Regresa a la parte 2 (por el camino mágico)
No he dormido muy bien. Hacía años que no volvía a la casa del pueblo. Después de lo que sucedió aquel día no quise acercarme por aquí. Y si lo he hecho ahora ha sido solamente por el entierro del tío Emilio.
He desayunado en el jardín y he discutido con mi primo dos veces a lo largo de la mañana. Así que con la intención de no provocarle un disgusto mayor a mi madre, me he preparado un bocadillo y he encontrado una ruta al lado del río, bien señalizada y en dirección contraria al embalse. Lo cierto es que yo no estoy ya para estos trotes, pero reconozco que respirar un poco de aire puro sí que lo echaba de menos.
Debían de ser las tres de la tarde cuando me he apartado un poco del camino para almorzar. Estaba siendo un paseo muy agradable, pero me empezaba a sentir cansado. Me he recostado sobre el césped y me he echado una cabezadita.
Me he quedado un rato viendo las nubes pasar y luego me he dado cuenta de que no estaba solo. Unos metros más allá, yacía una mujer desnuda, con la cabeza dentro del agua y el resto del cuerpo fuera. Me he levantado de un salto y he corrido hacia ti.
Tu piel estaba fría y tenías varios moratones por todo el cuerpo. He temido que estuvieras muerta y me he agachado muy lentamente hacia ti. Te he tocado el hombro con intención de girarte y has sido tú quien ha terminado el movimiento.
Me he dado cuenta de quien eras. Tienes la misma sonrisa que entonces, tan solo el pelo blanquecino ahora. Me he quitado el abrigo y te he cubierto con él. Te he preguntado qué te había pasado y he llamado a una ambulancia. No has dicho ni una sola palabra. Me has mirado todo el tiempo, con los ojos muy abiertos.
Nos hemos quedado en silencio. Como sucediera entonces, he vuelto a estirar mi brazo izquierda hacia tu mejilla derecha. A tan solo unos milimetros de rozarte la piel, has abierto la boca, me has enseñado tus colmillos ensangrentados y te has lanzado sobre mí.