero cerca
egoístamente cada invierno
cuando soy yo quien pongo
las distancias en la espera
y las cenizas en el viento.

Aquellos ojos
que me acunaron
también de día,
que me hablaron
cuando nadie lo hacía.

Aquellos ojos
de los que aprendí a murmurar
y no supe escuchar.

Aquellos ojos
que fueron mi espejo
y he enterrado en el musgo,
que fueron mi reflejo
y he cubierto de humo.

Aquellos
ahora son estos.

Siguen con vida,
una que no conozco,
una que abandoné,
la que creo perdida,
la que añoro
y un día rocé.

Nuevos ojos
que yo no he cuidado
cuando no estaban enfermos.

Nuevos ojos
que sigo mirando
aunque sean otros reflejos.

sábado, 10 de octubre de 2020

Domadores

Aquello había empezado por morder su cerebro lentamente, penetrando en su inconsciente y desvelándola en la madrugada sin aparente razón. Seguía con su rutina, feliz.

Bajó luego a su estómago; un temblor constante que la arañaba pero al que no podía ponerle nombre. A veces quería justificarlo con el hambre o el exceso de comida, quizá incluso alguna mariposa revoloteando desubicada.

Sobre su rostro se dibujaron bolsas negras y sobre su cuerpo la fragilidad tomó las riendas. Mencionaba la falta de sueño por el excesivo calor veraniego navegando en la dirección contraria al auxilio.

La estaba devorando. Los minutos se convertían en eternas horas y las noches traían de vuelta a los monstruos de su infancia. Era como una esponja que absorbía su energía. Rechazaba toda conversación al respecto negando el nerviosismo constante.

Con las vacaciones pareció quedar en pausa, olvidado en una esquina como el mono de trabajo. Fueron apenas unos días. El equilibrio se rompió sin previo aviso, se agarró a su pecho hasta convertir su aliento en un suspiro agónico que dejaba la faringe en carne viva.

La ayuda llegó de forma desinteresada, como una conversación que empezó siendo banal y terminó por acariciar al bicho. Fue el inicio del alivio pero eso no bastaba. La solución estaba en ella, y no se trataba solo de reconocerlo e indicarle el camino de salida, se trataba de buscar domadores que la ayudaran a guiarlo por el laberinto de sus emociones.

Podía llamarse ansiedad, depresión o varias formas más de agonía y sufrimiento, al final se trataba de una presión sobre la cabeza que requería ser tomada en cuenta con la seriedad oportuna. Con el tiempo todo podía sumar a la balanza de los aprendizajes: sobre uno mismo y sus limitaciones, sobre el bicho y cómo espantarle, sobre los que te rodean y apoyan, sobre lo que es la vida y lo que queremos que ésta sea.

08-04-2020

miércoles, 29 de julio de 2020

Armonía

¿Y si la pausa se convierte en stop? ¿Y si nunca tendría que haber sonado esa canción? ¿Y si nadie hubiera pulsado el play?

Las melodías que no tienen pentagrama mueren ahogadas con el aire que les da vida.

¿Y si la pausa era necesaria para resetear el casete? ¿Y si solo era una respiración para entonar la siguiente nota? ¿Y si el silencio era la única forma de apreciar el resto de la composición?

Improvisar los acordes insufla de vida las partituras.

¿Y si no es necesario el botón de ir hacia delante sino simplemente seguir escuchando?

Arriba el telón.

sábado, 4 de julio de 2020

Días pasados

Se dio cuenta del aniversario cuando cayó la noche. Era la primera vez que no se levantaba de mal humor recordando que la felicidad de aquel día era una mentira que él mismo había elaborado. Era la primera vez que olvidaba imponerse la amargura a cada paso. Era la primera vez que observaba las felices fotos de la graduación y no sentía nada. Fue la última vez que lloró por aquel día. Descorchó una botella de vino por primera vez, la dejó respirar mientras recorría cada nombre de aquella orla. Vertió el mosto sobre una copa y observó cómo resbalaba por el cristal. Paladeó. Ya no había rencor, ni siquiera hacia él mismo.

martes, 30 de junio de 2020

Un cuento de hados

Aquel tiempo en que creímos en las hadas era el producto de una tierna infancia y la confianza en el mundo. Todo eran cuentos, aventuras en las que pasaba de pirata a princesa con tan solo pestañear, aventuras en las que me dabas la mano y volábamos sin ir a ningún lado.

Al llegar a la adolescencia se acabó la confianza y maté personalmente cada hada que dejaste que poblara mis sueños de niñez. No podía haber magia si no había humanidad. Y te marchaste, elegiste vivir en las estrellas sin que te importara abandonarme.

Recuerdo aquellos años como un inmenso vacío aunque ni siquiera en mi habitación estaba sola. Pinté de negro cada esperanza que se posaba sobre mi hombro, llené de odio cada vaso medio lleno, cubrí mis dedos con la arena que debía cubrir nuestros veranos. Te maldije y quise olvidarte. Me maldije y quise olvidarme.

No sé en que momento trajiste de vuelta a aquellos seres mitológicos. Supongo que cuando me di cuenta de que nunca te habías ido, que seguías aquí vigilando cada uno de mis pasos y mimando cada uno de mis errores. Me devolviste a la vida y te traje de vuelta a los recuerdos. Mandaste desde el mundo de los etéreos un par de alas que se acoplaran solas a mi espalda. Me convertiste en una hada en el preciso momento en que dimitiste como ángel de la guarda.

jueves, 25 de junio de 2020

Los días de antes

Enero 2020. El mundo empieza ilusionado un año que va a cambiar el mundo tal y como lo conocemos. De momento es solo enero con noticias poco claras de lo que sucede en China.

Los voluntarios fuimos volviendo de las vacaciones en nuestros respectivos países y la caldera seguía sin arreglar desde que se nos rompiera el día de Navidad. La pieza estaba en nuestra casa pero tenían que ponerla. Yo había estado en España diez días y entrar en mi habitación era como meterse dentro un congelador pese a que le diera el sol casi todo el día. En la planta baja apenas se notaba porque subía el calor de abajo y estaba la cocina también, pero en las habitaciones de arriba era insufrible. Dormir se podía gracias al edredón, que parecía fino pero no lo era. Hacer vida era imposible. Tampoco teníamos agua caliente y, aunque hervíamos agua, la olla más grande (y la única) seguía siendo muy pequeña. Nos dejaron ir a las duchas de la asociación pero por unos días también estuvieron estropeadas.

En mi oficina teníamos cuatro radiadores portátiles que enseguida nos prestaron. Después de dieciséis días terminaron por arreglarnos la caldera aunque el agua caliente tardó aún varios días en funcionar y la calefacción siguió dando problemas.

Unos días después Sabine encontró un par de chinches en su cama (sí, chinches, leíste bien). Pero es que no era sólo ella, en por lo menos tres habitaciones más también había. El casero no quiso hacer nada pero nuestra organización preparó una fumigación para el lunes.

El sábado estuvimos Lenka, Sabine, Ádám y yo viendo Guardianes de la galaxia vol.1 (James Gunn, 2014) en el salón. Cuando acabó nos quedamos en el sitio, escuchando mil veces la canción de los créditos (Come and get your love de Redbone), no fue intencionado, simplemente enlazamos la conversación y los silencios. Hablamos de recuerdos de infancia (pese a que seguimos siendo muy jóvenes), de pesadillas, de leones y de las chinches amables de la habitación de Sabine porque, aunque luego descubriríamos que era la que más tenía, no la mordían. Pocas veces me he sentido tan cómoda como aquella noche. Era nuestra casa. Era nuestra pequeña familia. Fue muy bonito y sencillo. Pensarlo después de todo lo que ha pasado lo hace aún más especial. Puede que las películas de fin de semana todos juntos sea de lo que más he echado de menos.

Y aquí aún faltaban varias maletas.
Para el lunes por la mañana tuvimos que dejar las habitaciones completamente vacías. Fue muy triste porque aún nos quedaban más de siete meses de voluntariado. Ver las habitaciones tan huecas, tan sin vida pese a que todavía eran nuestra vida...

El salón desapareció bajo las pertenencias de siete voluntarios temerosos de qué pasaría si nos hicieran también vaciar el salón, dónde íbamos a meter todo aquello. El lunes fue la primera fumigación. El lunes fue el primer capítulo de un final.

domingo, 21 de junio de 2020

Nuestro mar

Las tardes que ahogamos en la playa siempre nos parecían pocas. Fue una de esas amistades que por perfectas terminan rotas. Nunca lo hablamos. Nunca lo lamentamos. ¿Recuerdas cómo empezó? Yo no, aunque debíamos tener la edad suficiente para conservar una imagen vaga por lo menos. ¿Recuerdas cómo acabó? Yo tampoco, aunque si de verdad nos importó a lo mejor deberíamos esforzarnos por entenderlo.

Hoy camino por la arena y te quiero ver aquí, junto a mí, pero tan solo veo el mar en calma en el horizonte. Y las olas vienen, rompen, se vuelven difusas junto a mis pies y ya no hay ola, y ya sé que no te puedo ver aunque pasees por la misma playa.

Nos recuerdo de pequeñas en el agua. No me puedo creer que sea el mismo mar. El frío me impide avanzar más allá de las rodillas. Y lo intento un día tras otro en primavera y en verano, incluso me compré un neopreno... pero este ya no es nuestro mar como aquellas ya no somos nosotras. Y ya da igual, y ya no es triste porque es vida, la de dos personas que se querían lo suficiente para dejarse marchar.

jueves, 18 de junio de 2020

Por encima

Se dicen palabras
que ya no pertenecen al diálogo.
Se llama mentira
cuando la verdad duele.

No callamos
por miedo a lo correcto.
El sentido contrario
en la dirección del sueño.

¿Guerra? ¿Posguerra?
No se ha vuelto loco el mundo,
lo hacen esos llamados humanos.
¿Humanos?

La protección al alcance
de quienes conocen lo prohibido.
Lo llaman justicia
y duermen arropados
por el señor de la daga.

No les des un nombre,
no lo merecen.
No les mires a los ojos,
no les escuches.

Parecen mascotas.
Son vampiros
esperando tu sangre.

sábado, 13 de junio de 2020

El regalo de Papá Noel

Diciembre trajo frío, por supuesto, pero más allá, el paraguas y las gafas de sol debían ir siempre contigo, tan pronto puede granizar como estar en medio de un huracán o disfrutar del solecito en la cara.

La particularidad de Bournemouth es que no se sabe muy bien en que punto acaba la ciudad y empieza la siguiente, por un lado Poole y por otro Christchurch. El viaje del mes es a esta segunda. No hay mucho que ver aunque impactan las ruinas de un castillo de arquitectura normanda, y una iglesia enorme a orillas del río en la que pudimos disfrutar de un ensayo del concierto de Navidad.

Recuerdo con especial cariño la fiesta con los compañeros del departamento y todos y cada uno de los juegos. Recuerdo las tres despedidas de Aalto, la estudiante de trabajo social en prácticas en nuestro proyecto, como si en realidad no debiéramos decirnos adiós. Recuerdo el ambiente festivo de la calle contra el que luché mis horas de insomnio.

Y hablemos de eso, de que no es solo que lleven horripilantes jerséis con adornos navideños, o que las postales ocupen largos pasillos en cualquier sitio en que puedas comprar algo, es también que el día 26, festivo nacional, no haya trenes porque Santa lo esté utilizando, o que en las máquinas de autopago la voz del repartidor de juguetes te pregunto por cómo vas a pasar las fiestas. Fue una experiencia cultural interesante.

El día 24 nos fuimos Ádám y yo a Salisbury. Es una ciudad por la que sentimos un gran interés y en la que había mercadillo navideño, no nos hacía falta nada más. Pero el río estaba medio desbordado y los puestos de venta más bien escasos y repetitivos, pero lo suficiente para que él se comprara un reloj con el que a partir de entonces pudiera cocinar, decía...

El día 25 amaneció soleado pero sin calefacción. Papá Noel nos podía haber traído carbón pero fue un poco más cruel incluso, pues en un piso con mal aislamiento y por el que con las ventanas cerradas entra el viento, que se rompa la caldera en un día festivo no es desde luego el regalo que esperábamos... Fuimos a comer a nuestra asociación, fue emotivo estar allí y que nos regalaran un gorro rojo. Por la tarde me di un paseo por la playa antes de regresar al congelador que tenía por habitación pese que aún conversaba cierto calor.

Regresé a España el día 26 tras una lluviosa mañana en Londres. Dejé a Ádám viviendo en la cocina para que por lo menos el horno le diera algo de calor. Aún quedaba lo peor.

lunes, 8 de junio de 2020

Limpieza

Sus duchas duraban una media de dos minutos en función de si se lavaba el pelo o no. La cuestión ecológica estaba presente en su vida pero no era solo eso. Odiaba cómo las películas se recreaban en ese instante de liberación emocional que se suponía sucedía con el agua resbalando por el cuerpo. El ahogo del agua en el agua. Aún le molestaba más lo superfluo de los literatos que adornaban aquel momento queriendo hacerlo sentimental cuando tan solo querían decir que el personaje estaba jodido. No le encontraba sentido a eso de la purificación del alma, la metáfora era eso, banal comparación que no iba a llevarse sus problemas.

No cronometraba la duración. Ni siquiera se había propuesto aquello como una rutina, pero según abría el grifo la velocidad de sus movimientos tomaba el control. Siempre acababa con los ojos rojos por culpa del jabón. Puede que fueran las prisas... Puede...

viernes, 5 de junio de 2020

Convivencia

Por el ruido de sus pisadas pareciera ser un monstruo de dimensiones indescriptibles. Su habitación temblaba como si la avisara del fin del mundo. A veces tenía la necesidad imperiosa de esconderse en el armario con los auriculares puestos y dejar que las horas pasaran. Pero aquello era absurdo, no había ningún gigante viviendo en su casa ni sabía lo que era una terremoto. Abría la puerta y le gritaba a su compañero de piso que no hacía falta que les avisara cada vez que salía de su cuarto, que no tenían intención de ir a robarle.

domingo, 31 de mayo de 2020

Corre: crónica del viaje a Nottingham

Foto de Lenka
Último fin de semana de Noviembre. Sábado 3 a.m. Los ojos de Ale, Lenka, Sabine y Ádám como platos. No estamos en ninguna fiesta. Vamos a la estación de autobuses. No, tampoco vamos a ninguna fiesta. Se llama hacer turismo y tratar de aprovechar al máximo el tiempo. Dos horas más tarde, Londres nos recibe en una niebla densa y con los coches blancos por el frío. Una horita de descanso y otras cuatro más nos llevan al centro de Nottingham. En esta ocasión nuestro hostal es mucho mejor que en la anterior ocasión aunque nos cuesta encontrarlo. 

Se trata de una ciudad que cuenta con más de cuatrocientas cuevas artificiales que han servido a lo largo de los siglos para diferentes propósitos, desde refugio durante la Segunda Guerra Mundial hasta destilería. Nuestra primera parada pasa por el recorrido de seis de ellas. El frío sigue siendo intenso pero allí abajo se está mucho mejor. A continuación nos dirigimos a uno de los pubs que se dice es el más antiguo de Inglaterra y también está excavado en la piedra caliza: Ye olde trip to Jerusalem.

Por la tarde vamos hacia Wollaton Hall, una casa gigante en medio de una bonita colina y en la que se encuentran ciervos. Sin embargo, la noche se nos echa encima rápidamente y la niebla persiste, de manera que tras un largo paseo no nos queda más remedio que volvernos ateridos de frío y sin haber visto nada.

La mañana del domingo nos la tomamos con calma. Hacia las diez nos dirigimos a la estación central de autobuses desde donde partimos al bosque de Sherwood (de nuevo nos toca un autobusero muy paciente y amable). El camino es bonito pero aún más lo que nos espera allí. Se trata de la cuna de la leyenda de Robin Hood. El otoño y la luz del sol se cuelan entre las ramas. Hace frío, pero merece la pena, vaya que sí. Aún siendo un claro destino turístico en cuanto te pones a andar sólo se escucha la naturaleza.

El principal árbol en el que el héroe medieval escondía los botines se encuentra altamente protegido y atrapado por la sociedad contemporánea, pues sus ramas son sostenidas de forma artificial para que se mantenga el icono. Impresiona su magnitud pero choca por todo lo demás. Hay unos bancos de madera a los que llegan los primeros rayos del atardecer (a las dos de la tarde...). Nos sentamos a comer unos espaguetis terriblemente mal cocinados sin parar de dar botes para que no se congelen los pies.

Ya de regreso a la ciudad visitamos el mercado de Navidad y volvemos al hostal a recoger nuestras cosas. La charla con otros viajeros se extiende en demasía y nos toca correr hacia el autobús. Y sorpresa, sorpresa, está lleno y el segundo va con casi una hora de retraso, el tiempo justo que íbamos a tener en Londres para hacer el trasbordo. Nos aseguran que vamos a llegar a tiempo pero la espera se hace eterna, y cuando por fin aparece tarda todavía otros veinte minutos en salir.

Tratamos en cierta manera de descansar durante las casi cuatro horas sentados, pero la hora de nuestro segundo autobús se acerca y aún nos quedan varios kilómetros para llegar a Victoria Station. El autobús se detiene. Un minuto para la salida del que va a Bournemouth. Corre. Acaba de cerrar la puerta pero se compadece de nosotros. Son más de las dos de la mañana cuando nos acostamos, tan cansados como si hubiéramos estado de fiesta pero con otra clase de experiencias.

martes, 26 de mayo de 2020

Siglo XXI

Parecía tener el supermercado en su habitación. En cuatro meses de convivencia jamás salió a comprar y cada día bajaba con alimentos. El caso es que tenía la puerta abierta y no se veía ningún bulto de más. Tampoco recibía ningún envío, de manera que la justificación ya solo pasaba por que hiciera aparecer la comida por arte de magia, que chasqueara los dedos y ante sus ojos se presentara cuanto deseaba. ¡Qué jeta!, sin pagar ni mover el culo; claro, que lo mismo resultaba un esfuerzo mental muy importante para lo que no todos estaban preparados... un momento, igualmente seguía siendo inmoral y no parecía ir con su estilo de vida. ¿Y si se teletransportara? Tendría que pagar pero no querría que nadie la viera utilizando sus poderes, porque claro, ya la tenemos por una persona rarita y sería añadirle más leña al fuego. Espera, ¿magia en pleno siglo XXI? Se le estaba yendo la chaveta con tanta Play.

¡Oh, ya está! Un amante. Venía por la noches cuando todos dormían, trepaba hasta el primer piso y  le hacía la entrega de la compra como si del más preciado regalo se tratara. ¡Misterio resuelto, a seguir con la Play!

viernes, 22 de mayo de 2020

Un paseo con los romanos

La ciudad elegida para el viaje conjunto en Noviembre fue Bath. Cogimos por primera vez el tren en una de las pocas mañanas con niebla.

Los ecos de la Navidad estaban presentes en todas las calles aunque por una semana de adelanto no pudimos ver el mercadillo, de manera que nos dirigimos a la abadía, en obras, por supuesto. Del interior destacaría los ángeles, la bóveda central y las vidrieras, aunque el mayor impacto quizá provenga de la arquitectura global desde el exterior.

En la misma plaza se encuentra el edificio más relevante de la ciudad que corresponde al conjunto de las termas romanas. Aunque masificado, se pueden pasar varias horas disfrutando del entorno que sirvió primero como santuario celta y fue transformado en complejo lúdico con la invasión romana. Aunque no se puede acceder al agua, la propicia conservación y las explicaciones de la audio guía permiten un acercamiento a la época en que aquellos baños cumplían su finalidad.

Por la tarde una visita rápida al puente Pulteney, uno de los pocos en el mundo que además de servir para atravesar el río, contiene varias tiendas. También pasamos un rato en el Victoria Art Gallery, un museo con interesantes colecciones de arte. Nos quedaron cosas por descubrir, como en todos lados.

Mientras, en Bournemouth seguía la apacible vida destruida de lunes a viernes de seis de la mañana a seis de la tarde gracias a la construcción de un edificio frente a nuestra casa. Las paredes de nuestras habitaciones parecían de papel y el aislamiento de las ventanas más bien nulo, así que servían de despertador, a lo que se le sumó que cortaran la calle para meter tubos y trabajaran también de noche. Muy gracioso el que colocó un acento sobre la señal de diversion (en inglés significa desvío pero en castellano ya puedo asegurar que no hacía ni pizca de gracia).

Para entonces podemos decir con orgullo que vivimos en la declarada ciudad costera más bonita de todo el país.

lunes, 18 de mayo de 2020

Precipitaciones

Huele a lluvia. En primavera, verano, otoño e invierno. Abro la ventana e inspiro lentamente dejando que cada alvéolo sea ocupado por el oxígeno. Cuando nos conocimos hacía frío aunque no era la época para ello. Me encandilaron tus ojos de la misma manera que lo hicieron mis labios contigo. Las estaciones pasarían pero tú y yo apenas nos daríamos cuenta porque nuestras caricias no se veían afectadas.

Huele a lluvia. Aquí, en Madrid, en Barcelona y en cualquier otro lugar del mundo. Abro la ventana y saco mi mano izquierda dejando que cada célula de mi piel registre la presencia de esas gotas. No sé dónde te dije por primera vez `Te quiero`. Me habías llevado a tantos lugares que me dejaban sin palabras, que no me atrevería a decir el punto exacto. Odiábamos las cursiladas, las declaraciones románticas y demás verborrea azucarada. Hablábamos, hablábamos mucho de nuestras emociones pero aquellas dos palabras eran dar un salto más allá de las ciudades.

Huele a lluvia. Sean las tres de la mañana o las cinco de la tarde, el reloj del universo corre sin tener en cuenta el estado del cielo. Abro la ventana y observo los charcos alimentarse. Recuerdo nuestro último beso en aquel amanecer eterno. El sol apenas se ocultaba un par de horas al día y habíamos perdido la noción del tiempo. En todos esos momentos, como con la lluvia, solo existía la sensación de comodidad que no ha de acabarse nunca.

Huele a lluvia. Tú ya no estás aquí. No tengo fecha, hora ni lugar porque ese aroma solo me transporta a ti. Abro la ventana. No hay nada que mirar, nada que sentir. Ya no hay recuerdos que pueda rellenar.

jueves, 14 de mayo de 2020

Cada día

Horas rotas,
mutiladas
por aquello que no elegimos
pero alimentamos.

Vértigo
de cada mañana,
esperanza
de cada noche,
y en medio
estrellas,
duelo,
sueños.
Miedo.

Silencio.
Minutos de silencio,
Historias con final temprano,
historias robadas,
asesinadas.

Ecos lejanos
de vida presente.
Realidad.
Voces cercanas
de vidas futuras.
Nueva realidad.
Ficción.
Silencio.

Valentía.
Sacrificios
con nombre propio
y paga impropia.
Alas de ángel,
alas en el cielo.
Ellos.

Otras distancias
sacuden abrazos postergados.
Cuerpos
que han aprendido
a acariciar sin tocar.

Silencio.
Mañana es...
Silencio.
Solo hoy...
hoy.
Silencio.

domingo, 10 de mayo de 2020

Salidas

Dejaron que el silencio les cercara. Él abrió la puerta y ella observó su desplazamiento. Llegó hasta el tope final. Ahora debía cerrarse sola. Sabía que se iba a cerrar sola. Era la ley. La vio deslizarse lentamente sabiendo que daría un fuerte golpe final y que después la costaría más abrirla. Pero su cuerpo no reaccionó y se dio cuenta de ello y de que podía evitarlo, pero simplemente tomó la decisión de no hacerlo.

Tras el portazo se acercó a la ventana y le vio alejarse. Se había ido. ¿Se había ido? ¡Se había ido! Abrió la ventana y supo que en realidad no necesitaba utilizar aquella puerta, que había otras salidas.

jueves, 7 de mayo de 2020

Tres viajes en siete días

Finales de Octubre. Visto lo visto, la mejor semana de todo el voluntariado. Han volado dos meses y nos preguntamos qué deben sentir aquellos que realizan el voluntariado con esa corta duración. Nos parece imposible tener que frenar cuando aún hay tantas experiencias por vivir... o debería haberlas.

De lunes a miércoles participé en un residencial con varios jóvenes de nuestros talleres. Se trataba de una formación para nuevos mentores. Se trata de la figura de un joven al que los demás puedan hablar en confianza de sus problemas y éstos tengan herramientas para pedir ayuda a los adultos y dejar la conversación en un diálogo entre amigos.

Aunque llevábamos varias semanas organizándolo, no cumplimos casi nada del planning. La coordinadora de los talleres nos condujo hasta el bosque donde tendría lugar el residencial, un espacio de película a menos de una hora de nuestra ciudad. Los alojamientos eran de madera y todo alrededor verde, con un lago e incluso hoguera para los malvaviscos.

Mi tarea consistía en tomar todas las fotografías posibles y grabar unas escenas que los jóvenes mismos redactarían en tiempo record sobre bullying y la labor del mentor. Y ha llegado el momento de hablar de Aalto. Ella es una chica finlandesa estudiante en la universidad de Bournemouth de trabajo social, y que empezó a la vez que nosotros con sus primeras prácticas. Aparte de todo lo que me ayudó durante las sesiones y en la preparación de aquellos primeros videos, mi admiración la tiene por su dedicación y cariño con los jóvenes, cómo disfruta con ellos y les hace reír en todo momento, más allá de su labor de fomentar su bienestar. Me siento muy afortunada de haber compartido y aprendido aquellos meses con ella. No hace falta decir que llegará a donde quiera porque es algo que ya hace. Es sobre hacer los sueños realidad. Personas así son las que te hacen valorar tu propio camino. Gracias.

He ido pocas veces de campamento, pero lo que disfruté de esta experiencia es mucho más de lo que podía haber imaginado. Fue idílico pese a lo cansado. Sé que de ahí saldrá un texto especial.

El miércoles volvimos a casa por la tarde y el jueves por la mañana me marché a Dover con Ádám. Probablemente no te suene el lugar, como a la mayoría de las personas a las que le se lo mencione. Fue capricho, la necesidad de seguir viajando y que recientemente había leído un libro que trascurría allí y se me antojo ir. Íbamos con miedo a haber desperdiciado tiempo y dinero en un lugar que quizá no mereciera la pena... y jamás podré arrepentirme de aquella decisión y de aquel fin de semana.

El viaje fue largo. Y con largo me refiero a siete horitas de autobús con una única parada en Londres. Señalar que es una de las ciudades que conecta por ferry con Calais (Francia) y que son emblemáticos sus acantilados blancos.

Del hostal en el que nos alojamos también saldrá otra película, pero creo que no debería hablar de aquella experiencia más allá de que me recordaba a la película Malos tiempos en el Royale (Bad times at the Royale, Drew Goddard, 2018).

El viernes estuvimos visitando unas fortalezas que sirvieron como defensa de la invasión napoleónica. El lugar, sigo con las películas, me recordaba a El corredor del laberinto (The maze runner, Wes Ball, 2014) y el silencio sobrecogedor nos llevaba a pensar en las personas que murieron allí. También llovió y subimos escaleras, muchas escaleras. Pero la vista de toda la bahía merecía la pena. Por la tarde vimos también el museo de la ciudad y luego fuimos a un faro. Fue un paseo muy largo pero precioso. A la vuelta también llovió, y nos calamos, y nos perdimos, y nos llenamos de fango (por supuesto), fue todo tan intenso que creo que podría incluso haberlo disfrutado más. En esa ciudad se quedaron muchos recuerdos.

El sábado nos acercamos a Canterbury y me convertí en hermana de Ádám. Lo de los autobuses en Inglaterra es un tema que no entenderé nunca. Cuando pedimos los billetes nos cobró el abono familiar, no es la primera ni la última vez que nos pasará, pero es un tanto a nuestro favor. ¡Ah, continuamos con la tradición de correr para no perder el bus!

Me decepcionó ligeramente. Supongo que porque tampoco acompañó el tiempo. La catedral estaba en obras (como prácticamente todos), y aunque había cosas interesantes en el interior (como la biblioteca con libros antiquísimos), mi vista seguía cautivada por la de Salisbury. Por la tarde intentamos ver una torre pero por culpa del viento y la lluvia estaba cerrado (el guardia nos dijo que no recordaba un día tan malo en años), vagabundeamos por la ciudad y volvimos a Dover. Esa noche, 2 de Noviembre, Irene se había casado y nuestros 1500 metros se estrenaban en la Sala La Usina. Habían sido días muy difíciles y las palabras no me salían, pero me subí a la azotea y todo brotó. Los recuerdos estarán ligados para siempre. Hubo fango y mucha felicidad.

Encaramos el domingo con calma y cierto cansancio, pero fue el día que mejor tiempo tuvimos. Nos acercamos hasta el castillo. Pasamos seis horas y aun así no nos dio tiempo a verlo todo. Pensábamos que la entrada era cara pero mereció la pena, vaya que sí. Había mucha información y mucha recreación. La puesta de sol desde allí fue espectacular aunque puede que no tan especial como mi mente lo recuerda. Supongo que parte de la magia de aquel viaje.

Regresamos a Bournemouth a las dos de la mañana. Sé que a veces me pongo muy intensa, demasiado; no lo puedo evitar cuando fue un tiempo feliz por mucho que me suene a cursilada. No hace falta pensar, está ahí.

viernes, 1 de mayo de 2020

La batalla

Mar de fondo, pájaros que no abandonan su trinar, el viento frío en la cara... y la aspiradora. Abro los ojos y subo el volumen de la tablet como si con ello me sintiera más cerca del mar. Saco un poco más la cabeza por la ventana y observo al vecino salir al patio con el móvil. Nunca habla con nadie, ni siquiera con sus propios familiares cuando se encuentran en el jardín, como mucho un par de gruñidos que lo mismo valen como afirmación que como negación. Enciende un cigarrillo y se sienta.

Entonces mi mirada se posa más cerca de mi habitación. Sobre el poyete exterior de la ventana una abeja lucha por salir de la tela de araña en la que se ha quedado atrapada. Llevo viendo la red varias semanas, incrementado su longitud pero sin vislumbrar nunca a su dueña. No me alcanza la mano para quitarla y decidí que, como no me molestaba, no tenía porqué hacerla desaparecer, es su hogar.

La abeja se retuerce enredándose más y enseguida se detiene. Queda doblada en una postura que no crea que sea habitual para un ser como ella. Por un instante creo que tiembla, que llora por su fatal destino, y quiero ayudarla, pero no sé cómo. Empiezo a sospechar que es el viento lo que en realidad mueve su ya difunto cuerpecito.

Escucho unos disparos y gritos de esos que también cercenan los tímpanos. Miro la tablet desconcertada, no es ningún anuncio, mi mar sigue sonando. Presto atención a una nueva ráfaga de balas. Es un videojuego. El vecino está sentado tomando café y fumando mientras emocionado pulsa la pantalla que a veces incluso es salpicada por la sangre.

Por fin conozco a la dueña de la telaraña. No es muy grande, creo haberla visto merodear por los alrededores en alguna ocasión, pero no me imaginaba que tuviera tal mansión. Ha cubierto casi por completo a la que sin duda será su manjar en las próximas horas. La arrastra hacia lugar más seguro.; el viento aún hace tambalearse su red. Los muertos, los del videojuego, continúan sucediéndose.

Por lo visto la cocina se sitúa bajo la ventana. La veo entrar pero no puede hacer lo mismo con su trofeo, parece demasiado grande. Veo sus patas trabajar a máximo rendimiento. Ha conseguido introducir la mitad. Afuera queda la cabeza, unos pozos negros de los que me cuesta apartar la vista pese a que si se hubiera atrevido a visitar mi cuarto no hubiera tenido dudas en echar, puedo que incluso dar un final similar.

Mi vecino lanza un grito de alegría que supongo es el resultado de una gran cantidad de fallecidos. Apaga el cigarrillo y sin levantar la vista del móvil, regresa al interior de su hogar. La taza y el mechero quedan abandonados en la mesa.

La araña termina por impulsar a la abeja al interior de su casa. Vuelvo a mirar la tela, parece que no haya sucedido nada.

Apago la tablet. Ya no hay mar que sentir cerca.

martes, 28 de abril de 2020

De pañuelos y palomitas

Hemos llegado a Octubre. Ha pasado un mes y nos vamos acostumbrando a nuestras nuevas rutinas y la vida en un país con costumbres diferentes. Me encanta mi proyecto y empiezo a conocer a los jóvenes con los que trabajo, pero aún me queda mucho por aprender.

No he sido de celebrar los "Dia de", con excepción de Libro y Teatro, pero he decidido añadir uno a la lista, el 10 de Octubre se celebra el día de la salud mental y el color amarillo lo simboliza. Pasamos la mañana en un centro comercial repartiendo panfletos y revistas. No nos va muy bien y seguimos luchando para que la caseta no salga volando, pero el mensaje queda dicho.

Imagen de Lenka
Además de cenar todos los voluntarios juntos los domingos, nos hemos propuesto viajar una vez al mes. Para este mes elegimos Salisbury, pero supongo que antes debo introducir a Snc, el último voluntario. Procede de Pakistán aunque vive en Francia. Llega el viernes y el sábado realiza con nosotros la primera excursión.

Un autobús nos lleva directos al centro de la ciudad. Es un camino de hora y media pero se nos pasa volando entre conversaciones. Lo primero que vamos a ver es la catedral. Es la que más me ha impresionado, quizá por la calma del entorno y el buen día que tuvimos. Del interior me sorprendieron especialmente los techos aunque las cristaleras tampoco se quedaban atrás. Uno de los puntos que más destacan los panfletos es la presencia de la Carta Magna, aunque en realidad y como comprobaré después, en todas partes se la menciona por alguna clase de conexión.

Quisimos entrar en un par de museos pero la entrada no era precisamente barata, así que nos fuimos a comer y por la tarde paseamos por la plaza. Pese a que Stonehenge está cerca decidimos dejarlo para el solsticio de verano puesto que se puede acceder gratis... dudo mucho que vayamos.

Nota: los jardines centrales de Bournemouth están cerrados porque preparan el mercadillo de Navidad.

Nuestra agenda de viajes sigue movidita. Al fin de semana siguiente, Chaïda, Lenka y Sabine tienen visita de sus respectivos países y organizamos una excursión a Old Harry Rocks, porque es algo más que piedras, y un paseo muy agradable con amigos. El autobús esta vez es una clase de idiomas, nos dedicamos a tratar de repetir palabras en otros lenguajes, casi todos parecidos e imposibles con el húngaro. Cosas de la convivencia, las primeras palabras que intercambiamos son pañuelos y palomitas...

El día es largo y el sol acompaña, a veces nos cuesta creer que sea Inglaterra. Continuamos el paseo por el acantilado, un camino que me tiene fascinada. Terminamos en la playa de Studland.