lunes, 30 de diciembre de 2019

Respiración asistida

-Me niego rotundamente a que me jubile.
-Pero vamos a ver, Derecho, que llevas un mes con respiración artificial.
-Sí, pero por decisión propia, que vosotros no sabéis lo que es la vida de pueblo. Os lo digo por vuestro bien, largaos de aquí a toda prisa.
-Llevamos toda nuestra existencia esperando este momento. Nos hemos preparado a conciencia.
-Una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica. Sois aún muy jóvenes.
-Pues por eso, nuevos tiempos, nueva gente.
-Os voy a contar una anécdota. Creedme, es muy real. Somos afortunados por estar en esta habitación. Mi pareja y yo tampoco lo creímos... fue allí donde la vi por última vez... Al final del pasillo está la habitación de los niños, unos criajos que parecen muy monos pero la peste de sus pies es tal que antes de entrar ya te mareas. No hace falta que lleguen a tocarnos para sentir su aliento mortal. ¡Y a veces juegan con nosotros sin calcetines!
-¡Vaya, sentimos la pérdida de tu compañero! Pero seguro que ahora te espera una vida mejor.
-Sí, como juguete del perro.
-¡¡¡Ay, un perrete!!! Tú tranquilo que ya nos encargamos nosotros de la fiera. Ahora mismo pedimos el traslado.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Tres años y un día

Ayer se cumplieron tres años de la presentación de mi primer libro. Lo digo con orgullo y la cabeza bien alta pese a que muchas veces le haya quitado valor. Si menciono la fecha no es tanto por el hito sino por la determinación de seguir escribiendo incluso cuando no resulte fácil y porque he decidido iniciar la versión en inglés.

Mentiría si dijera que lo recuerdo como si hubiera sucedido apenas unas horas antes, pero tengo cada mirada y cada palabra perfectamente guardadas en un rincón al que regreso cada vez que lo necesito. El tiempo vuela pero deja bonitos regalos por el camino, incluso desde el fango.

Escribo hoy con la energía de hoy, del recuerdo y del olvido. Con la energía de un año que me ha dado mucha vida y me ha hecho avanzar (o por lo menos recorrer unos cuantos kilómetros). Escribo hoy con la promesa del mañana y de hacer realidad aquello que persigo.

Imagen cedida por EMZ
Hace mucho me dijeron que tendría el mundo en mis manos. Recuerdo el vértigo. Lo único que quiero es ser fiel a mi misma. Por eso esto no es una justificación, es simplemente lo que quiero contarte. Y aunque hace un tiempo me pedí evitar la primera persona como Sara, hoy quiero que sea mi voz la que relate esta historia.

Tardé mucho en considerarme una escritora. Hasta hace bien poco mencionaba el tema como apenas una aprendiz. Y sí, aún me queda mucho que explorar en el sentido técnico, pero tampoco sería justo negarme el título.

Trabajando en la creación de personajes de una novela estoy profundizando en la definición de los términos para su construcción. El más complejo es el de la afición. Según el Diccionario de la Real Academia española hace referencia a la ‘actividad que se realiza habitualmente y por gusto en ratos de ocio’. Lo de habitual va por temporadas y por gusto se queda corto. Y respecto al ocio… tiempo libre no es levantarte de la cama cuando estás a punto de dormirte para volverte loca a encontrar un papel sobre el que escribir apenas un par de palabras. Esa ilusión, esas mariposas en el estómago…

Hoy visto la misma camisa que en la presentación… ya no es el mismo cuerpo… mis manos siguen deslizándose por los cuadernos… y no son las mismas palabras…

Tres años y un día… es momento de continuar.

martes, 17 de diciembre de 2019

Egoísta

Las mañanas de domingo le pertenecían solo a ella. Estuviera donde estuviera y con quien la acompañara. Mónica era muy cuadriculada con los horarios: levantarse a las siete y acostarse a las once, excepto el último día de la semana, no como un capricho, sino como una necesidad, y no siempre consistía en dormir más, muchas veces todo lo contrario. Había quien la regañaba por ello o se enfadaba por ser tan egoísta. Ella contestaba todas las veces con la misma frase: tan solo se regalaba a sí misma un par de horas a la semana, ya el resto de días se deshacía con los demás. Le daba igual lo que opinaran de ella, empezaba a sentirse orgullosa de sus decisiones sin arrepentirse de sus errores, sabiendo que precisamente gracias a ellos estaba aprendiendo y lo seguiría haciendo.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Corregir = enmendar lo errado

Era el mismo café de todos los días. Sin embargo, esa mañana Lorena se quedó paralizada con el primer trago. Por unos segundos aquel sabor la transportó lejos de allí. Había sido tocar sus labios y que los recuerdos la invadieron con tal fuerza que se asustó. Porque pensaba que lo tenía superado.

No entendía la razón por la que todo estaba regresando. Dos días antes había encontrado en un bolso los pendientes de aquel último día. Estaba convencida de que los había tirado a la basura. Decidió guardarlos en el joyero bajo la promesa de no tambalearse. Lo estaba haciendo muy bien y su hija se hubiera sentido orgullosa de ella.

Había entrado en la cafetería como cualquier otra mañana, con la carpeta de los exámenes aún por corregir y saludando a todos los presentes como si llevara siglos sin verles cuando apenas un minuto antes hubiera visto a varios de los profesores en el colegio. Nadie se había extrañado con su derroche de energía, aunque llevara solo un año viviendo allí, todos conocían a la vivaracha Lorena. Se había sentado en una esquina y la habían llevado su cappuccino mientras exploraba en su bolso; por mucho que se empeñara en dejar la cartera bien a mano, ésta terminaba por caer al fondo y ella se veía obligada a esparcir todo su contenido en la mesa provocando un estruendo impropio para el motivo de su búsqueda. Después, sonreía con cierto descaro a los demás clientes que habían visto interrumpidas sus conversaciones. Era su forma de ser, divertida y ajena a los comentarios.

Aquel sorbo, en cambio, permutó su alegría por una seriedad que tenía abandonada desde hacía un año. Respiró hondo y sacó los exámenes de tercero.

-Me pone un coñac con hielo - escuchó una voz a su espalda.

Se derrumbaron todas sus murallas. Otra vez no. Sus pulmones comenzaron a trabajar de forma agitada. "Me ha encontrado", pensó con temor mientras sus manos se agitaban sin control. De manera instintiva acarició la piel que había tapado durante años con tanto maquillaje.

Apretó los labios y sin hacer el menor ruido, sacó del bolso su móvil y marcó tres dígitos. "Le he encontrado", pensó con determinación.


*Definición obtenida del Diccionario de la Real Academia Española, 2019.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Me encontrarás en la lluvia

Mis entrañas cubiertas de tierra,
mis pies
pedacitos de cristal.

Hablé con las nubes,
te dejarán ver las estrellas.
Ya sabes dónde vivo.

No me pienses.
Mírame.
Cántale a la luna.
Siénteme.

Camino en tus sueños
hasta que la ciudad nos devore.
Dejé la hoguera prendida,
aliméntala con tus desvelos.

Sigo buceando en tus labios,
acariciando tu pelo.
Sigo surcando tus horas,
cercando tus miedos.
Sigo aquí.

martes, 3 de diciembre de 2019

Ángel de la guarda

Pensábamos que como siempre sonreía era feliz, que si cada mañana nos sacaba diez carcajadas era porque tenía motivos propios para ello. No se quejaba de nada. Quizá deberíamos habernos empezado a preocupar ahí.

Siempre tenía la palabra perfecta para que los momentos de tensión se disiparan. Su mirada generaba calma en todos los ojos sobre los que se posaba y su simple presencia ya atraía la serenidad. De ahí que nos dejara sin respiración en la despedida.

Fue un tarde en lo alto de un acantilado. Esperó pacientemente a que no quedara nadie y entonces comentó algo de que nos había protegido cuanto pudo pero que ya no podía absorber más energía. Sucedió muy rápido. Pareció trastabillar pero lo hizo aposta. Cayó hacia atrás. Ahogamos un grito y de pronto lo vimos aparecer en el aire. Dos enormes alas negras le hacían flotar.

-Volveré cuando pueda volver a ser un ángel de la guarda. Un día os enseñaré mis alas blancas. Recordarme como me veíais. Volveré.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Hija del siglo XXI

Habían sido las cinco horas más largas de su vida. ¿Cómo podía ser tan difícil empaquetar todo lo necesario para un viaje? Que si el peso, que si las dimensiones, que si acuérdate del pasaporte, otro par de calcetines porque te los vas a calar, eso "imprescindible" de último momento, cuidado con los líquidos, vas a romper la cremallera como sigas haciendo fuerza, olvídate de los calcetines mejor... decir que había terminado exhausta era poco, pero ale, ya todo había pasado y la aventura estaba a punto de comenzar.

Era la primera vez que volaba y además iba sola. No por ello estaba nerviosa, había visto muchas películas sobre aeropuertos y tenía el tema controlado, siempre y cuando no apareciera un asesino en serie, un mutante de otro planeta o se te perdiera un hijo, opción más imprevisible desde luego, y respecto a las otras dos tampoco tenía de qué preocuparse porque se había protegido con su amuleto de la suerte: la primera cana que le había arrancado su hermana y detrás de la cual no habían aparecido otras tantas.

El taxi, aunque caro, la había dejado con tiempo más que suficiente en la terminal. La recogida de la tarjeta de embarque fue bastante rápida pese a que todos sus amigos la habían advertido de las largas colas que se formaban. "Esto está chupado", pensó mientras se dirigía al control de seguridad. Colocó en una bandeja la bolsa de los líquidos, añadió el cinturón y las botas antes de empujarla a la cinta transportadora seguida de su maleta y la mochila.

Esperó pacientemente hasta que una mujer de sonrisa automática la diera paso al arco de seguridad. Aquello empezó a pitar como si no hubiera un mañana. La mujer pareció despertar de su letargo motivada por entrar en acción. Miró a la muchacha de arriba a abajo cabilando el perfil de la sospechosa.

-¿Lleva algún componente electrónico?

Ella tragó saliva afirmando con la cabeza y llevándose la mano izquierda al bolsillo. Sacó el móvil curvando ligeramente sus labios. La mujer resopló, le señaló el reloj electrónico que tampoco se había quitado y retomó su cara apática.

La chica depositó ambos objetos en otra bandeja y volvió a pasar por el arco sin que esta vez pasara nada. Recogió el reloj y el móvil y se dispuso a buscar sus pertenencias. Un nuevo segurata la observaba con frialdad junto a su equipaje. Descalza, se acercó a él y se interesó por su equipaje.

-¿Lleva usted algún componente electrónico? - fue su respuesta.

Ella volvió a sonreir reconociendo su torpeza mientras sacaba el ordenador y la tablet.

-¿No lleva nada más?

Ya iba a negarlo cuando se acordó del libro electrónico. Lo observó con cierto temor y abrió la mochila encontrando por el camino el mp3 y la cámara de video.

-¿Eso es todo?

Sacó el GPS, el despertador y el sacador de la maleta. El segurata condujo la mochila, la maleta y las cuatra bandejas con todos sus aparatitos a través de la cinta transportadora.

-Todo en orden - aseguró con mal humor olvidándose de ella.

Media hora para su despegue. ¿Cómo iba a hacer el tetris y encontrar su puerta de embarque en tan poco tiempo? La aventura ya había comenzado.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Los nombres perdidos

Le gustaba inventar títulos. Proyectaba mil aventuras en apenas un par de palabras. Pero ahí quedaba todo. Dejaba que aquellas historias se perdieran en el mismo instante de nacer. No podía evitarlo. Eso era lo que le habían enseñado que era la vida.

Le gustaba jugar a ser un gran escritor, dibujar con su voz lo que su nula capacidad pictórica podía mostrar. Era terrible combinando los colores pese a que de ello hacía su trabajo. Lo otro era un hobby, nada serio aunque le diera la vida.

Le gustaba mimar aquellos vocablos, planificarlos estrategicamente y cuidar el mínimo detalle para que pudieran acumular polvo en un cajón. Ojo, uno en el que estuvieran cómodos. No vale cualquier rincón para conservar un buen título.

Le gustaba sorprender al mundo aunque este no le prestara atención. En cuanto a las historias... solo vivía la suya propia.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Bueno, ya vamos viendo

Había contabilizado aquella expresión hasta veintisiete veces en apenas dos años. Después decidió no seguir navegando en el pasado de aquel chat conocedora de que la cuenta seguiría creciendo hasta límites insospechados.

Aún no tenía claro por qué permanecían todos en aquel grupo. Ni siquiera cuando tenía una verdadera utilidad se habían mostrado interesados en conocer el mínimo detalle de la existencia de los otros. ¿De verdad iban ahora a quedar y relatarse el transcurso de sus vidas? No, por supuesto que no. Seguirían sacando aquel tema de conversación cada vez que el aburrimiento o el afán de socialización los invadiera, pero concluirían de nuevo con aquella respuesta que jamás se convertiría en promesa.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Estar bien

Mañanas de sábado:
una taza de café,
dos horas de escritura.

Domingo:
pasear descalza por la playa
con gorro, guantes y bufanda.
Noches de convivencia,
cocina y peli

Recordar
a ratos
aquellos otros tiempos.

Reír
a carcajadas
estos otros días.

Ser un poco inconsciente
para evidenciar la juventud.

Ser un poco responsable
para seguir siendo yo.

Viajar
hasta borrar el más allá.

Cerrar los ojos,
acabar con la distancia.

Abrir los ojos,
tener todo el poder.

jueves, 14 de noviembre de 2019

De fondo

Entre ola y ola apenas un instante, un escaso silencio que la devolvía la energía. En aquel entorno todo era una provocación para sus oídos, receptivos incluso en la noche. Por ello, ese reducido tiempo en el que el sonido estaba ausente resultaba una bendición. Siempre se había conformado con poco, cada vez con menos, hasta llegar a aquel día en que diez minutos junto al mar devolvían la viveza a sus mejillas y el esplendor a su mirada. Entre ola y ola, el silencio era el arrullo de la vida.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Atasco


Esa historia estaba atascada. Había tantas maneras de hacerla avanzar y tan variados los resultados que no se atrevía a dar el paso. Se miraba en el espejo, a los ojos, fijamente... y dejaba el paso pasar. Estaba más allá de su dificultad para tomar decisiones. Era más importante que eso y aunque se repetía la necesidad de una resolución, el entramado de sus dudas impedía el más mínimo movimiento. Mientras, las canas y las arrugas iban adueñándose de su rostro.

Y una mañana la olvidó. En realidad, ya había decidido su futuro entre algún otoño lluvioso y las flores de la primavera. Permanecería congelado en el tiempo porque no había tinta con la que continuarla. Había otros bolígrafos, otros cuadernos, diferentes, pero que igualmente aportaban vida. Eso era lo importante.

jueves, 7 de noviembre de 2019

¿Y por qué tras el espejo?

El poder de la palabra
conectada con el mundo.
El amor,
verdad
en unos labios de cristal.

No hay reglas.
No hay límites.

Disfrutar
la otra parte de la realidad.

Se llama poesía.


jueves, 31 de octubre de 2019

Lugares de ensueño

Era uno de esos lugares que por idílicos parecen de mentira. No le hubiera extrañado ver a una princesa medieval de larga cabellera galopando sobre la yegua más hermosa del reino y con una sonrisa imborrable, la misma que se había dibujado en su rostro al sentir el silencio por más de diez segundos seguidos.

Los colores del otoño embriagaban sus ojos mientras que una suave brisa refrescaba su rostro. Caminó junto al lago imaginando a las más diversas criaturas mágicas saliéndole al paso. Lo que no imaginaba es que una de ellas realmente vivía allí... y estaba siguiendo cada uno de sus pasos.

lunes, 28 de octubre de 2019

Las tres criaturas negras

El viento sacudía los árboles con tanta furia que pocas eran las hojas que resistían el envite. En los telediarios hablaban de la llegada de un huracán pero ella se plantó en mitad de la playa un día más. Después de tres años seguía confiando en que cualquier mañana vería su vela volviendo a ondear en el horizonte.

Tres cuervos negros se posaron a escasos metros de ella que, inmóvil, desafiaba al resfriado que terminaría por recibir de seguir permitiendo que la lluvia calara sus huesos. La trenza que con tanto cariño había peinada un par de horas antes, era ahora ya una maraña de cabellos que parecían no haber estado nunca en sintonía.

Tardó varios minutos en percibir cómo las lágrimas cubrían su rostro. Era la primera vez que sucedía desde que aquella mañana en el puerto les viera marchar convencidos de su éxito. Dos de los cuervos alzaron el vuelo y comenzaron a atacarse sin previo aviso. La tercera criatura negra se elevó en el aire y se alejó hacia un océano que traía nubes aún más oscuras.

Ella volvió la mriada a la ciudad. No la recordaba tan majestuosa aún cuando la lluvia difuminaba el horizonte. Dejó el mar a su espalda y caminó sin rumbo. A lo lejos aún podía escuchar el graznido de los cuervos, envueltos en su propia contienda y sin apreciar su ausencia.

Hacía mucho que no se perdía en aquella mole de asfalto. Tiempo atrás había tenido que patearse cada rincón de la urbe a causa de su trabajo, y ahora encontraba monumentos que jamás hubiera pensado pertenecían al mismo lugar en que vivía.

Se detuvo junto a un jardín, uno de los pocos que aún no había destrozado el huracán. Se sentó en un banco y secó su rostro. Poco después, un cuervo se posó en el césped y el viento comenzó a amainar lentamente.

sábado, 26 de octubre de 2019

Al fantasma del engaño

Te mentí
por un pasado descompuesto
por un futuro
que ya no nos pertenece
ni queremos acariciar.

Te mentí
por la distancia que matamos
por el susurro que olvidamos
y no queremos mencionar.

Te mentí
para avanzar,
para decirte que ya soy libre
y que siempre lo seré.

Descubrí la verdad
durmiendo a la intemperie,
navegando entre recuerdos
y haciéndome regresar.

Descubrí la verdad
sonriéndole a los miedos,
enloqueciendo con mis sueños
y pintando un nuevo mundo.

Descubrí la verdad
cuando vencí mis ganas de ti
cuando me pude vivir
y construí una esperanza.

lunes, 21 de octubre de 2019

De frente

Su carcajada retumbó en la estancia como el eco perverso de las antagonistas de Disney. La ciudad había quedado completamente a oscuras y su cabello enmarañado se precipitaba sin vida a la hoguera. Había dictado sentencia. No hacía nada malo, tan solo dejaba que las promesas perdidas que cubrían su cuerpo se perdieran bajo la luz de la prisión.

Un puñado de hojas secas decoraban la estancia sin ninguna razón. Tomó una soga y se dedicó a acabar con la locura de la perfección. Después, arrancó la responsabilidad de sus garras y la lanzó al vacío. La velocidad de aquellos recuerdos se perdió en el instante en que el baile se apoderó de ella. Nunca más le tendió la mano al engaño.

martes, 15 de octubre de 2019

Promesas de invierno

Sabía que estábamos viviendo en la misma ciudad y que frecuentábamos las mismas calles, así que era cuestión de tiempo que nos reencontráramos. Me creía preparada. Ya nos teníamos prometido un café y una larga charla cuando me hubiera establecido por completo. Creí posible un nuevo comienzo... hasta aquella tarde en que nos cruzamos.

El cielo amenazaba con una tormenta que no terminaba por descargar. Caminaba por la calle en que nos vimos por última vez. Apareciste detrás de un autobús. Nuestras miradas se cruzaron un instante. Suficiente tiempo para que regresaran los recuerdos. Nos supimos allí con la misma intensidad que en el pasado y nos colapsamos. Yo inicié una conversación vacía con mis compañeros de trabajo aún cuando el silencio era nuestra única mediación. Tú fingiste una llamada formulada por la voracidad de la rebelión aún cuando siempre obviabas los dictados de la modernidad.

Seguimos intercambiando mensajes durante un tiempo deseando una nueva casualidad en la que no fuéramos tan cobardes. Sin embargo, ya habíamos sellado el destino de nuestra relación.

domingo, 13 de octubre de 2019

La longevidad del recuerdo

Aunque fuera la más evidente de las mentiras, Lucía no se daría cuenta. No es que no lo pensara, que no le concediera importancia a la distancia, a fin de cuentas era algo temporal. Era más fácil pintar de colorines el cielo que descubrir el barro sobre el que se sustentaba.

Subió las escaleras al ritmo del crujido de la madera bajo su peso. Su vestido de seda ondeaba difuminando su redondez de embarazada. Se acercó a la ventana del pasillo y la cerró. El viento no seguiría caminando sobre sus recuerdos. Enmarcada en la oscuridad de una tarde lluviosa, la belleza de su rostro plateado contrataba con el abismo de sus ojos, pozos que hubieran disfrutado el verde salvaje del exterior.

Tanteó con sus manos el sillón anaranjado que recordaba estridente bajo la cuidada decoración que había elegido su madre. Curvó ligeramente los labios al recordar su expresión cuando él colocó aquel pedacito de su extravagancia. Ahora había perdido ya su color y el paso de los años lo estaban convirtiendo en una antigualla sin rastro de su esplendor, como el dorado del cabello de la muchacha que iba pereciendo bajo las canas.

Lucía se sentó con cuidado y comenzó a acariciar su pronunciada tripa. Su piel también recibía el silencio atronador de aquella casa que se iba derrumbando sin que ella fuera consciente.

martes, 8 de octubre de 2019

Alimentar al océano

Una bocanada de aire hubiera sido suficiente para llegar a la orilla. Una última exhalación que escupiera la sal de la tierra. Lo llamarían mala suerte, tentar a la providencia divina. Nadie mencionaría la ausencia y todos cenarían con la mentira. Cuando no quedasen silencios por matar, la lluvia transferiría su puesto al abandono.

Una bocanada de aire hubiera sido suficiente para despertar en el invierno. Una última exhalación que denotara la existencia del futuro. En cambio, le cedieron la palabra a la guadaña para no postergar lo inevitable, para no matar el tiempo con causas ajenas, para obviar a quienes sueñan con la niebla porque la noche sigue sin estrellas.

El océano seguiría engullendo sus cuerpos a la espera de las consecuencias de su empacho.

sábado, 5 de octubre de 2019

La última canción

En algún punto la playa se convertía en acera y la acera en carretera, pero el viento no estaba de acuerdo con las proporciones. Miguel arrastraba los pies sobre la arena haciendo un esfuerzo titánico para que su propio cuerpo se mantuviera en tierra. Despacio, pero avanzaba.

Sus ojos no vislumbraron cuerpo alguno sobre la playa. Él sabía que estaba allí y que aquella era la última oportunidad para despedirse. Una vez que se transformara no tendrían la posibilidad de reencontrarse. Y era su momento de volver al mar, de volver a su casa.

No quería pensar que llegaba tarde, ni tampoco que su amistad no había sido lo suficientemente intensa como para no merecer un final mejor.

Vencido por el cansancio, sus piernas dejaron de responder y el viento terminó por empujarlo hacia el suelo. Cerró los ojos y se dejó mecer por una melodía lejana que parecía compuesta solo para él.

lunes, 30 de septiembre de 2019

La vida secreta de los calcetines

Le echaban la culpa al perro o al gato alternativamente pese a que eran dos trozos de pan. El uno apenas ladraba y el otro dormitaba todo el día bajo el sofá. Y aún así, cada vez que alguien recogía la colada, atendían pesarosos la bronca, probablemente porque no les faltaron deseos de jugar con ellos. Pero no, no eran los responsables de la desaparición de los calcetines en esa casa.

Laurita pensaba que hacían como sus padres, que se habían cansado de convivir juntos y uno de ellos se había mudado a un barrio más rico. Sus amigas del fútbol la dijeron que habiendo dinero de por medio, seguro que aparecería pronto un tercer calcetín en cuestión. Su profesora de inglés le aseguró que sólo estaban castigados por no haber hecho los deberes, y que si no quería volatilizarse como ellos, ya sabía lo que tenía que hacer.

David estaba convencido de que eran ingresados en el hospital por una intoxicación olorosa, versión que sin duda corroboraba su novia de turno. Claro, que en esa jungla que tenía por habitación lo mismo en lugar de perdidos se habían escondido por decisión propia.

Flora les daba la razón, por supuesto, si es que ya era hora de que se independendizaran, ¡uy, si ella pudiera! Envidia le daban, que con sus contratos de dos días en dos días y su sueldo de mierda... Pero oye, que por lo menos ella tenía mucho más que los que habían ido a la universidad. Se imaginaba a los calcetines afincados ya en algún pueblecito de la montaña, comiendo de lo que daba la tierra, respirando aire no contaminado, saludando todas las mañanas a las vaquitas... Y las nevadas que les dejaban incomunicados, la falta de internet y el tener que hacer dieciséis kilómetros para socializar con alguien de su edad... pues eran renuncias de una vida feliz.

Virginia juraba y perjuraba que los había metido juntos en la lavadora y que si alguno tenía quejas que se hubiera molestado en ponerla, que no era tan difícil. Ella apostaba que se habían ido a recorrer el mundo dado lo aburrido de su hogar. Ay, Grecia, seguro que estaban paseando por los templos esos de los dioses. No, no, de escapadita romántica por París, y no como otros que de luna de miel preferían Benidorm porque estaba de moda. Ahora, que cuando volvieran no trajeran recuerdos que luego era otro trasto al que quitarle el polvo.

Mateo, que en realidad ni pinchaba ni cortaba ya en esa casa, consideraba que se hubieran puesto en huelga ante el exceso de horas extra. Que sí, que tampoco habían luchado por mantener aquello a flote pero era una cuestión de dos. ¡¡Dos!! Y total, que los papeles ya estaban firmados y no había más que hablar. ¿No? Sí, seguimos hablando de calcetines, ¿de qué si no?

La abuela Antonia era más de echarle la bronca a los de la televisión, que seguro que cuando la apagaba atravesaban la pantalla y hacían de las suyas al igual que en los culebrones. Y ya de paso se comían algún bombón, porque a ella lo del chocolate no le iba mucho. ¡Qué va!

La vecina del quinto, que siempre tenía que dar su opinión porque ella llevaba muchos años viviendo en ese edificio y, pues claro, eso le daba unos derechos, tenía la teoría de que se habrían marchado voluntariamente en busca de una costurera, porque siendo tan monos era casi un delito tenerlos con esos tomates, que vamos, que si la dejaran a ella, lo apañaba en un minuto, pero como ya no era bienvenida en esa casa... 

La cartera, que solo iba a dejar un paquete pero ya que estaba allí la insistieron en que diera también su veredicto, no entendía cómo le daban tantas vueltas: pues se habrán caído del tenderete y si te he visto no me acuerdo.

Silenciosa, en un rincón de la terraza, la lavadora llevaba años devorando esas pequeñas piezas de tela sin que nadie se atreviera a acusarla. ¡Uy como alguno se arriesgara a decirla nada...! Iban a saber entonces qué era eso del apocalipsis. No, ahora en serio, si es que no lo hacía con malicia, era simplemente que estaba muy solita, si por lo menos tuviera una secadora con la que aliarse... Además, que un calcetín al día... o dos... tampoco se iba a notar tanto, ¿no? La opción de combinarlos era igualmente buena, no hacía falta mantener todo perfecto. O tres... o cuatro... ¿cinco? Si visto lo visto, lo mismo incluso les estaba dando la oportunidad de tener una mejor vida.

sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Amigos para siempre?

Si volvían a encontrarse sería fruto de la casualidad. Por mucho que quisieran sus caminos estaban separados. Claro que se habían planteado un reencuentro, una y cientos de veces más, hasta que el tiempo terminó por sembrar el olvido.

Podían prometerse una amistad eterna y un cariño perpetuo. Al final, la distancia convertiría sus palabras en una ráfaga de viento perdida en la estratosfera.

Podían llorar con amargura en la despedida, ganarse el berrinche del siglo y un dolor de cabeza que durara tres días. Después, nada volvería a ser igual; cada uno seguía su camino de baldosas amarillas. Del recuerdo quedaría un pasado borroso en aquella ciudad en que vivieron.

lunes, 23 de septiembre de 2019

30 de septiembre

Fue lo primero que hizo al conocerles: avisarles de que bajo ninguna circunstancia madrugaría, y aclaraba que esos significaba no levantarse antes de las once. Dormía profundamente y no se enteraba de nada de lo que sucedía a su alrededor, incluso si sonaban cuatro despertadores y un par de llamadas.

Había una excepción: los últimos diez días de septiembre se iba de casa antes que ningún otro hubiera abierto los ojos y regresaba un par de horas más tarde como si nada hubiera sucedido. Los primeros años sus compañeros eran presa de la curiosidad y más allá de las preguntas ignoradas, trataban de seguir sus pasos. Con el tiempo dejaron de buscarle una explicación atribuyéndole una importante carga personal a la que todavía no tenían acceso.

Heridas, cicatrices y felicidades perdidas formaban parte de una vida nostálgica que era vivida con plenitud por encima de todas las batallas del destino.

Todos sabían que en aquellos días sus ojos se convertían en regueros de agua, pero también que reía de la forma más auténtica y comprometida que jamás hubiera visto en ella. No era una alegría desesperada, mas bien sincera.

Aquel año su salud estaba resentida, nada fuera de lo común cuando las canas no eran ya sino la totalidad de sus cabellos. Competían con cierta consternación, aunque con orgullo, por ver quién tomaba más pastillas o el que acumulaba más visitas al médico. Pese a que lo propio era dormir menos horas, ella seguía manteniendo su costumbre de no madrugar.

Cuando llegó el 20 de septiembre y aún con las piernas hinchadas y los huesos débiles, se lanzó a la calle con su cachava y su lento caminar. Llevaba todo el mes resfriada y más pálida de lo habitual. La fragilidad de su paso en cambio mejoró con su particular ritual y seguía sacándoles la sonrisa especialmente aquellos días, como siempre había hecho. Hasta el día 30.

La encontraron en la playa. Había sido solo un desmayo y no había de qué preocuparse, decían. Ella bromeaba y se burlaba de los demás anotándose un tanto en su historial clínico.

Apenas comenzó el 1 de Octubre y su rostro angelical quedó congelado.

sábado, 21 de septiembre de 2019

Hipnotizada

Quisiera no pensarte,
enloquecer
perdida en las estrellas.
Porque soy persona
en un río de arena.

Siento.

La luna
es el cristal de mis ojos
y mis silencios sueñan
con colores del ocaso.

Anhelo tu piel.
Imagino sonrisas
bebiendo del deseo.

Es el compás
de este extraño invento.

No quiero susurros edulcorados
si no hay palabras
dibujadas en el tiempo.
Y es que escucho tu mirada
a 300 metros del futuro
y tiemblo.
Tiemblo.

Puedo ser estatua
en esta noche envenenada
pero hay labios
que hasta el sol extraña.

Bailemos cada instante
como el otoño en el cielo.

No controlo
este sueño en blanco y negro.
Vivo.

5-12-2017


martes, 17 de septiembre de 2019

Tu nombre en la arena

Apareció su nombre en la playa, grabado en la arena con esa caligrafía tan suya. Fue una mañana de verano, dos meses después de despedirnos, cuando el mar sustentaba su ritmo adormecido en la madrugada.

Seguía bajando a correr bien temprano, como cuando estábamos juntos. Allí especialmente fuertes los recuerdos; a veces me daba por llorar y otras por reírme como si no hubiera un después. Mis piernas continuaban a lo suyo como si el asfalto bajo la suela de las deportivas fuera parte de un río de lava. Sin embargo, aquellas letras sobre la tierra dorada brindaron la debilidad a mis pasos y el desconcierto a mi mente.

Caminé con la respiración agitada hasta la orilla y me detuve a un par de metros. Tan solo un par de corredores más por el paseo marítimo. No estaba escondido. No estaba ahí. Lo sabía.

Una ola lo barrió todo. El agua se retiró lentamente y la espuma aún tardó varios segundos en desaparecer. Quedaba la huella de una escritura cuidada. En cuanto subiera la marea terminaría por difuminarse, pero había existido y los dos lo sabían.

Tragó saliva y reanudó su marcha.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Día a día

Escribir para sentir el mundo,
la caricia del olvidado,
el susurro imprevisto.

Alcanzar la luna,
despertar el recuerdo.
Nostalgia.

Escribir para ti:
regalarte los versos,
no olvidar nuestro ayer.

Rumbo sin destino,
abrazo de palabras.
Complicidad.

Escribir para vivir.


11-06-2019

miércoles, 11 de septiembre de 2019

¡¡¡Contesta!!!

De pronto aquel chat del móvil se había reactivado. Había tardado varias horas en responder porque, como era su costumbre, abandonaba el teléfono en silencio en algún rincón de la casa que luego olvidaba. Para cuando se había querido dar cuenta alcanzaba los seiscientos mensajes. Sí, le daba bastante pereza leerlos, pero la curiosidad por saber si volvían a superar la habitual cantidad de estupideces era lo suficientemente alentadora como para realizar el esfuerzo.

Se tumbó en la hamaca del jardín con una bolsa de golosinas. El sudor se impregnaba a su piel y a lo lejos aún podía escuchar el débil llanto de sus pequeños sobrinos. Sonrió aún emocionada de haberles ayudado a llegar al mundo.

Comenzó a deslizar el dedo por la pantalla pasando de la sorpresa a la indignación con cada plan aprobado si nadie decía lo contrario en los siguientes treinta segundos. Al final todo sería una pérdida de dinero y de tiempo que todos ignorarían por el 'bien de la comunidad'.

Una suave brisa y el trinar de los pájaros la ayudaban a conservar la calma necesaria para no atragantarse con las gominolas. El exceso de azúcar no iba a dulcificar su lengua viperina, menos aún cuando ponían en su boca palabras que no había dicho.

Cuando llegó al final de la conversación era incapaz de comprender de qué estaban hablando, intercambiaban preciosas estampas de cómo irían vestidos a un evento que nadie se iba a encargar de organizar.

Su mano izquierda llegó al final de la bolsa sin encontrar nada que llevarse a la boca. Sonó un nuevo mensaje: la reprochaban su falta de compromiso con el grupo por no enviar una foto con su vestuario. Iba siendo hora de hacer algo de provecho. Salió del grupo y bloqueó a todos sus miembros. Cuando la preguntaran en persona por los motivos no tendría ningún problema en hablar y discutir del estúpido mundo de los grupos multitudinarios y de la necesidad de tener vida privada.

25-07-2019

viernes, 6 de septiembre de 2019

Caminos

Sintió sus brazos en tensión cuando llegó a aquella encrucijada. Observó primero a Daniel. Fruncía los labios y su mirada seductora se convertía en una red de la que era difícil escapar. El chico dirigía su cuerpo hacia el camino de la izquierda. A lo lejos divisaba un lago en el que de seguro podrían pasar las mejores tardes de su vida y donde el atardecer parecía ser eterno.

Torció la cabeza hacia Paula. Su voz aflautada y la locura de sus pensamientos entretejían una cautivadora melodía que podía resonar en su cabeza mil horas después de haberla escuchado. Ella quería que fueran por el sendero de la derecha, un desfiladero sin final que prometía largas noches de estrellas fugaces.

No se dijeron ni una palabra. Soltaron sus manos y se alejaron de ella. No la iban a reprochar nada y ella tampoco se lo iba a tener en cuenta. Simplemente prestó atención a sus botas llenas de barro y alternativamente cada uno de los caminos.

Delante de ella quedaba el bosque, una vasta extensión de árboles que jamás había visto pero que resultaban de una belleza extraordinaria. Echó a andar por mitad de la nada, cerca de ellos pero por su propio camino.

sábado, 31 de agosto de 2019

Atardecer

Era de aquellos días que cuando llegaba la noche parecían haber transcurrido semanas, y sin embargo, apenas alcanzaban las veinticuatro horas. Tiempo que fluía lento bajo las manillas de un reloj acelerado.

Era de aquellos días de miradas cómplices, de abrazos que permanecen en la piel más allá de la distancia, de palabras que no se las puede llevar el viento porque quedan incrustadas en el alma y curan en lugar de hacer daño.

Contempló con escepticismo el cielo y el océano. Podía haber caído bajo el embrujo de los recuerdos, haber sido arañada por la nostalgia y perseguida por el monstruo de los rencores.

En cambio, se limitó a estar allí y respirar ese momento. Irrepetible. Fugaz y eterno. No era más que uno de aquellos días en que cuando llegaba la noche seguía siendo de día.

lunes, 26 de agosto de 2019

Tormentas de verano

Primero aparecían las hormigas con alas. Se pegaban a la ropa y compartían la comida contigo. A ratos eras tú quien tenía que pedirlas permiso para meter bocado. No era tiempo de exageraciones, sino de recoger ciruelas y dejar que las carcajadas volaran muy cerca.

Después llegaba ese calor, tórrido, pegajoso y desafiante que impregnaba el aire de futuros planes que jamás se realizarían. La temperatura se convertía en una buena razón para el dolor de cabeza originado por las cervezas.

Aún quedarían estrellas fugaces pero el cielo optaba, a aquellas alturas de agosto, por cubrirse de nubes negras e inundar las despedidas y las mentiras de los primeros amores. Con las primeras gotas quedaban cerradas las puertas aunque fuesen del campo.

Las calles pasaban a ser ríos y el barro formaba parte del vestuario de aquellos tres o cuatro días que no faltaban nunca a su cita. Nunca llegaban en la misma fecha; obviaban la puntualidad a sabiendas del asalvajamiento que producía pasar esos días encerrados. Los truenos despertaban el miedo de niños y mayores, voces acalladas por los vestigios de la niebla.

Al final todo pasaba y volvían a ser días de verano, con las tormentas sepultadas bajo la fiebre del olvido, y la promesa de aprovechar las últimas noches que bañarían la plenitud del recuerdo.

viernes, 23 de agosto de 2019

Mi nueva mejor amiga

He descubierto una araña gigante que duerme sobre mi cama. Estoy más que acostumbrada a las telas de araña, ni me asustan los animalitos ni me dan asco, pero es que al despertarme apareció una sedosa red que cubría toda la viga de lado a lado de la habitación; es que me parece ilegal que haya estado trabajando a esa velocidad. No sé quién será su jefe pero más le vale denunciarlo. Pero es que por si fuera poco ya tenía un bicho colgando, pero no es que volando se hubiera quedado atrapado y ya, no, no, es que estaba envuelto por completo, listo para el desayuno, es que ni siquiera pude averiguar de qué especie era el difunto porque no se distinguía nada.

Total, que como estaba medio dormida no le hice mucho caso, pero ¡ay, madre!, que cuando volví el cuerpo colgante ya no estaba y se movía una sombra por toda la habitación. Ahí sí que me cagué un poco, que eso de tener un inquilino que pueda acabar contigo por la noche no es lo mío.

Me fijé en la telaraña. Resulta que ya había conseguido comida para varios días. En realidad lo que me llamó la atención es que entre los bichos había una pata gigante de araña y estaba convencida de que era suya, porque la otra opción pasaba porque fuera de un hermano; comerse a otros bichos tiene un pase, ¡¿pero a su propio hermano?!

La localicé cuando se quedó quieta en un rinconcito. Parece que se iba a echar la siesta después del fuerte desayuno y toda la noche esclavizada en la construcción de la telaraña. La observé con cierto acojone. Tenía las ocho patas...

No volví a pisar la habitación hasta por la noche, por si acaso. Seguía en su sitio y el puente de seda no parecía haberse ensanchado. Entonces me quedé a oscuras y escuché un chasquido. No es que se hubiera ido la luz en la casa, que no sería de extrañar, era más divertido todavía, mi bombilla se había fundido y venían dos días de fiesta nacional, que a ver dónde narices encontraba yo una de repuesto. Sí, claro que barajé la alternativa de pedírsela a un vecino, creo que de hecho no quedó ninguno al que no se lo comentara, pero de mi pueblo y de los tres de alrededor.

Así que nada, ahí estaba yo dispuesta a pasar tres noches sin luz y una araña que dudaba que fuera a entrar bajo la suela de la zapatilla de mi hermano, que gasta un cuarenta y cinco. Desenfundé el móvil y activé la linterna, por lo menos tenía batería. Fue recorriendo toda la viga, mi nueva amiga seguía en su sitio, lo cual me tranquilizó ligeramente. Me metí en la cama sin apartar la vista y puse el teléfono a cargar para poder controlarla al día siguiente.

Dormí mal... fatal, pero no le voy a echar la culpa únicamente a la araña, que en una casa de madera, se escuchan los ronquidos del piso de abajo, del piso de arriba y de las tres habitaciones de al lado. Volví a poner la linterna del móvil. Mi amiga no se había movido, ¿se había muerto? Sople. Todo en calma. Una nueva ventolera y ninguna respuesta. Me confié y provoqué un huracán. ¡Ay, ay, ay! Me tendría que cambiar las bragas. La muchacha encogió sus patas y comenzó a caminar hacia mí. Fue la primera vez que volé bajando los escalones.

Sin embargo, aún no había llegado lo peor. Después de tres noches a oscuras y de, por supuesto, pasarme el día fuera de casa y trasnochar un poquito, no por la araña, que va, saliendo de fiesta como nunca antes en mi vida, conseguí una nueva bombilla y seis más de recambio. La verdad es que tengo que reconocer que había comenzado a unirnos una profunda amistad: habíamos llegado al acuerdo tácito de que si yo no la mataba, ella tampoco lo haría conmigo.

El caso es que después de casi una semana de convivencia, seguía recorriendo todas las noches la viga con mi linterna. Creo que prefería no haber sabido nada. Una hijita se balanceaba aún más cerca de mi cama. No paraba quieta, iba, venía, se colgaba. Pero vamos a ver, que eran las tres de la mañana, ¡por favor, váyanse a dormir!

Respiré profundamente y cerré los ojos. Confiaba en su capacidad educadora de madre, ¿o padre? No, no era algo por lo que sintiera especial curiosidad.

A la mañana siguiente me pertreché con la linterna más potente de toda la ferretería y recorrí toda la viga. Seis, seis, preciosas criaturitas vagaban por la sedosa telaraña. ¡¡¡¡Seis!!!! Y lo peor de todo, mi nueva mejor amiga me había abandonado. Es que a mí no se me da bien hacer de canguro. Claro, que con tanta descendencia igual no era tan extraño que se hubiera escapado un ratín, lo mismo y todo debía invitarla a una sesión de masaje gratuito.

Esa tarde llegaron mis primos los pijos. Siempre se habían quejado de que yo tenía el cuarto más grande. ¡Pero vamos a ver, mamelucos, si es que solo venís tres días al año! En un alarde de generosidad les regalé la estancia en mi habitación. Ahí disfruten ellos de las maravillas del campo.

lunes, 19 de agosto de 2019

El tiempo que entretuvimos

Manos entrelazadas
pretendían jugar,
besos fugaces
disparaban más allá,
caricias,
ternura.
Nada más.

Recuerdo descubrir la mitad
de tu universo gris,
doblegabas la rutina
con champán y un souvenir.

Distancias que alargaban la verdad,
el final.

Secretos a voces
mudos de callar.
Atardeceres de postal.
Nada más.

Mis nubes dormitaban
sobre arenas movedizas.
Acompañaba a la duda
a sembrar mi despertar.

Sin marcha atrás,
a favor del viento en contra.
Vuelan las estrellas
hacia el otoño que vendrá...
y se irá.


viernes, 16 de agosto de 2019

Abrigar los pies

Apenas podía ver el cuerpo más allá de las rodillas. Eran zapatos sin rostro que jugaban a detenerse ante mi sin cumplir nunca su promesa, adquiriendo de nuevo el ritmo de la vida moderna.

Azules, marrones, deportivas, con tacón,... y las tuyas. Siempre las mismas sin importar la meteorología, día tras día.

Las horas pasaban lentas en aquel cuchitril y se ralentizaban aún más cuando veía aparecer al inicio de la calle tus zapatillas del mismo color que tu putrefacta alma. Mi cuerpo comenzaba a temblar, rezaba entre susurros y las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Siempre sonreías al entrar en la habitación. Dejabas la comida y me acariciabas el pelo. Te daban igual mis puñetazos y que te escupiera en la corbata. Tu fuerza desmedida cargaría contra mis extrañas incluso cuando era amable, así que por los menos me daba ese gusto en que mis uñas rasgaran tu piel. No importaban mis súplicas ni mis gritos. Tu respuesta siempre era una dulce sonrisa.

Juro que me rendí confiando en que tú hicieras lo mismo. Pero seguías llegando con tus zapatillas, cada vez más desgastadas y con un olor que se volvía tarde tras tarde más nauseabundo. Era lo que menos nos importaba. A los dos. Entrabas dispuesto a arrancar la poca esperanza que aún podía albergar y lo demás daba igual.

Entonces opté por confiar en tus borracheras. Algún día cometerías un fallo y allí estaría yo, con mis pies descalzos y ensangrentados.

Tardaste más de lo que esperaba, pero esa madrugada deje de tener miedo.

28-02-2019

viernes, 9 de agosto de 2019

Paraísos secretos

Nos hablaba de aquel lugar como de un mundo mágico, de naturaleza salvaje y espirítus indomables; donde el tiempo fluía con la lentitud propia de la desdicha pero llenando el espacio de gloria.

Había quienes le llamaban egoísta porque jamás revelaba su ubicación. Era el secreto que se llevaría a la tumba. Para otros no era más que un cuento sin fundamento dado que tampoco enseñaba fotografías.

Solo en una ocasión le pregunté por aquel paraje que parecía ser el origen de su felicidad. Su respuesta resultó ambigua a la lógica de mis desvelos. Al principio tuve la impresión de que cambiaba de tema: me habló de la familia no compartida, de los sueños de verano que se adelantan a la primavera y de cómo la niebla acariciaba el monte pero nunca arañaba.

En la fiesta que le organizamos por su cincuenta cumpleaños conocimos a su familia. Enseguida hubo quienes se abalanzaron sobre su hija para preguntarle el nombre de su pueblo; resulta que no tenía y que de echo odiaba las vacaciones. Su mujer se mostró ligeramente desencantada, que su marido le había contado maravillas de sus compañeros y ninguno tenía superpoderes.

lunes, 5 de agosto de 2019

Tacones


Caminaba sin rumbo por el centro comercial. Se había vestido de forma elegante y en su casa se habían emocionado con la certeza de que se dirigía a una cita. Ella no les quitó la ilusión.

Paseó ojeando los escaparates con cierto desinterés pese a que adoraba pasar las tardes allí. Entró a varias tiendas y se probó pantalones y camisas sintiéndose incómoda con todas. Con un evidente cabreo se dirigió a una zapatería y compró unos tacones con los que salió puestos. Eran altos. Muy altos. Por un instante, la hizo ilusión. Quería probar sus límites aún a riesgo de caer. Aún a riesgo de que las ampollas y la sangre hicieran de aquella tarde la última en que se pusiera aquel calzado.

Ya en la calle se encaminó hacia un paseo arbolado. Le recordaba a su infancia. Era una isla en la que flotar libre. Allí no pasaba el tiempo y su mente se negaba a volver a tierra. A veces había tanto turista que no quedaban huecos por los que pudieran colarse sus sueños de niña. Entonces la agonía clavaba sus garras con un poco más de intensidad.

Por lo menos aquella tarde tuvo suerte. Se sentó en un banco y sacó su móvil. Navegó por la lista de chats del WhatsApp curioseando las fotografías de perfil. Se detuvo en la de ella y accedió a la conversación. Los últimos mensajes auguraban un próximo encuentro que, por supuesto, y para variar, no se había producido.

Llevaba dos meses queriendo llamarla. Quizá hubiera sido suficiente con intercambiar un par de mensajes, sabía que de cualquier modo daría en la diana con sus palabras. Estaba jodida e incluso sería capaz de reconocerlo. Pero no. Optó por resistir. ¿Resistir a qué?

Se descalzó cuando la sangre ya empezaba a secarse. Ella la hubiera prohibido comprar aquellos tacones. Ella la hubiera detenido con la primera rozadura. Ella hubiera curado al instante sus heridas. Ella hubiera impedido la infección. Ella no estaba allí.

Llevaba dos meses queriendo llorarla y aun así no llamó. Volvió a ponerse los tacones y se alejó del parque de su infancia con intención de buscarse una cita para la siguiente semana.

jueves, 1 de agosto de 2019

El colgante

Aquella mañana no había cambiado nada. Ismael se había levantado a la misma hora. Había plantado primero el pie izquierdo porque era su buena costumbre y podía darle la razón a quien le hablara de su creciente mal humor, actitud que a su juicio no era más que una puntual respuesta agria, borde, para aquellos con los que no quería dilapidar sus minutos.

Caminaba el muchacho por el pasillo rebozándose por la pared, que estando ésta desnuda y ante el calor estival, lo veía una buena medida refrigeradora aunque fuesen apenas unos segundos. No era que se conformara con poco, era que la opción de la ducha o de plantarse delante del ventilador pasaba por recorrer la mitad de la casa en que olía a ambientador y desodorante, lo que su delicado olfato le impedía con continuas amenazas de derramar la cena de la noche anterior y de la de hacía tres días en cuento ponía un pie en el pasillo. Lo del aire acondicionado tampoco iba con él; por experiencia propia, vivida y sufrida también por todos los habitantes del edificio, sabía de los males que aquejarían su garganta ante unos minutos de exposición a aquel falso vientecillo. 

Se sentó a desayunar tan tranquilo cuando de pronto recordó que la noche anterior le había dejado su novia por SMS después de haberle bloqueado en Whatsapp. Al principio se asustó porque jamás había recibido uno y pensaba que era una citación para ir a la mili. Tuvo que tranquilizarle su padre asegurándole que si existiera la posibilidad de que a un zoquete como él le dejaran un arma, ya se habría ocupado personalmente de impedirlo augurando las consecuencias de su torpeza. Así que después de que la abuela le diera permiso para tomarse un par de chupitos por el disgusto tan grande que se había llevado, consiguió leer aquella proeza del SMS. Cómo sabía la zagala que de esa forma no discutirían, el mensaje y la llamada eran un esfuerzo al que había renunciado hacía tiempo.

El caso es que hacía poco que le había pedido el favor de su vida a su madre: que le comprara un colgante precioso (es decir, carísimo) que se le había antojado a la mozuca y que por lo visto no lo había de imitación. Hasta ahí todo bien, pero es que su querida madre le había añadido el detalle de grabar el nombre de la chica por detrás. Sin tener eso en cuenta podía esperar la joyita guardada en un cajón hasta que su poder de latin lover volviera a actuar, pero las probabilidades de que eso ocurriera eran ya de por sí escasas, ínfimas si la enamorada en cuestión debía tener nombre polaco, y no uno culaquiera, el de su ex.

Lo mejor era deshacerse de ello y evitarle el sufrimiento a su pobre corazoncito, que sí, que no había derramado ni una sola lágrima por la ruptura, pero que a veces el Ismael tenía sentimientos, y no quería que le atacaran en medio de una partida. Puso a trabajar sus neuronas a destajo, sí, las pocas que le quedaban porque medio cerebro se lo había licuado el calor y el otro medio las casi diez horas diarias de videoconsola.

Barajó la posibilidad de lanzarlo por la ventana y que el viento hiciera con ello lo que buena gana le diera. Luego pensó que con lo poco que se movían las hojas de los árboles, había más posibilidades de que le diera a alguien en la cabeza y le sacara un ojo, o peor, que su propia madre lo encontrara allí abandonado, lo recogiera y lo trajera de vuelta, ganándose encima un chancletazo dobla esquinas.

Se le ocurrió entonces estamparlo contra la pared con la mayor de sus fuerzas. Era absurdo; ni él tenía fuerza, ni comulgaba con la violencia, ni la pared se merecía ningún castigo. Además, la abuela se echaba la siesta del mediodía al otro lado y le dejaría sin propina por haberla despertado, y eso que la señora era más bien dura de oído.

Después de dos minutos desmembrándose los sesos y habiendo acabado con la caja de cereales, llegó incluso a plantearse la posibilidad de reconquistarla, pero claro, para eso también debía pensar cómo hacerlo, que eso de llegar y plantarse delante de ella y simplemente hablar le daba un poco de mal rollito. Así que a falta de una mejor solución, concluyó que su existencia estaría marcada por aquel colgante maldito que le impediría volver a enamoriscarse.

Y con aquel dolor de cabeza se espanzurrió en el sofá y encendió la Play.

lunes, 29 de julio de 2019

Lámpara de noche

Iba a ser solo un rato. Marian encendió la lamparita de noche y cogió el libro del escritorio. Apenas le quedaban treinta páginas y estaba tan emocionante que, pese a haberselo prohibido a sí misma porque luego le costaba más conciliar el sueño, necesitaba arriesgarse.

Caminó hasta la puerta y apagó el interruptor principal. Sintió una ligera corriente entre sus piernas. Por fin parecían estar bajando las temperaturas.

Saltó sobre la cama en el preciso instante en que una sombre se deslizó por el suelo preparando su ataque. Marian tomó el libro entre sus manos dispuesta a devorar las últimas páginas.

La lámpara parpadeo débilmente; sucedía desde hacía un año, pero había descubierto que si doblaba estratégicamente el cable dejándolo en equilibrio sobre la propia superficie de la lámpara, aquel titileo desaparecía. Sí, se estaba volviendo un poco vaga. La muchacha se giró malhumorada y se afanó en detener aquel temblor. Tenía sueño y aún así se enredaba en sus entrañas la inquietud por leer ya mismo el final.

La luz pareció estabilizarse de nuevo. Ella se acomodó en el colchón cuando, por un breve instante, sintió una presión en su muñeca izquierda. Se incorporó y observó el brazo: una silueta rojiza con forma de mano decoraba su piel. Lo tocó con cuidado; no dolía y la temperatura no parecía haber variado.

Con extremada lentitud se acercó al borde de la cama y echó un vistazo alrededor como si buscara el tiburón que va a atacar el barco. Por supuesto que no se atrevió a mirar debajo; a cambió pegó un par de botes sobre la cama que, sobre todo en la parte central, se hundía hasta casi tocar el suelo.

Comprobó de nuevo su muñeca: ya no quedaba marca. Aún con cierta desconfianza, retomó su lectura.

No habían pasado ni diez minutos cuando la lámpara de las narices titilaba de nuevo. Cerró el libro de golpe pero su mirada quedó detenida en el espejo: junto a su propio reflejo una figura oscura la observaba sonriente. Marian tragó saliva y contuvo la respiración. Después de varios parpadeos, el espejismo se difuminó y su respiración se volvió agitada. ¿A dónde había ido? Durante un largo rato fue incapaz de moverse. La luz volvió a quedar estable.

Estiró las piernas con intención de levantarse. En cambio, no podía más que imaginarse cómo una mano huesuda atrapaba su tobillo y tiraba de ella hacia el suelo. Tragó saliva en un intento por calmarse. Ahora también temblaba y empezaba a sentir el frío abotargando cada uno de sus músculos.

Marian logró posar el pie izquierdo en la alfombra. Aguardó un instante con el silencio tronando en sus oídos. Plantó el pie derecho y corrió hacia la puerta para dar la luz principal. Apenas eran un par de metros. No le dio tiempo a llegar. La oscuridad se apoderó de la estancia y Marian tropezó. La sangre comenzó a descender lentamente sobre su frente. Cada vez le costaba más respirar y los párpados le pesaban tanto que apenas podía abrir los ojos.

En medio de la confusión, unos susurros metalizados llenaron la estancia. Después, una suave caricia sobre su cuello. Jamás terminaría de leer aquel libro.

17-07-2019