sábado, 30 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 3/3 Travesía del río (por camino mágico)

Regresa a la parte 2 (por el camino mágico)

No he dormido muy bien. Hacía años que no volvía a la casa del pueblo. Después de lo que sucedió aquel día no quise acercarme por aquí. Y si lo he hecho ahora ha sido solamente por el entierro del tío Emilio.

He desayunado en el jardín y he discutido con mi primo dos veces a lo largo de la mañana. Así que con la intención de no provocarle un disgusto mayor a mi madre, me he preparado un bocadillo y he encontrado una ruta al lado del río, bien señalizada y en dirección contraria al embalse. Lo cierto es que yo no estoy ya para estos trotes, pero reconozco que respirar un poco de aire puro sí que lo echaba de menos.

Debían de ser las tres de la tarde cuando me he apartado un poco del camino para almorzar. Estaba siendo un paseo muy agradable, pero me empezaba a sentir cansado. Me he recostado sobre el césped y me he echado una cabezadita.

Ha sido infinitamente más placentero que las últimas dos noches. Diría que incluso me he despertado más feliz. Ha sido extraño. Sé que he tenido varios sueños pero no recuerdo nada.

Me he quedado un rato viendo las nubes pasar y luego me he dado cuenta de que no estaba solo. Unos metros más allá, yacía una mujer desnuda, con la cabeza dentro del agua y el resto del cuerpo fuera. Me he levantado de un salto y he corrido hacia ti.

Tu piel estaba fría y tenías varios moratones por todo el cuerpo. He temido que estuvieras muerta y me he agachado muy lentamente hacia ti. Te he tocado el hombro con intención de girarte y has sido tú quien ha terminado el movimiento.

Me he dado cuenta de quien eras. Tienes la misma sonrisa que entonces, tan solo el pelo blanquecino ahora. Me he quitado el abrigo y te he cubierto con él. Te he preguntado qué te había pasado y he llamado a una ambulancia. No has dicho ni una sola palabra. Me has mirado todo el tiempo, con los ojos muy abiertos.

Nos hemos quedado en silencio. Como sucediera entonces, he vuelto a estirar mi brazo izquierda hacia tu mejilla derecha. A tan solo unos milimetros de rozarte la piel, has abierto la boca, me has enseñado tus colmillos ensangrentados y te has lanzado sobre mí.

viernes, 29 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 3/3 Travesía de la universidad (por el camino mágico)

Regresa a la parte 2 (por el camino mágico)

-Yo sé que es imposible, estamos a más de diez mil kilómetros de distancia, pero te juro que eres idéntica a ella.

-Una forma peculiar de ligar - replicó ella después de un largo silencio.

-No, no, yo no quería...

-Me abordas en mitad del pasillo, me dices que nunca me has visto por la facultad pero que soy idéntica a una sirena que viste en tu país.

-Ya, suena un poco... perdón... mejor me...

-La respuesta es sí.

-¿Sí, qué?

-Sí quiero salir contigo - sostuvo mientras escribía su número de teléfono en un trozo de papel.

Él lo recogió y la vio alegarse por el pasillo de la cafetería. Nunca antes se había declarado, siempre habían sido ellas las que daban el primer paso... y él quien las había rechazado porque no sentía mucho más allá que una amistad, si es que acaso alcanzaban tal estatus. De las pocas personas por las que sí se había enamorado, había sido cobarde y se había callado sus sentimientos.

Y ahora ella. Idéntica a la criatura del embalse. La misma sonrisa en la que perderse. La misma dulzura en su voz. La misma reacción en el pecho. Acababa de verla por primera vez y ansiaba que no fuera la última. Le asustaba lo precipitado de su propuesta pero...

Miró el papel y estudió cada uno de sus dígitos. Hasta su letra le parecía preciosa. Sacó su teléfono y marco las nueve cifras. Cuando fue a guardarlo se dio cuenta de que seguía sin saber su nombre. Tecleó "Es ella" y le dio a guardar.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 3/3 Travesía del aire (por el camino mágico)

Regresa a la parte 2 (por el camino mágico)

Has aparecido en mi mente con tal intensidad que me he despertado sudando. Con la boca seca de tanto llamarte. Aún sin saber tu nombre.

He salido de casa en pijama y sin desayunar. He atravesado el pueblo deprisa y he tomado el camino de tierra ya casi corriendo.

Me he acercado a la orilla más cercana en la que te vi. Sin quitarme la ropa ni pensármelo un segundo, me he adentrado en el agua. Hasta que mis pies ya no tocaban suelo. Entonces he empezado a nadar. Primero despacio y luego más rápido. Sumergiéndome. Te estaba buscando. Quería que me cantaras. Te estoy buscando y quiero que me cantes. Al oído. Muy suave.

Estoy en el centro del embalse, con la respiración agitada y los ojos enrojecidos de llorar.

Veo unas burbujillas salir a la superficie a un escaso metro de mi. Una figura emerge.

Contengo la respiración hasta que me doy cuenta de que eres tú... eres tú...

Con la misma sonrisa que entonces pero con la mirada más entristecida. Eres tú esta vez quien estira su mano hacia mi rostro. Y yo hago ningún esfuerzo por apartarme. Apenas me rozas la mejilla y siento que me falta el aire. Literalmente. Mi cabeza está por encima de la superficie del agua pero no consigo llevar oxígeno a mis pulmones. Veo el miedo en tus ojos. Te retiras un metro más allá sin quitarme la mirada de encima.

Entre bocanada y bocanada de aire te pido que cantes. No sé si me entiendes. Me cuesta mantenerme a flote. Siento... siento que te acercas a mí. Y que... dudas. Creo que me has cogido del brazo... y tiras de mí.

Me llevas a la orilla. Escupo agua. Vomito. Voy recuperando lentamente la respiración. Estás a mi lado. No me tocas pero tampoco te apartas.

Me doy cuenta de que ahora eras tú la que tiene dificultades para encontrar el aire. Me sonríes. La sonrisa más bella que pueda recordar. Pero tus ojos se van cerrando.

Te arrastro como puedo hacia el agua. Cuando todo tu cuerpo queda de nuevo cubierto por el agua, te vas recuperando... y volvemos a estar en la situación contraria: mi respiración se acelera... en busca de un oxígeno... que no puede encontrar...

Te abrazo. Y me abrazas.

Me cantas.

Nos fundimos y la noche nos arrastra.

domingo, 24 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 2/3 (por camino mágico)

Regresa a la parte 1

La vi y la escuché. Tenía una voz tremendamente dulce. Cariñosa. Suave. Muy tranquila. No llegaba a entender lo que me decía pero sentía claramente que se dirigía a mí. Presté atención a su cuerpo; en lugar de piernas había una larga cola escamada. Recordé aquella clase de literatura en que nos hablaron de cómo se decía que las sirenas atraían a los marineros con sus cantos y luego los ahogaban en el mar.

Abrí todavía más los ojos y me obligué a sacar la cabeza y respirar. Ella también emergió. A mi lado. Con la sonrisa más bonita que nunca antes hubiera visto.

Permanecimos flotando en el agua mirándonos a los ojos. Sería incapaz de decir cuánto tiempo pasó. Me sentía ajeno al cansancio, al sol acercándose al horizonte y a la pareja que seguía magreándose bajo un árbol en la orilla del embalse. Diría que incluso era ajeno a mi propio cuerpo, aún cuando temía que al mínimo movimiento, se lanzara sobre mi y me hundiera sin apenas tiempo para reaccionar. Y sin embargo tuve una intensa necesidad de estirar mi mano hacia su rostro. Quería acariciarla. Me despertaba tanto miedo como ternura.

Levanté el brazo izquierdo mientras me esforzaba con el derecho y las piernas por mantenerme a flote. Lo extendí muy lentamente y a apenas unos milímetros de su mejilla derecha, me dedicó una última sonrisa y se hundió. Para cuando quise meter la cabeza de nuevo, ya solo pude ver la estela de su aleteo.

Me quedé allí un rato. Hipnotizado. Perdido. El sol terminaba por ocultarse en el horizonte y la pareja bajo el árbol recogía sus cosas. Me acerqué a la orilla y me quedé tendido en el césped mirando el cielo. Me di cuenta de que estaba hiperventilando y por un segundo dudé si es que acaso me había hundido a mitad de camino y todo había sido una alucinación fruto de la falta de oxígeno. ¿No decían que en los últimos segundos de vida veías tu vida pasar? Bueno, pues mi vida debía ser una mierda y mi mente decidió inventarse otra película.

La oscuridad fue descendiendo por el monte. La pareja se me acercó. Eran extranjeros. No entendí nada pero creo que estaban preocupados por mí. Me dejaron una toalla y me ayudaron a levantarme. Con señas, me indicaron que les siguiera. Me subí a su coche y me acercaron hasta el pueblo.

Les devolví la toalla y me despedí de ellos con la mueca de una sonrisa, porque lo cierto es que mis ojos seguían perdidos en los de la joven criatura que acababa de ver en el embalse. Caminé descalzo por el centro de la calle despertando la curiosidad de las vecinas.

No recuerdo mucho de los días posteriores. Mi madre dice que estuve una semana sin hablar. Lo que sí tengo claro es que en estos quince años no se lo he contado a nadie, ni lo he dejado por escrito en algún diario ni nada por el estilo. Tampoco dudé nunca de lo que había visto. Ni volví al embalse. A ese ni a ninguno otro. Solo en época de sequía les preguntaba a mis padres por el nivel del agua allí.

Apenas me permito recordar aquel día. Pero hoy no lo he podido evitar.

Continúa por la travesía del aire.

Continúa por la travesía del río.

Continúa por la travesía de la universidad.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 1/3

Una vez crucé al otro lado del embalse nadando. Llevaba gafas de buceo pero iba con los ojos cerrados. Me imaginaba toda clase de criaturas emergiendo con la peor de las intenciones, cuando lo cierto es que probablemente no hubiera más que un puñado de peces deseando mantener la calma de su hábitat. Supongo que coincidió con aquella época en que las matanzas por parte de animales poblaban el cine, y desde luego que no ayudaban nada las bromas de mis primos. A fin de cuentas yo era un crío.

El caso es que aquel día, en un afán por demostrarles a los colegas que no era un cobarde, o queriendo demostrármelo a mí mismo, comencé a bracear hacia la otra orilla.

Sé que tardaron en darse cuenta y que luego, preocupados, me gritaron que volviera. Porque el caso es que yo era el único que temía "los monstruos de las profundidades" pero ninguno de ellos había cruzado aún al otro lado. No creo siquiera que hubieran llegado tan lejos de lo que yo me encontraba en ese momento.

Me detuve y les saludé agitando el brazo. Debía llevar recorrido un tercio de la distancia total. Mi respiración estaba agitada por el esfuerzo. Y por el nerviosismo.

Seguí braceando. Estaba acostumbrado a nadar en piscina y, aunque no fuera la agitación del mar, notaba la corriente y tenía que hacer un esfuerzo mayor.

Por unos segundos olvidé mi miedo; me giré y continué a espaldas. Abrí los ojos, el cielo estaba completamente azul. Movía los brazos de la misma manera que no se piensa en el movimiento de las piernas al caminar.

Me giré de nuevo. Ahora ya con los ojos abiertos bajo el agua. Estaba un poco turbia. Los rayos de sol generaban una cortina de luz un par de metros adentro y, después, solo quedaba la oscuridad. Nada más.

Me detuve de nuevo. Estaba bastante cerca de la orilla. Una pareja coqueteaba bajo un árbol. Al otro lado, mis amigos recogían a toda prisa y se largaban, llevándose mi ropa con ellos. ¡Pues qué divertido! Golpee el agua con fuerza. A esa distancia, por mucho que me esforzara, no les alcanzaría. Ni siquiera grité, no me oirían. O me ignorarían. Estaba a punto de lograr mi objetivo frente a su inmadurez.

Volví a meter la cabeza en el agua. Entonces la vi.

Continúa por el camino mágico.

Continúa por el camino realista.

viernes, 15 de diciembre de 2023

La carta - 2/2

Regresa a la página 1

Pienso que eres guapo a pesar de tus orejas puntiguadas. Marcos decía que te las pegabas con mocos para que quedaran así; y Carlota, que te habías puesto un alfiler. Nunca les creí. Ahora Marcos ya no sabe quién eres. Te habrás dado cuenta de que no vive aquí, solo viene en verano. No sé cómo lo hacéis pero no consigo que coincidais. Yo no creo que se haya olvidado de ti. No ha podido hacerlo. Es solo que se ha vuelto un poco estúpido. Mi abuela dice que es por estar todo el día con la maquinita. Yo creo que es porque en la ciudad solo respira humo y entonces las neuronas se le atrofian.

Nadie sabe tampoco donde trabajas. Si es que lo haces. A mi eso... me da un poco igual, pero creo que puedes ser un artista. Que dibujas. O que escribes. O las dos cosas a la vez. Yo quiero ser pintora de cuadros. Carlota repite lo mismo que mi madre "del aire no se puede vivir y del arte, menos". Pero es que a lo mejor estás todavía estudiando y son tus padres los que trabajan. Carlota últimamente se ha vuelto un poco pija... y nunca quiere hablar de ti. Creo que es porque sus padres no se fían. Una vez la oí decir que tenía que buscarse otra amiga que fuera a tener un trabajo de verdad. Pero eso es un poco dificil, las demás chicas de clase son super aburridas. Nosotras nos lo pasamos bien juntas.

¿Eres un elfo? A ver, que yo ya soy un poco mayor para creer en esas cosas pero... lo eres, ¿verdad?

Bueno, yo en realidad lo que te quería contar...

Me voy.

Me han dado una beca para estudiar el próximo curso lejos. Es guay pero... Pienso en Marcos, y en Carlota... No quiero que me pase como a ellos.

Por eso te pido que... si alguna vez dejo de ser la niña que soy, espero que al menos tú me puedas recordar quién era. Prométemelo, por favor.

lunes, 11 de diciembre de 2023

La carta - 1/2

Te escribo porque me voy y no quiero olvidarte. Llevo varias semanas planificando mentalmente esta carta, pensando si debería mejor hablarte a la cara. Pero necesito que quede un registro físico y que tú tampoco me olvides. Para que un día me hagas regresar.

Yo sé que tú no eres cualquiera. Yo sí puedo pasar desapercibida, como alguien más del montón. Pero tú no. Aunque parezca que eso a nadie le importe.

Jamás te he visto probarte unas botas. Te veo descalzo en la plaza, en la iglesia, en el instituto, incluso en el camino de barro que va hacia el puente viejo. La piel de tus pies no parece afectarse por los cambios de temperatura o la rugosidad de las superficies. Aunque lo que de verdad no me explico, es que estén siempre limpios.

Me encanta que huelas a galletas recién horneadas. También me he dado cuenta de que llevas todos los días la misma ropa. ¿Es tu uniforme? Con Marcos y Carlota nos hemos preguntado si duermes también con tu traje puesto. O si tienes un pijama a juego. Cuando éramos más pequeños, quisimos seguirte hasta tu casa. Pero no lo conseguimos. No hubo forma de saber en qué calle vives. No lo entiendo. Porque ni siquiera a nuestros padres eso les importa. ¡Ni a mi abuela, que siempre lo sabe todo!

No hablas con nadie. No creo que seas mudo. Aunque tampoco tengo evidencias. Pareces... extranjero. Creo que vienes de muy lejos. Y me gusta la forma que tienes de comunicarte. Creo que es... más bonita. La parte de que nos hagas señales es a veces hasta divertida. Pero tus ojos... no creo que vaya a conocer nunca a nadie capaz de decirme tanto con solo dejar que nuestras pupilas se crucen. Y soy joven y supongo que me enamoraré en varias ocasiones, pero la conexión que surje contigo es tan fuerte que alcanza cada célula de mi cuerpo. Sé que no soy la única que lo siente así. Tan fuerte. Todos los niños del pueblo lo sentimos, aunque no seamos capaces de explicárnoslo los unos a los otros. Es lo mismo.

Continúa en la página 2

jueves, 7 de diciembre de 2023

Al otro lado del muro

Cuando nos volvamos a encontrar, la noche se habrá extinguido en el mar y el sol será la única estrella visible. No quedarán tampoco nubes en el cielo y el oleaja estará en calma.

Cuando nos volvamos a encontrar, el bosque lucirá frondoso y los animalillos despertarán de su letargo. Puede que incluso los gnomos se atrevan a conversar con las ardillas y las hadas jugueten con los ciervos.

Cuando se acerque el momento en qeu podamos vernos de nuevo, flotará en el aire una dulce melodía de piano que solo nosotros sabremos de dónde procede. Pero que a todos encandilará.

Cuando se acerque el momento en que podamos vernos de nuevo, las balas tornarán en claveles blancos y las lágrimas en risa. Olerá el abono tanto como el puchero a fuego lento. Sonarán las campanas solo como testigo de la celebración.

Cuando sientas de nuevo mi piel erizarse, sabrás que ha llegado el día.

Hasta entonces, sigue acariciando el susurro que es mi voz y no ha de apagarse.

lunes, 4 de diciembre de 2023

La tormenta dentro

La luz del sol se cuela por las rendijas de las persiana y evidencia una capa de polvo sobre el escritorio. Hay huellas dactilares que no han dejado marcas. En la estantería se balacean hojas a cuadros garabateadas. La puerta izquierda del armario sigue abierta y deja entrever un par de botas femeninas, unas pantuflas grises y tres abrigos de piel colgados deprisa. La cama recién hecha y los peluches alborotados en una esquina de la habitación.

El olor del último café empieza a extinguirse de la tela de las cortinas. Los platos siguen en el lavavajillas y los cubos de basura están vacíos. Sin bolsa siquiera. Las hojas secas en el macetero de la entradita y un paraguas sin dueño como acompañante. La puerta del salón sigue cerrada. Con los restos de la tormenta aún esparcidos por el suelo. Y ella.

Ella atravesando la puerta del salón. Sirviéndose café en una taza que no necesitará ser limpiada y acariciando los peluches que no puede colocar en su cama.

jueves, 30 de noviembre de 2023

Él. Nosotros. Su interlocutor. Y el autobús medio vacío - 4/4

Regresa a la parte 3.


Y entonces cuando está amaneciendo. En ese paisaje tan idílico en que a un lado de la carretera queda la montaña y al otro va saliendo el sol por la línea en que se juntan el océano y el cielo. Cuando se lo han contado todo y les siguen faltando horas para hablar. En los últimos minutos antes de que el autobús se desvíe a la ciudad y se detenga en una estación al aire libre. Entonces la magia se desvanece.

Nosotros leemos eso y pensamos 'oh, no, joder, maldito autor-autora-autor/a-autor@, después de todo este viaje emocional, no le puedes matar. ¿Un accidente? ¿En serio? ¿No se te podía haber ocurrido alguna otra cosa más original?'

Pero no. No hay sangre ni cuerpo que velar. Tampoco lo secuestran los extraterrestres. Solo silencio.

Se quedan callados. Permanecen sin abrir sus labios. Inmóviles. En la noche que va siendo un nuevo día. Solo silencio. Ni una palabra. Se les ha acabado todo. De pronto. No hay nada.

Nos preguntamos '¿cómo es eso posible?, ¿cómo? ¿así de la nada?'.

Ya no hay un ellos. Se han dado cuenta, a la vez, sin ninguna referencia en particular, como parte de un... entender... la vida... Se han dado cuenta de que podían seguir imaginando ese perfecto viaje para el resto de sus días, pero que ninguno de los dos quiere renunciar a su presente. Ni conformarse con ser solo amigos. O amantes. No les vale. Se han dado cuenta y les da pena. Y no quisieran tener que elegir. Pero saben que se les ha acabado el billete. Su billete.

Nosotros pensamos 'pues vaya mierda, para esto mejor el accidente, el drama'.

Se despiden cordialmente y les llega el peso a los ojos. El cansancio de haber estado toda la noche en vela y pensar que tienen que estar ahora ya todo el día despiertos. El agotamiento de toda una vida juntos que no vivirán. Del exceso de azúcar.

El peso. La fuerza de atracción de La Tierra sobre los cuerpos. El intercambio de frases con una clara intención pero sin un destino fijo. La nada. El vacío.

Él recoge la mochila de deporte que iba a sus pies y se la cuelga en el hombro derecho. El maletín del ordenador lo toma por el asa con la mano izquierda. Desciende del autobús. Siente el frío y el olor a salitre. No le han ido a buscar. Tampoco lo esperaba.

Nosotros le vemos desde la dársena alejarse. Queremos pensar que está taciturno. Por eso del viaje emocional. Pero no lo sabemos porque no estamos en su cabeza. Solo le vemos de espaldas. Alejarse. Mientras nosotros, quizá taciturnos, quizá convencidos de nuestro próximo viaje, de volver al mar, cerramos el libro y salimos a la calle.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Él. Nosotros. Su interlocutor. Y el autobús medio vacío - 3/4

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No responde. Está en linea y lo ha leído.

A nosotros, que somos modernos (o nos lo creemos. O nos gusta jugar a que los somos) nos parece una espera ridícula. Absurda. Innecesario. Porque ya hemos visto que se van a pasar la noche pelando la hebra acaramelados.

Pero a él solo le importa que no llega ningún mensaje de vuelta. No ha formulado ninguna pregunta pero espera una respuesta. Que no llega. Mientras su interlocutor sigue en línea. Mientras las farolas se difuminan rápidamente por su rostro.

Entonces su llamada. Él descuelga al instante. Un silencio suave. Cálido. Si es que acaso la ausencia sonora tuviera temperatura.

Un 'hola' susurrado. Su interlocutor también sonríe. No le vemos la cara. Y el cuerpo. Está a varios cientos de kilómetros. No le vemos físicamente. Pero en sus labios se dibuja también una curva en forma de U que simboliza su estado emocional.

Y hablan. Hablan durante horas. Durante toda la noche. Hablan de su día, de su fin de semana, de sus planes para el próximo verano, e incluso de las siguientes navidades pese a que acaba de empezar febrero. Se cuentan a ratos. Se escuchan. Se preguntan y se cuestionan. Se lo dicen todo en voz baja. Pero ahora sí, todo el autobús les presta atención. A los dos.

Nosotros no. No podemos. Nos quedamos sordos. Nos quedamos con la curiosidad y las ganas de cotilleo. Porque somos conscientes de que este fue el inicio del relato. Y queremos saber de su historia personal, ponerles nombre, quizá apellido, un pasado con aventuras y desamores. Pero queda todo como parte de su intimidad.

Y sin embargo, no sería difícil pensar que están imaginando cada detalle de su primera escapada juntos, que lo están planificando sin tomar ninguna nota, y que aún así lo llevaron a cabo con éxito prácticamente en su totalidad.

Entonces cuando está amaneciendo.


Continúa en la parte 4.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Él. Nosotros. Su interlocutor. Y el autobús medio vacío - 2/4

Regresa a parte 1.


Él se dirige al asiento de ventanilla de la quinta fila.

Nosotros nos quedamos al otro lado del pasillo.

Coloca una mochila de deporte medio vacía a sus pies y un maletín de ordenador en el asiento contiguo. No lleva abrigo. Viste con un jersey de lana beis que remanga y suelta cada cierto tiempo. Más bien como acto reflejo de su nerviosismo que por una cuestión de temperatura. Probablemente ni sea consciente de ello. No, no lo es. El pantalón vaquero le queda holgado pero no usa cinturón. Sus deportivas: desgastadas. Pero cuidadas: se anuda y desata los cordones para cada ocasión, en lugar de dejarlos siempre apretados. Joven. Veintiocho años bien disfrutados. No, no tiene granos. Tampoco gafas.

Nosotros también nos acomodamos en nuestro asiento pero no importa cómo vamos vestidos. Ni si nuestra vista está atrofiada.

Él observa a través de la ventana cómo el autobús abandona la dársena y sale a la ciudad. Callejea por el centro y termina saliendo a una autovía. Echa un vistazo rápido al móvil. Sin un interés real. Es un acto reflejo como parte de una necesidad constante de comunicación. O incomunicación. Apenas un segundo de luz en la pantalla. Un parpadeo. Lo suficiente para ver una notificación. 

Una notificación entre varias que observamos nosotros.

Pero solo una que despierta su atención. Desbloquea el teléfono y abre el chat. Sonríe. Es esa clase de esbozo que deja muy claro cuál es el dibujo completo.

Le vemos meditar la respuesta. No vemos lo que escribe. Solo que sus dedos teclean rápido en la pantalla táctil. Le vemos mirar la pantalla. El interior del autobús en penumbra y el rectángulo blanco entre sus manos.

Continúa en la parte 3.

martes, 14 de noviembre de 2023

Él. Nosotros. Su interlocutor. Y el autobús medio vacío - 1/4

La fría noche en el exterior y el radiador encendido en el interior. El autobús va casi vacío. Apenas una luz tenue que invita a cerrar los ojos y dejar que el largo viaje hasta la costa sur del país, sea parte de los sueños y el descanso placentero. De dormitar mientras eres transportado.

Mienetras ellos están ligando. Creemos que a nadie le importa dentro del autobús pero a nosotros sí. Más que a nadie. Más que a ellos incluso. Su voz, sus labios, su mirada, su risa,... cada milímetro de su cuerpo evidencia la descarga emocional que se registra en su corazón. No es ese tipo de lío que surge por la mera diversión, es... algo más... serio. Profundo. ¿Empalagoso?

No nos vamos a quedar con esa imagen. No de momento. Nosotros somos modernos. O nos los creemos. Y nos gusta jugar. Con el tiempo. Con la imaginación. Con el ser humano. Con la palabra juego. Así que en lugar de endulzar con más adjetivos ese fragmento amoroso, optamos por retroceder unas horas.

◀◀◀

Él ha llegado a la estación central de autobuses de su ciudad.

Él que podías ser tú. O tu vecino. O tu hijo. O tu padre. O tu mejor amigo. O la persona con la que te cruzas todos los días al bajar a tirar la basura. Pero es él.

Ha caminado desde su trabajo fumándose con calma un pitillo. Ha cruzado el río por encima de un puente de piedra. Uno de esos puentes históricos. Ha tomado la calle principal por unos cinco minutos y luego ha girado a la derecha. Ha comprado un sandwich de atún y tomate en un dispensador automático del hall. Lo ha devorado. Ha descendido por las escaleras mecánicas. Apenas ha tenido que esperar ninguna cola. Ha buscado el billete digital en su correo electrónico y se lo ha enseñado al conductor.

Nosotros le acompañamos. A veces sobre su hombro, a veces sobre su espalda. Todavía no le vemos la cara. Aunque nos gustaría averiguar si tiene granos. Es esa clase de detalles por las que 'él' se convierte en tu padre o tu mejor amigo. De momento sigue siendo sólo, y enteramente, él.


Continúa en parte 2.

sábado, 7 de octubre de 2023

¿Dónde estás?

He visto tus gafas de sol en la encimera de la cocina al llegar del colegio. He soltado la mochila en mitad del pasillo como si no pesara más que una pluma. He subido los escalones de dos en dos regañándote porque anoche llegaste muy tarde de trabajar y no me acostaste. Me quedé despierta esperándote pero no te oí llegar y esta mañana ya te habías ido. El próximo día que vea a tu jefe voy a tener unas palabras con él. ¡Es que no me deseaste suerte para el examen de matemáticas! Pero, ¿sabes qué? Me ha salido super bien.

He encontrado a mamá en la habitación, vestida de negro y sentada al borde de la cama. Le he preguntado por ti y me ha venido a abrazar. No sé por qué tenía los ojos rojos. Puede ser porque al duchaise la ha entrado un poco de champú. A mi a veces también me pasa. Y molesta mucho. Así que yo también la he abrazado.

Luego me he acordado de que te tenía que contar lo que ha pasado en el recreo. ¡No sabes la que se ha liado! He salido corriendo por el pasillo hacia tu despacho. Mamá me ha llamado. Yo sé que no está bien desobedecerla y que ya soy mayorcita y me tengo que portar mejor, pero es que de verdad que no me podía aguantar más contarte to que ha pasado.

Tampoco estabas en el despacho. Ni vi tu maletín. Eso me ha parecido un poco extraño. He bajado al salón y revisado en el baño. He salido al patio pensando que estarías jugando al escondite. Como seguía sin encontrante, he pedido que me dieras una pista. ¿Caliente o frío? No me has contestado y lo he repetido. ¿Caliente o frío?

He vuelto a la entradita. Justo estaban llegando los abuelos. No sabía que vinieran a comer. ¡Y qué casualidad, están vestidos también con ropa negra! El abuelo me ha abrazado. Pero ha sido un abrazo muuuuuuuuy fuerte y muuuuuy largo. Yo sé que me quiere, pero casi me espachurra. Le he preguntado por ti, si te habían visto al entrar, y no me ha contestado. Eso es un poco feo, si te hablan, tienes que contestar, aunque no quieras.

Papá, ¿donde estás?

martes, 3 de octubre de 2023

¡Basta!

Se me hace insoportable y no me gusta. Se me atora en la garganta y me obliga a respirar más rápido y a la vez sentir que no entra nada de aire en mis pulmones.

Se me hace insoportabile y no aguanto que sea así. Es que simplemente no debería serlo. Siento la presión sobre mi pecho y que no hay masaje que lo mitigue.

Se me agota la energía cuando aún no ha empezado el día. No hay desayuno ni abrazo que encajen en la cerradura. No hay una gota de vida que pueda ser usada.

Y es que no quiero tanta mentira y me veo obligada a alimentarla. A cebarla aunque sepa que ya no la digiero. A seguir hasta el empache y luego hacer que no entiendo el vómito. A seguir celebrando como si no pasara nada.

Simplemente no me da la gana seguir este camino. No, simplemente no, porque es la respuesta a un pensamiento concreto, a una forma de ser definida a través de la razón. No me da la gana y no quiero. Porque no hay justificación ni lazo que supere tanta falsedad.

Se me hace insoportable y no puedo más. Ni me lo merezco, ni creo que deba consentirlo Y no voy a hacerlo. Porque si vamos a jugar a ser adultos, jugemos de verdad.

06-01-2024

domingo, 24 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 3/3

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Miércoles 13 de Septiembre. 22:13h. Madrid centro.

He visto Finlandia en el Teatro de la Abadía, he caminado hasta Plaza de España y allí tomado el metro. Me he bajado al llegar a mi barrio. La estación queda cerca de mi edificio.

Subo las escaleras pensando en las ganas que tengo de escribir. En todo lo que quiero escribir. En que llevo más de media hora redactando mentalmente este texto y seguro que se me pierden las sentencias más elocuentes al transcribirlas. Tengo que utilizar la grabadora. Y no solo decir que la voy a utilizar.

Voy aún por el tercero y recuerdo la publicación que lleva desde el veintisiete de Agosto a medias en el blog. Pienso que tengo que elegir entre escribir o dormir. Entre dejarme fluir y quitarme más horas de sueño. Pienso en el cansancio que me está consumiendo. Y en el escaso tiempo libre que tampoco me permito disfrutar.

Abro la puerta y me abofetea la humedad. Tendí la ropa media hora antes de irme. ¡Mierda! Otra vez se me ha olvidado bajar la basura. No me lo reprocho. El cansancio se sube a la espalda. Me lleva acompañando varios días y no tengo intención de hacerle ni un solo arrumaco.

Cierro con llave y voy abriendo las ventanas. La habitación está bien. Por la cocina paso rápido. Me da asco. Se amontan los cacharros. Como la lista de tareas pendientes. El salón todavía está decente. El mantel está quitado. Por eso esparzo sobre la mesa todo el contenido de mi tote bag. Junto al calendario de fechas de Septiembre y Octubre que no sé si debería empezar a ignorar. Si seré capaz de hacerlo. La habitación está impoluta. Me pongo el pijama. Un camisón azul que lleva conmigo muchos años.

Me siento en el salón frente al ordenador y escribo. Una mosca revolotea en torno a la pantalla. Me como un yogur natural y sigo escribiendo. Esta vez no me quedo con las ganas. Aunque cada vez me esté costando más mirar la pantalla sin que la luz me desgarre la retina. Suena poético pero así lo siento sobre los ojos. No quiero mirar la hora pero en algún momento lo hago. Soy consciente de la tremenda parrafada que me acabo de marcar.

Pienso que voy a apagar el ordenador y a darle una vuelta esta noche a la idea de si quiero publicar el texto o no. Pienso en la mezcla de realidad y ficción. En lo inventado. Lo pensado. Lo sentido. Lo pretendido. Lo ignorado. Lo real. En verdad pienso que lo que debería hacer es dormir y no pensar hoy ya más y que la decisión la tengo muy clara, que si espero a mañana es para revistar las faltas ortográficas (y solo las ortográficas) porque ahora ya la mente no es más que una maraña que no se puede atravesar.

El móvil está a escasos veinte centímetros de mi mano izquierda. Mi pelo anda medio suelto. La mosca se posa sobre el marco de la ventana. Los vecinos escuchan la tele mientras preparan la cena. El camión de la basura se ha parado un poco más abajo de mi calle. Son las 23:37h.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 2/3

Regresa a la parte 1.

Miércoles 13 de Septiembre. 21:57h. Madrid centro.

He salido del Teatro de la Abadía, de ver Finlandia. Camino en la noche. Bajo una brisa fresca agradable.

Tomo el metro en Plaza de España. Abajo hace calor. El andén está lleno. No a rebosar. Hay gente. Está lleno. Hay gente por todas partes. No está saturado. Quedan dos minutos. Me paro hacia el inicio del andén.

A mi lado se detiene una pareja. Unos treinta. Treinta y tantos. Llevan tres maletas medianas. De ruedas. No modernas. Tampoco antiguas. Son españoles. Él lleva boina y deportivas de una marca que no conozco. Se ven muy cómodas. Prácticas. Ella está cansada y dice que le pica la espalda. Él la besa. Con una dulzura inmensa. Comenta algo sobre unas llaves. Ella se resca la espalda con la mano izquierda y apoya la derecha cariñosamente sobre el pecho de él. Les observo por el rabillo del ojo. A ellos y a sus maletas. Quiero preguntarles: quiénes son, de dónde vienen y a dónde van. Pienso que son dos personas interesantes. Que me agradaría la conversación y acabaríamos por intercambiar nuestros números de teléfono, y a la larga acabaríamos enviándonos cartas postales. Porque es más divertido.

En lugar de eso, enciendo la pantalla de mi móvil, lo desbloqueo y me pongo a estudiar danés.

Nos subimos al vagón. Y a ellos y a sus maletas les pierdo de vista. Me da un poco de pena. Ahora escojo para la escena a dos mujeres y dos hombres. Hablan entre ellos. Trabajan juntos. Ellas visten con pantalón negro y camisa marrón claro. Ellos van trajeados. El que es más mayor está sentado. Tiene marcadas entradas y el pelo muy canosa. En la muñeca izquierda, un reloj de marca. En la cadera, un bolsito negro de National Geographic. Lo cierto es que por un momento pienso que es extranjero. Asiente a la conversación de los otros como quien no está entendiendo ni papa pero es óbice que parezca que pilla todo. Luego descubro que habla en un perfecto castellano. No termino de destacar su origen fuera de nuestras fronteras.

En Callao monta mucha más gente. Entran antes de dejar salir. La gente me da asco. A la gente le da todo igual. La gente da asco. Y está cansada. La gente se amontona. Todavía no somos sardinas enlatadas. Queda algo de aire para respirar. Las conversaciones no son un murmullo. Tampoco un griterío. Es un ecosistema propio.

En mi parada, me cuesta llegar a la puerta. Da igual que pidas el paso. Da igual que quieras abrirte paso. Da asco. La gente se amontona en las escaleras mecánicas. Tienen que esperar para no moverse. Yo subo a patita sin olerle el culo al de delante ni que me lo huelan a mi.

Salgo a la superficie. El supermercado sigue abierto. Son pasadas las diez de la noche. No va a cerrar. Está abierto las veinticuatro horas. Se ven largas colas. Más que en muchos otros momentos del día. La gente me da asco. La gente solo piensa en pasar tiempo con su familia, salir con sus colegas. No en que lo hagas tú también. Vuelvo a decirlo, ahora en voz alta: La gente me da asco, y eso es un pensamiento soterrado que va más allá de los gestos amables que disfruto en mi entorno. Ellos no. Los otros sí. La gente da asco. ¿Las personas?... También.


Continúa en la parte 3.

jueves, 14 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 1/3

Miércoles 13 de Septiembre. 21:32h. Madrid centro.

Salgo del Teatro de la Abadía. He visto Finlandia, una obra de Pascual Rambert interpretada por Israel Elejalde e Irene Escolar. Estuvieron al inicio de la temporada pasada y me la perdí. Compré la entrada en Julio. Una mala decisión, ciertamente. No, venga, va, una decisión no meditada consecuentemente. La obra muestra a una pareja discutiendo. Una hora y veinte minutos. Es realmente intenso. Los silencios están cargados. Me apetecía verla porque admiro mucho a Irene. Es una bestia sobre el escenario. La obra... incómoda. Se siente como una paliza. Una paliza sobre un cuerpo cansado.

Decido regresar un tramo caminando. Corre una brisa agradable. Fresca. El móvil en la mano. Las terrazas llenas. Los semáforos. El claxon. Las calles medio vacias. Los jóvenes tomando algo. La noche sin sus estrellas. Las miradas continuas a la pantalla del móvil. Da asco.

Siento que me estoy arrastrando por Septiembre. Mi cuerpo está cansado. Mi cuerpo no aguanta más. Mi mente no aguanta más. Y quiero decirme que yo puedo con ello pero estoy afónica. Literalmente.

Camino por Moncloa. Me dejo llevar. Mi cuerpo atraviesa las calles de forma automática. Porque las conoce. Porque simplemente se deja ir. Con la mente en blanco. Las calles están llenas. De jóvenes bebiendo en las terrazas. Pienso que no están cansados. Pero no puedo juzgarlo. Pienso en escribir este texto. Y en que tengo que volver a utilizar la grabadora.


viernes, 25 de agosto de 2023

Me siento en el coche y escucho los días pasar

Todavía es pronto para el atardecer pero las nubes ya se preparan para entrar en acción.

En el camino de vuelta aparecen nuevos volcanes y se secan los arroyos; las libélulas deciden volar solo en la otra orilla del río, la ballena prefiere quedarse varada en la playa.

Todavía es pronto para que las estrellas luzcan con fuerza en la oscuridad pero la luna ya saluda entusiasmada.

En el camino de vuelta se aprecian los músculos atrofiados, las articulaciones encasquilladas, reaparecen las cicatrices y la piel luce más morena y agrietada.

Aún es pronto para la lluvia pero las flores ya ansían sus pétalos.

Al regresar todo sigue en su sitio, el silencio ha aprendido a hablar y caminar, el cuerpo es más volátil, ágil; la linterna ya no necesita estar encendida y el detergente no puede limpiar el contenido de la maleta.

Se ha acabado el tiempo y la cuenta atrás sigue hacia delante.

lunes, 31 de julio de 2023

El viajante

Sé que no eras tú. Pero me hubiera gustado.

Volvía de trabajar y estaba molida. Me podría haber quedado dormida de pie. Ni siqueira sé cómo es que no ha pasado ya. Pero no aquel día.

Te vi de lado. Sentado en el tren. Cabeceando adormilado. Igual de joven que entonces. Eran tus pestañas largas y tu nariz achatada. Tu pelo. Corto. Oh, tu pelo.

Daban las once de la noche y el vagón iba a rebosar. Pero sólo existían tú en ese momento.

Tú y mis recuerdos.

Aunque fuera imposible.

Estuve a punto de llamarte por tu nombre. Gritarlo y hacerle saber a todo el vagón que te conocía. Quise que me miraran raro y cuchichearan. Que me etiquetaran como una loca.

Quise preguntarte qué era de tu vida. Si acabaste la carrera. Si te fuiste a Tailandia. Si tus padres estaban bien.

Si alguna vez me habías echado de menos.

Juro que, aún sabiendo que no podía ser, desee que me siguieras el rollo. Quería escuchar una mentira tras otra. Incluso lo que no encajara con tu forma de ser.

Entonces la chica a tu lado te despertó. Hablasteis en perfecto español y te levantaste aturdido.

Era tu voz. Grave. Aún aniñada. La cadencia de tus palabras. El tono casi aburrido pero enérgico.

Pensé que la había olvidado.

Os abristeis paso a duras penas entre el resto de pasajeros. El tren paró haciéndonos desequilibrar un instante.

Justo antes de bajar me miraste.

Eran tus ojos.

Me sonreíste.

Era tu sonrisa.

Si alguna vez en la vida creí en la reencarnación, fue en aquel momento.

jueves, 27 de julio de 2023

El pisito

Algo extraño sucedía en esa casa. A Mateo le había parecido todo muy sospechoso desde el primer día: un casero amable y un precio bastante inferior al de la zona. No iba a ponerse tiquismiquis teniendo en cuenta su lamentable historial de alquileres, pero no por ello (o quizá precisamente por eso) iba a dejar de dudar y elaborar teorías de las que, por supuesto, no salía bien parado. La versión que más se repetía en su cabeza era la de que había un laberinto de pasillos secretos desde los que el dueño podía espiarle para después chantajearle y dejarle sin un duro antes de matarle haciéndolo pasar por una desaparición voluntaria. Su parte menos dramática no tenía la suficiente fuerza como para cuestionarle: ¿para qué iban simplemente a estafarle pudiendo sembrar la intriga y deshacerse de él sin más? No, la lógica exigía algo más despiadado.

No podía ser normal que, estando en el centro de la ciudad con las ventanas abiertas de par en par, apenas llegara un rumor débil del tráfico, ni se oían los camiones de la basura, ni las sirenas de la ambulancia, ni a los borrachos a media noche. Nada. Absolutamente nada.

Con el clima también era curioso. Ya podía llegar la peor de las borrascas y helarse las cañerías de todo el barrio, que aún sin calefacción, dentro se mantenía una temperatura más que agradable. Y algo similar en verano: la gente sudando la gota gorda por la calle, y en su piso se entraba a una cómoda primavera sin gastar en aire acondicionado.

Era un edificio moderno construido con buenos materiales aislantes, pero aquello iba más allá. Mateo se sentía afortunado y tenía la necesidad de felicitar a quien hubiera logrado tal hazaña. Claro, que eso quizá supusiera acabar con el... ¿hechizo? Eso en el mejor de los casos. Porque lo más probable es que de conocer el secreto debieran matarle. Por supuesto. No podía haber otra opción.

Pero ya el colmo de los colmos de las irregularidades en su apacible hogar, estaba con el asunto de las visitas. Después de mucho estudio había llegado a una conclusión para la que todavía no habían surgido excepciones: cada vez que Mateo invitaba a alguien por mensaje o llamada estando en su propia casa, a su interlocutor le sucedía una desgracia; mientras que si era algo improvisado o decidido fuera de su edificio, al minuto de que llegaran, se producía una de esas averías que te llevan por la calle de la amargura durante varíos días. De manera que, por si acaso, por su propio bien y el de sus seres queridos, se había visto obligado a no tener nunca, jamás de los jamases, ninguna visita. Algo que, ciertamente, no le suponía el más mínimo problema. Mateo era una persona sociable con gran sentido del decoro pero tremendamente vago, y eso de la limpieza y el orden lo llevaba especialmente mal. No se podía decir que viviera en una pocilga, pero le venía a las mil maravillas no tener que preocuparse de que la casa estuviera reluciente.

A fin de cuentas, extraño todo pero un chollo de los buenos. Al menos hasta que descubriera que no había ido a parar allí por casualidad sino por la mano y obra de unos diminutos seres que ya no sabían qué hacer para que Mateo encontrara la puerta y pudiera comenzar su misión.

jueves, 20 de julio de 2023

Elementos naturales

He visto un rayo de sol aparecer en el horizonte. Ha cruzado el valle rápidamente, casi sin apenas permitirles a los pájaros desperezarse, y después se ha acercado al pueblo con timidez. Ha avazado sigiloso calle por calle, tocando todas las puertas con suavidad y dulzura. En las casas habitadas había quien le invitaba a una buena taza de café que amablemente rechazaba; en otras, solo se daban media vuelta en la cama. A las casas abandonabas también acudía; alegre, pizpireto, queriendo renovar de vida lo que parece muerto. Luego se ha instalado en la plaza, entre la iglesia y el sauce llorón, en un banco junto al regato.

Ha escuchado el escándalo pero no se ha alterado: sabe cómo son sus primos. Enseguida una ráfaga de viento ha sacudido cada flor y hasta replicaron las campanas. El regato se vació en un par de segundos y la tierra tembló enfurecida.

He visto cómo todos esperaban que apareciera el fuego. Se han subido a una roca escrutando cada casa del pueblo y más allá, en el inmenso bosque. Han inspirado profundamente sin llegar a discernir su presencia. Se han empezado a asustar y se han abrazado en el sitio. Temerosos. Olvidando el origen de su disputa. Cansados. Como si de pronto fueran conscientes de sus milenios.

Se han estrujado lastimosos. El rayo de luz, mucho más sabio y anciano, les ha acariciado con ternura intrigada por la ausencia de noticias del cuarto en discordia. Abrazados en mitad de la plaza del pueblo han pasado las horas.

He visto cómo se despedían. Una e esas despedidas largas en que solo después de una hora mencionándolo se han movido ligeramente del sitio para continuar la conversación en otra posición. Tras el vendaval, ha regresado el agua a los regatos y la tierra ha dejado de sacudirse.

El rayo de luz se ha ido por el otro lado del valle, no sin antes pedirle a la luna que esa noche no saliera, que meciera solo a las nubes mientras la oscuridad iba en búsqueda del fuego. He visto cómo su preocupación iba en aumento, cómo ha recorrido el mundo entero pacientemente sin quitársele de la memoria.

He visto cómo de pronto se ha desinflado. Lo ha encontrado dormitando en una chimenea. Acurrucado. Ajeno por completo a las andanzas de sus hermanos. Le ha dado un beso en la frente y le ha deseado dulces sueños.

lunes, 10 de julio de 2023

Vibraciones

Un susurro. El movimiento de las partículas en el aire. Llega de pronto pero siempre ha estado. En un rincón en mitad del pasillo. Habla con determinación. Es claro y conciso. Repite un monólogo que conoces muy bien. Son palabras que se desdibujan con su sibilina entonación. Y te hacen dudar. Temblar. Guarecerte. Y salir a flote.

Es una luz que parpadea. Un semáforo en una ciudad sin electricidad. En medio de la tormenta y de la más absoluta calma. La que nunca conociste pero sabes reconocer. Un río que fluye plácidamente entre las montañas más escarpadas y los valles más hermosos que siempre quisiste visitar. Y a los que fuiste en sueños.

Es una voz que viene del otro lado. De lejos. Muy lejos. Profunda. Densa. Y de aquí bien cerca. Bien pegadita a tus músculos y a tus venas. Contenida. Posada. Cercana aunque resulte fría. Cálida aunque beba del invierno.

Un arrullo. Incómodo. Esperado. O esperable. O que lleva demasiado tiempo en espera. En la sombra. Agazapado mientras seguía creciendo. Devorándose. Hasta convertirse en un gigante. Tímido. Ausente pero presente.

Es un hálito salvajo. Potente. Encorvado. Ambiguo en sus orígenes. Firme en sus raíces. Tenue. Constante. Incansable. Que atraviesa una mole de cemento diariamente para visitarte. Hasta colocarse frente a tu tímpano. Y acariciarlo.

Es la brisa que azota tu isla. Que arroja bocanadas de lava y te mima con el mayor de los cuidados. El fruto que se cosecha después de todo el trabajo. Un ciprés. Y la primera sonrisa de un bebé. Inocente. De una historia por escribir con varias páginas ya coloreadas.

Un grito. Un rugido que se calla cuando es escuchado.

miércoles, 21 de junio de 2023

En una noche de verano

Te despiertas en mitad de la noche. Una de esos tórridos días en que con la caída del sol no lo hacen las temperaturas. Ni siquiera el ventilador logra que te mantengas dormido por más de dos horas.

Te levantas de la cama. Tu cuerpo desnudo y sudoroso avanza con pasos torpes. Siempre te ha hecho gracia el balanceo al andar de los zombies, pero en ese momento, en que te sientes replicando el movimiento, piensas que no tiene nada de divertido.

La luz de las farolas ilumina tu piso a través de las ventanas abiertas de par en par. Tú eres más de andar a oscuras y acabar con moratones en las piernas. Entras al baño. Meas. Abres el agua fría. Sale templada. Te lavas las manos y la cara. Refrescas también tu nuca, los brazos y las piernas. Confías en que con la corriente del ventilador logres conciliar el sueño un par de horitas más antes de empezar otra sofocante jornada veraniega.

Sales del baño. Te detienes en el largo pasillo que lo separa de tu habitación. Lo ves. Lo estás viendo. No quieres parpadear. Pero lo haces. Y ahí sigue. Reconoces claramente su figura recortada entre las sombras. No sabes si gritar de alegría y correr a abrazarle o echarte a temblar y gritar lastimosa. Quieres pensar que no es producto de tu imaginación. Que está ahí de verdad. Pero sabes que no puede ser así. Sabes que su cuerpo no ha aparecido pero tienes que superar su muerte. Y que ya deberías haberlo hecho pero no eres capaz.

Te está mirando. Te mira a los ojos. Sientes toda la intensidad con que solía navegar por tu mirada. Lo ves bien. Cansado. Eso es todo. Está bien. Observas su ropa. Es la misma que llevaba el día que os despedisteis. Sabes que no era la que llevaba el día de su desaparición. Le concedes el poder de la credibilidad a tu visión y decides perderte tú también en sus ojos. Te devuelve a un estado de calma que ya no creías poder recuperar.

No quieres moverte. Quieres quedarte en ese instante para siempre. Y aun así decides avanzar. Temerosa de que con el siguiente paso desaparezca. Se convierta en humo. Pero no lo hace. Observa tu caminar desmañado. Te sonríe. Dulce. Tierno. Sincero. Como cuando os conocisteis. Y tú te sientes a punto de derretirte.

Te detienes a unos centímetros de su cara. Te gustaría sentir su aliento. Oler su pelo. Pero no hay nada de eso. Apartas la vista. Al segundo sientes su mano acariciando tu mejilla. Realmente sientes su calor. Su tacto suave. Y como te anima a volver a mirarle a los ojos. Y abrazarle. Y os abrazáis. Un abrazo largo. Atemporal.

Os separáis y entonces sí, su cuerpo se va difuminando. Lentamente. Hasta no quedar nada. Entiendes  que ya no está. Y ahora ya puedes aceptarlo. Piensas que en otra circunstancia estarías llorando como una magdalena. Pero no. No lo haces. Ya has llorado. Regresas a tu habitación. Te tumbas en la cama y, aunque el sudor sigue empapando las sábanas, te duermes. Descansas plácidamente.

viernes, 16 de junio de 2023

Quiero

Quiero subir un peldaño. Y luego otro. Subirlo yo. Subir contigo. Ir de la mano por las calles de Madrid. Viajar. Por nuestra ciudad y por otros mundos. Y seguir de la mano. Nadar en la playa. Subir montañas. Unas más altas que otras. Todavía agarrada de tu mano.

Quiero que nos pasemos la noche hablando, y que al día siguiente, en el trabajo, nos cueste sostenernos por el sueño, pero no puedan borrarnos la sonrisa de la cara. Levantarnos tarde el sábado y sin ningún remordimiento. Hacer que los domingos sean largos. Que cualquier día sea contigo. Y conmigo.

Quiero que me abraces en la cocina. Por la espalda. Con la ventana abierta y una suave brisa agitando nuestro pelo. Que me acaricies la mejilla. Muy despacio. Delicado. Que crucemos la mirada donde no podamos besarnos y sintamos igualmente el contacto de nuestros labios.

Quiero llorar de risa. Y apenada. Sobre tu hombro. Escucharte respirar a mi lado. Y suspirar. Pensarnos en el futuro. Hacer planes y acabar improvisando. Recordarnos en el principio. Tomar decisiones. Arrepentirnos. Aprender de nuestros errores. 

Quiero que festejemos. Aunque no me guste la fiesta. Que nos cuidemos. Y nos sintamos cuidados por el otro. Que nos enfademos. Y nos duela más estar haciéndole daño al otro que la propia razón de nuestro disgusto. Disculparnos con el otro. Pedirnos perdón a nosotros mismos.

Lo quiero todo. Te quiero a ti. Y me quiero a mí.

jueves, 8 de junio de 2023

La despedida

Esperó a que ella descolgara para toser dos veces y luego, con voz lastimosa, asegurarle que le daba mucha pena no poder acudir. Utilizó literalmente aquellas palabras: “no poder acudir”. Que le hubiera encantado estar en su fiesta pero que apenas podía salir de la cama. Que confiaba estar recuperada para la boda. Tosió y suspiró un par de veces más hasta cerciorarse de que su interlocutora era consciente de que aquel oportuno catarro la estaba dejando muy apenada.

Colgó la llamada, se ajustó las gafas y guardó la carpeta con los cincuenta mil dólares en el doble fondo de su maleta de mano.

Las cortinas echadas y la tenue luz de las farolas apenas permitían distinguir las sombras de la habitación. No necesitaba más. Estiró su falda en un intento en vano de ocultar los moratones de su muslo. Se miró al espejo. Una escuálida figura de ojos brillantes. Vivos.

Se giró hacia la cama. Sobre ella, el cuerpo inerte de un hombre. Desnudo. Sin marcas de sangre. Con un papel arrugado entre sus manos. Escrito de su puño y letra. No era una nota de suicidio. Era una carta para ella.

Cogió unas tijeras de la cocina y fue al baño. Se quitó las lentillas que hacían sus ojos marrones. Se cortó el pelo. Fue dejando que los mechones cayeran por el retrete. No era un look perfecto pero sí aparente. Dejó caer también las lentillas. Tiró de la cadena. Se desmaquilló y volvió a mirarse en el espejo. Un cuerpo cansado de ojos brillantes. Vivos.

Se quitó la falda y la guardó en la maleta. Rebuscó en el armario. Se puso un pantalón de chándal de él que quemaría en cuanto pudiera.

Apagó el móvil. Sacó la tarjeta sim y la troceó. Abrió la nevera y fue dejando los pedacitos entre los distintos alimentos. Del móvil ya se desharía más adelante.

Le miró una última vez. Le dio asco.

Recogió la mochila con sus libros. Agarró la maleta y salió del apartamento. Echó el cerrojo y tiró las llaves a la alcantarilla.

martes, 6 de junio de 2023

Morriña

Echo de menos el mar. Acostarme pronto y madrugar, dar un paseo descalza por la arena y nadar poco más que quince minutos antes de que empiece a doler la cabeza por el frío del agua, regresar con calma y toda la energía del mundo. Los días en que el viento decidía en qué dirección debías caminar. Las gaviotas gigantes que daban miedo. El color del cielo en los atardeceres. Tratar de ver las estrellas fugaces. Los tractores tratando de devolver la arena a la playa. Ser incapaz de llegar al final. Y no querer lograrlo.

Echo de menos la calma de las cafeterías. Levantarme tarde los sábados. A las nueve. Bajar al centro con la mochila roja. Probar un lugar diferente. O regresar a aquella pequeña tienda al final de la calle comercial. Pedir un capuccino y sentarme cerca de las ventanas. Remover el azúcar mientras me voy concentrando. Sacar el cuaderno y un par de hojas sueltas más. Escribir. Acabar el café y seguir escribiendo. Regresar a casa pasada la hora de comer.

Echo de menos los jardines. Sentarme en un banco en otoño e invierno y en el césped con la llegada de la primavera. Ver cómo las ardillas saltan de rama en rama. Repetir la foto al puente rojo. Y a las verjas oxidadas. Llevar un libro y no sacarlo de la mochila. Escuchar el silencio. Cuidarlo.

Echo de menos hacer planes. Discutir por la cena de los domingos. Ver una peli todos juntos. Buscar objetivos personales. Soñar con viajes. Y realizarlos. Planificar cada detalle y luego mandarlo a la mierda e improvisar. El trasbordo en la capital. Los castillos. Los museos. Las anécdotas. Nuestro grupo imperfecto y multicultural.

Echo de menos coger todos los días el autobús. La línea 2. La azul. Que los jueves fuéramos en hora punta y coincidiéramos con tres chicas jóvenes con los carritos ya vacíos de sus hijos. Llegar a la oficina. Tanta gente extraordinaria. El humor de Glen, el cariño de Poppy, la energía de Jenny, la risa de Laura, la complicidad con Aalto, el cuidado de Angela. A los otros voluntarios. La amabilidad de cada integrante del comedor. A los padres. A los otros jóvenes. Sobre todo a ellos. Su amor.

Echo de menos respirar y no ahogarme. Sonreír y no quemarme. Llorar y no inundarme.

sábado, 27 de mayo de 2023

Arquitectura de la lógica

Tengo una idea. Sin expectativas de pasado. Con los fragmentos de un futuro que perseguir. Un mapa de rutas sin señalar. . Con derivadas y números primos achuchándose en la mesa de la comida de Navidad. Un boceto lo suficientemente definido y lo suficientemente caótico para que cualquier parecido con la realidad sea fruto de la casualidad

Doy forma a un planteamiento basado en la proporción aurea. Precisa. Milimétrica. Natural. Compleja. Amparado por la fragilidad de los números irracionales. Un compendio de cálculos que podrían informatizarse pero que no encaja en un sistema de unos y ceros. Es una ciencia exacta con leyes todavía por plantear. Una ecuación de rima extenuante.

Diseño un croquis. En un folio sin marcas previas. Reciclado. Lo he dibujado en una tarde de primavera. Y lo he reformulado en los meses que la lluvia cae sobre números imaginarios. Son trazos limpios con portaminas. Un boceto en blanco y negro inspirado en los distintos tonos del gris. Y las infinitudes de la gama del arco iris.

Tengo un plan. Con las suficientes variantes como para que se sostenga solo. De soluciones infinitas y todas correctas. De incógnitas que siempre se despejan sumando. Con paréntesis y algún que otro corchete. Envuelto en un procedimiento que no es exclusivamente matemático. Quizá físico. Tal vez químico. De destino incalculable. Impreciso y concreto.

He planificado un mundo que es un castillo de naipes y un palacio de cristal.

martes, 23 de mayo de 2023

Unidades lingüísticas

Abro el diccionario. Los académicos son aquellos que saben porque estudian y difunden. Busco una palabra. Y luego otra. Salto a la siguiente. Pienso en los académicos. En esas personas que se supone que estudian y difunden. Sigo buscando.

Guío a mi dedo índice a través de la vorágine de términos. Los académicos definen la palabra “palabra” como unidades lingüísticas que tienen generalmente un significado. Me detengo. Leo. Analizo. Vuelvo a leer. Mastico. No hago pompas como si fuera un chicle. No lo es. Mastico con la intención de digerirlas.

Me encuentro con un conjunto de conceptos relacionados de forma coherente y una fuerza de atracción en la que importa, de la misma manera, la consideración de lo positivo como de lo negativo. Me enredo en frases largas que apenas permiten respirar. Me enredo en los diagramas que comparten origen y divergen en uso. Me enredo en los juegos culturales que recaba la historia y se diluyen en las paradojas sociales.

Entonces me surgen preguntas. Se cruzan rápidamente unas con otras. Llegan hipótesis. Ellas solas. Buscan sus propios laberintos. Y aparecen las conclusiones. Conclusiones sin ánimo de ser nada más allá que otro escalón de la pirámide. Nada más allá de lo que supone sentir que el corazón late de nuevo.

viernes, 5 de mayo de 2023

Lunes 14:01h.

He decidido que mi semana va a empezar los viernes a eso de las 14h. Porque sí. Porque me parece una mejor manera de empezarla. Con muchas más ganas. Es una decisión definitiva para el estilo de vida que llevo a día de hoy.

Hasta hace unos meses no entendía muy bien ese concepto popular de enfrentarse al lunes como una cuesta arriba realmente empinada. Para mí siempre ha sido más bien como una nueva oportunidad para hacer cosas, para estudiar, para trabajar, para planear una escapada al campo, para enfadarme, para frustarme porque algo no saliera como esperaba, para disfrutar de un ratito de lectura, para escribir, para cocinar y dejar la cocina patas arriba. Básicamente, para vivir todo lo que la semana tuviera que ofrecerme.

Pero ha llegado un punto en que esa clase de lunes de mierda es también mi realidad: un largo suspiro antes de entrar a la oficina. Supongo que se llama ser adulto. Y me niego rotundamente a ello.

Prefiero marcar mi inicio de semana los viernes, porque sigo igualmente trabajando esa tarde pero lo hago con la energía de empezar la semana, de enfrentarme a nuevas funciones, con ilusión y energía incluso para aquellos meses en que la compañía no pueda ser tan agradable (no es el caso de mayo afortunadamente). Obvio, la decisión de que empiece a las 14h en lugar de a las 00h tampoco es al azar.

Ayer me preguntaron varias veces si estaba bien. "¿Seguro? Mira que nos conocemos". Esos son los detalles que lo diferencian todo. Y me emocionó. Mucho.

Anoche también me reencontré con un compañero de la primera vez que hice teatro. Nos pusimos brevemente al día y me preguntó si estaba contenta. Le dije que era feliz a pesar de que le tenía un poco de pánico al mes de mayo. Porque sí, estoy estresada, pero soy feliz. Y estoy orgullosa de dónde estoy por mucho que tenga que (y quiera y deba) cambiar ciertos aspectos.

Vale que a ojos del mundo siga siendo viernes, pero prefiero seguir a mi rollo y recuperar mi energía de los lunes. Así que... a por la semana :)