miércoles, 25 de diciembre de 2024

El cuerpo 3/4

Regresa a la parte 2

Abres la boca para proferir un alarido de auxilio. No lo haces. Acabas de ser consciente de que has dejado tus huellas en las sábanas. Y con eso ya te pueden acusar. Y mandar a la cárcel. Y dejar que te pudras en una celda sin posibilidad de reinserción. Y permitir que la prensa te convierta en un ser todavía más maquiavélico. Y acabar por confesar que robabas grapadoras en la clase de 5ºA. Quizá incluso intenten acusarte de algún otro asesinato para el que no tienen un sospechoso claro. No hay sangre pero fuiste tú quien se ocupó de la comida. Pudiste envenenarlo. Un poco de droga en su plato y listo. La analítica te inculpará. A ti. Solamente. Y a nadie más. Aunque sepas que no has sido. Aunque empieces a dudarlo.

Hiperventilas. Te das cuenta de que estás emitiendo nuevas partículas que sumarse a la lista de pruebas. Tratas de controlar tu respiración. Lo vas consiguiendo poco a poco. Tienes que salir de ahí. Como sea. Cuanto antes.

Recuperas tu mochila. No puedes ponérselo tan fácil. Le observas una vez más sobre la cama. Aprietas los dientes. Te acabas de cargar todo tu futuro. Por su culpa. Te diriges con paso firme hacia la puerta. Te detienes. Pones los ojos en blanco. La habitación está en el vestíbulo en el que precisamente se está celebrando una charla sobre el impacto en el transporte en autobús de la transformación digital y energética. Si sales por ahí te verán todos los invitados. Y los conferenciantes. Y los de la organización. Y puede que incluso algún cámara. Y un intérprete de lengua de signos porque ahora la accesibilidad está de moda. Aunque no sea real. Serán, todos ellos, aunque no sean tantos, los testigos perfectos. No puedes ponérselo tan fácil.

Te acercas a la ventana. Es un primero. Sientes vértigo. Salir de ahí. Como sea. Cuanto antes. Vamos, puedes hacerlo. ¡Tienes que hacerlo! En el pueblo te escapabas también desde un primer piso. Entonces llevabas una botella de alcohol en cada mano y ropa poco adecuada para esas frías noches de verano. Vamos, puedes hacerlo. Colocas la mano izquierda sobre la manecilla y la giras con determinación. La abres del todo. Corre una suave brisa. Un mechón de pelo sujeto tras la oreja se desliza hasta tu ojo derecho. Lo apartas con violencia. Te inclinas. Buscas puntos de apoyo. Recuerdas cuánto odiabas los rocódromos de los parques infantiles.

Escuchas su voz. Tu mente colapsa. Reconoces su risa estridente. Unos metros más allá. Junto al limonero del jardín. Es un punto difuso que agita la mano saludándote. Sigue hablando pero tu cerebro no es capaz de identificar ni una sola palabra. Asientes con la cabeza como un autómata. Tu querida tía Margarita que te ha conseguido tu primer curro, va a ser también decisiva para que acabes en el trullo.

Próximamente continúa con la parte 4

sábado, 21 de diciembre de 2024

El cuerpo 2/4

Regresa a la parte 1

Dirías que no hay sangre. O sea, sigues viéndolo todo como en una nebulosa pero piensas que algo así sería igualmente captado por tus miopes ojos. ¿No?

¿Qué te preocupa? ¿La sangre? Ni siquiera cuando te abriste la cabeza al caer de la bici te impresionó. No llevabas casco y sigues sin querer ponértelo ¿Entonces? Sabes que, de haberla, no sería porque tú le hubieras acuchillado. Porque piensas que le han podido asesinar. Que a lo mejor en esa habitación hay algo que no debieras ver y solo por el hecho de haber entrado te conviertes en la siguiente víctima. O se ha podido suicidar. Esas cosas también pasan en la vida real aunque nadie quiera hablar de ello.

Las manos te tiemblan pero determinas ser valiente por unos segundos. En un movimiento rápido, retiras las sábanas. Cierras los ojos. Te convences de que tendrá un corte profundo y le habrán extraído las vísceras. Piensas en la posibilidad de encontrarte en medio de un caso de tráfico de órganos. Antes de llegar a horrorizarte, se te ocurre que a lo mejor han dejado algún órgano por fuera y que con el paso de las horas ahora estará medio disecado. Quizá incluso seas capaz de identificar de cuál se trata porque biología siempre se te ha dado bien. Eso te motiva y te asusta a partes iguales. Lengua y Literatura, en cambio, nunca han sido tu fuerte pese a que tu abuela siempre dice que eres un cuentista.

Te das cuenta de que no huele a muerto. Reconoces en el ambiente tu propio perfume mezclándose con el pedo que te acabas de cascar. Piensas que estás podrido por dentro y que a lo mejor eres tú quien se está muriendo. Decides que así es como debe oler el miedo. Te aventuras a abrir los ojos.

Su cuerpo reposa sobre la cama sin signos evidentes de muerte violenta. Tiene los dedos entrelazados sobre el pecho. Vuelves a pensar en el velatorio. Pero muy brevemente. Porque lleva un pijama de, lo que intuyes, tiernos ositos que chocan con la imagen de persona seria que te habías creado. Te planteas la posibilidad de que le haya dado un infarto: la consecuencia de una terrible y silenciosa enfermedad de herencia genética.

Si fueres creyente, te santiguarías. Desde luego que si tu abuela estuviera allí, lo habrías hecho. Pero en lugar de eso, le miras a la cara por primera vez. Cuando has entrado en la habitación y has sospechado lo que podría estar pasando, por supuesto que no te has atrevido. Sigues viendo borroso pero dirías que su expresión es plácida. Al menos es como te gustaría acabar tus días.

Sus ojos están cerrados. Piensas que te estás volviendo loco y que tu abuela tiene razón: eres un cuentista. A ti eso siempre te sienta fatal. Te cabrea aunque no se lo demuestres porque precisamente es tu abuela. Y la quieres y no te gusta llevarle la contraria.

Escuchas con atención. Buscas en el silencio un ronquido que sabes que no vas a encontrar. Tragas saliva. En ese instante en que tus oídos prestaban atención al líquido viscoso que se desplazaba hacia tu garganta, el hombre debió emitir ese ruido bronco que confirmaba su vida. Seguro que te lo has perdido y ahora la incertidumbre tiene todo el poder para seguir devorándote. Te maldices. Tienes una corazonada que te insiste en que ese cuerpo no puede estar simplemente durmiendo.

Continúa en la parte 3

martes, 17 de diciembre de 2024

El cuerpo - 1/4

Lo ves todo borroso pero identificas un cuerpo sobre la cama. Está tumbado hacia arriba. No reconoces si es hombre o mujer, pero sabes que si se ha alojado allí es porque debe tener mucha pasta. Das un paso hacia delante y te fijas en las sábanas verde pistacho que cubren el cuerpo hasta la barbilla. Bajas la cabeza. Quieres disculparte por haberle despertado, tú solo buscabas el baño. Ha sido tu primer día de trabajo y no te has atrevido a moverte de la cocina en las seis horas que ha durado tu jornada. Te convences de que debes disculparte. Quizá incluso le des pena y te deje utilizar su retrete.

Lo intentas una vez. Tu garganta está más seca que la mojama que has estado media hora emplatando. Lo vuelves a intentar. De tu boca solo escapa el aliento. Te sientes ridículo. No puedes hablar. No puedes moverte. Escuchas el latido de tu corazón. La habitación está en silencio. Levantas la cabeza. El cuerpo tampoco se mueve. Dirías que no respira, que está muerto. No ayuda ser incapaz de enfocar ningún objeto.

Rebuscas tus gafas en la mochila. No las encuentras. Juras haber metido la funda allí dentro antes de despedirte. Piensas. Palpas con la mano izquierda tu pelo. A veces las dejas ahí como si fueran las de sol. No están. Te las han robado. Seguro. Eso te pasa por comprarte unas gafas caras cuando sabes que en tu ADN está la torpeza.

Das un paso. Prácticamente no te has movido del sitio. El cuerpo sigue sin inmutarse. Avanzas cuatro pasos más, muy lentamente, esperando que en cualquier momento reaccione y tu cara se torne rojiza. Te sitúas a los pies de la cama. Casi te parece que lo estás velando. No quieres tocarlo por si descubres su piel fría. Tampoco quieres avisar a nadie porque no sabrías qué decir. O sea, tú tienes muy claro qué haces allí, pero nadie daría crédito a una explicación así. Y eso es malo. Parecería lo que no es.

La mochila se resbala de tu hombro izquierdo y cae estrepitosamente al suelo. Eso te pasa por no colgártela como es debido. Ya te lo ha dicho tu padre mil veces. Ahogas el grito de tu lamentación antes de que alcance la boca porque ya has hecho suficiente ruido. Y sin embargo, el cuerpo sobre la cama no se ha despertado. La vergüenza va mutando en nerviosismo. No puedes quedarte ahí eternamente.

Continúa con la parte 2

viernes, 13 de diciembre de 2024

El que esperaba - por última vez (2/2)

Regresa a la parte 1

La última vez que nos vimos ya era muy mayor. Yo acababa de dejar mi puesto fijo después de cinco años y numeras situaciones de maltrato y acoso laboral. Fue a su vez que recibía un email de una empresa en Lituania a la que había aplicado sin muchas esperanzas de exito. No, no había estado nunca antes, ni conocía el idioma ni a nadie residiendo allí. Era cierto que me habían hecho dos entrevistas y que me había parecido un ambiente agradable y en el que todos parecían estar dispuestos a ayudar.

Iba a comer a casa de mis padres. Me senté en un banco con las rodillas temblando y abrí el mensaje: me habían aceptado. ¿Y ahora qué? No sabía muy bien si reír, llorar, gritar o borrar el mensaje y hacer como que nunca lo hubiera recibido. El hombre se me acercó. No se llegó a sentar. Permaneció de pie y apoyó una mano sobre mi hombro, sin perder de vista el final de la calle estrecha. Aguardó en silencio y yo acabé por contarle todas mis dudas. Me dio confianza. Me escuchó pacientemente llegar a la conclusión de que debía vivir aquella experiencia. Le pregunté su nombre. Ernesto. Él ya sabía el mío.

Pasaron veintisiete meses hasta que regresé a España, comprometida у muу feliz con mi vida. Paseaba junto a Mykolas. Me detuve en el cruce de calles. No estaba. Miré más allá con cierta desesperación. Apenada. Estuvimos allí esperando un largo rato. No sé muy bien qué. ¿A él? Supongo que quería darle las gracias. Supongo que pensaba que siempre estaría ahí, esperando. ¿Ayudándome?

Quien apareció, en cambio, fue una mujer, vistiendo su misma gabardina marrón y portando la maleta de cuero. Ella era muy mayor y caminaba muy despacio. Me abrazó casi con lágrimas en los ojos y me entregó la maleta. Me pidió que no la abriera hasta regresar a Lituania.

Estuvimos hablando cerca de dos horas. Me contó que había crecido allí en el barrio junto a Ernesto. Se habían querido mucho pero ninguno de los dos se había atrevido a dar el paso. Esperaron y esperaron mientras los años y las décadas pasaban. Hasta aquel día en que le conté mi situación a Ernesto y él mismo se decidía a dejar de esperar. No pudieron disfrutar mucho tiempo juntos pues la enfermedad se le llevó tan solo un par de meses después, pero nunca podía dejar de agradecerme que yo también hubiera estado para él.

lunes, 9 de diciembre de 2024

El que esperaba - siempre (1/2)

Una vez conocí a un hombre mayor que pasaba las horas esperando junto a una farola en un cruce de calles de mi barrio. Le recuerdo ya allí desde bien pequeñita y luego mucho tiempo después de haberme independizado, cuandp regresaba de visita a la casa de papá y mamá, seguía ahí, con su gabardina marrón oscuro, sus pantalones perfectamente planchados, un jersey de lana y su maleta de cuero, de esas que ya solo se ven en las películas, en los pueblos y en el Rastro.

Nunca suelta su maleta. Si llueve utiliza un paraguas negro; en verano solo deja la gabardina y cambia el jersey por una camisa de manga corta. Y espera... con la mirada a lo lejos, pero no es una mirada perdida… es… ¿esperanzada? Solo un par de veces al año, parece más bien desilusionada. No sonríe. Tampoco se muestra triste. Su expresión se reduce a sus ojos.

Espera prácticamente inmóvil, cambiando el peso de una pierna a la otra, si acaso se aparta unos metros si hay demasiada gente por ahí, pero no pierde de vista el final de la calle estrecha.

He hablado con él tres veces. La primera vez debía tener apenas seis añitos y estaba huyendo de Hugo porque quería pegarme. Me escondí tras el señor y le pedí que me tapara con su maleta. Él tardó un rato en reaccionar y yo quise cogérsela para ocultarme. Apenas lo rocé que me chilló como si yo fuera una ladrona. Me marché llorando. El hombre también se quedó compungido con su reacción.

La segunda vez estaba en plena adolescencia y con el pavo bien subido. Había discutido con mi madre por no dejarme salir de fiesta. Estaba realmente disgustada porque todas mis amigas iban a ir a la discoteca de moda del barrio pese a que no tuviéramos edad aún para que nos dejaran entrar. Yo me hice la dormida y, en cuanto sentí que mis padres planchaban la oreja, me escapé. Eran las dos de la mañana de una fría noche invernal y yo iba en minifalda. Muy serio y autoritario me detuvo y me obligó a volver a casa. En mi inocencia y acusando las bajas temperaturas, le obedecí sin rechistar.

Fue entonces cuando me cuestioné si aquel hombre era un vagabundo o tendría hogar. Literalmente siempre estaba ahí, daba igual la hora a la que pasara. Y el caso es que siempre estaba limpio, peinado y olía bien. Tan solo… esperaba.

Continúa con la parte 2

jueves, 5 de diciembre de 2024

El último sueño

Veo un castillo… Veo tres niños jugando al escondite en los alrededores. Se acercan a unos matorrales y cogen una caja de madera. Luego se escucha un ruido y dos de los niños desaparecen. Veo cómo el tercero huye con la caja… Es un sueño que se repite casi todas las noches y… me despierto llorando.

-Lo estás haciendo muy bien. Ahora cierra los ojos e intenta concéntrarte en los detalles.

-Es… un castillo con torres rectangulares... Hay una muralla y está atardeciendo. Todo está muy bien conservado y el césped está perfectamente recortado. Pero hace un poco de frío. Diría que es primavera. No hay mucha más gente... solo los tres niños. En el castillo hay una bandera... pero no la identifico. Creo que se escucha el mar.

-Cuéntame más de los niños.

-Tendrán como unos... diez años… hay uno que tiene gafas… se parece mucho a mi amigo Ernesto… pero no puede ser porque... ¡oh! y hay otro que tiene una cicatriz en la barbilla… como mi hermano Jacobo… ¡Son ellos! Creo que es cuando estuvimos viajando por Europa. ¡El tercer niño soy yo! Nos están persiguiendo, hay al menos un hombre pero no puede verle la cara.  Llegamos a los matorrales y abro yo la caja. Hay… un reloj… el que llevo puesto ahora… Se escuchan tres disparos… Yo me he salvado… pero Ernesto y Jacobo…

-¿Y si te dijera que ese hombre soy yo y que tú ya no te has salvado?

martes, 22 de octubre de 2024

Un hombre - de noche (4/4)

Regresa a la parte 3 - por la tarde.

Un hombre bueno friega una cacerola, dos tenedores, dos tazas, dos vasos y cuatro platos. Tararea una canción popular. Seca los cacharros con un trapo y los coloca en sus correspondientes estanterías y cajones.

Un hombre amable se lava los dientes. Contempla su reflejo en el espejo. Le gustan las nuevas canas que van apareciendo en su cabello. Recuerda por un momento aquella época en que se tiñó el pelo de morado. ¿Y si volviera a hacerlo? Debería pensarlo seriamente. Sí, ¿por qué no?

Un hombre sonriente deja escapar una carcajada mientras camina a la habitación. Deshace la cama y lleva las sábanas a la lavadora. Introduce también en el electrodoméstico toda la ropa clara que saca del cesto. Deja pendiente añadir el detergente y el suavizante para cuando se levante.

Un hombre bueno pone sábanas limpias a la cama y vuelve a ponerse el pijama. Deja en el baño dos conjuntos preparados para el día siguiente: un chandal marrón para su paseo matutino y la limpieza general de la casa, y un pantalón negro con una camisa de rayas azules y rojas para ir a la compra.

Un hombre amable se pasea por toda la casa bajando las persianas. Se queda en el salón. Enciende una varilla de incienso. De joven no le gustaba nada su olor. Se dirige a una estantería con numerosos álbumes de fotografías. Pasa el dedo por las pegatinas del lomo de los libros y selecciona uno con la fecha: Agosto de 1987. Se sienta en un sillón. Disfruta de cada imagen hasta que el incienso se consume. Lo devuelve a su sitio y apaga la luz del salón.

Un hombre sonriente se acuesta. Mirando hacia la ventana, apoyado sobre el hombro derecho. Siente las sábanas frías. Se remueve en el sitio y contempla el techo. Nunca ha tenido problemas para dormir. No es que ahora los tenga, pero en las últimas semanas le lleva un rato conciliar el sueño.

El hombre bueno, amable y sonriente se gira apoyándose sobre su hombro izquierdo. Buscando su reflejo en la calidez de una mirada que ya no está. Ni volverá a estar. Suspira. No llora. La echa de menos. La echa mucho de menos. Pero ella ya no está. Y él sigue estando.

viernes, 18 de octubre de 2024

Un hombre - por la tarde (3/4)

Regresa a la parte 2 - a medio día.

Un hombre sonriente apaga la radio y enciende la televisión. Se sienta en el sofá justo al inicio de una telenovela nacional. La ve casi sin pestañear. Ni mostrar emoción alguna. No se aburre. Tampoco le entretiene. Cuando finaliza, cambia de canal y se traga la mitad de otra telenovela patria. Durante los anuncios no se mueve del sofá. Apura a leer todos los créditos, apaga la televisión y se levanta del sofá.

Un hombre bueno se sirve una taza de café y vacía el contenido de la cafetera en un tarro que guarda en la nevera. Tiene otros dos. Pequeñitos. A medias. Con eso preparará un flan de café. Puede que lo haga mañana. Hoy no le apetece. La nevera está casi vacía. Mañana también debería ir a la compra. No calienta la taza. Solo le pone un poco de leche. Se la lleva al porche y la deposita en la repisa de la ventana del garaje. Regresa al pasillo y selecciona un libro que está sin empezar. Vuelve a salir al porche y se sienta en un banco de madera. Bebe café y lee un libro de ficción histórica.

Un hombre amable ya apenas puede leer porque el sol se está ocultando. La lectura le ha resultado entretenida y la temperatura era ideal. Contempla su jardín y a un caracolillo atravesar el porche. ¿Quién sabe si va corriendo al trabajo o regresa del gimnasio?, piensa. Alza la vista: este año no han plantado nada. Él nunca ha sido muy admirador de los cultivos. Pero le entretenía. No tiene tan claro que en esta ocasión lo pueda disfrutar tanto.

Un hombre sonriente interrumpe la línea de pensamiento al escuchar el teléfono sonar. Recoge el libro y la taza y entra a la casa. Atiende la llamada. Habla con su hijo. Le visitará pronto pero todavía no sabe cuándo. A Pablito se le mueve un diente y Nuria ha aprendido a decir “papa”. “Te quiero, hijo”. Silencio. “Y yo a ti también, papá”.

Un hombre bueno revisa los mensajes que han entrado en el teléfono a lo largo del día. Los lee todos. Responde un par. Ignora la mayoría. Les contestará pero no ahora. Devuelve el libro a la estantería y mete la taza en el fregadero.

Un hombre amable abre de nuevo la nevera y saca una tartera con fiambre. Parte un par de rodajas de pan y se prepara un bocadillo. Lo deja sobre un plato y se sirve un poco de vino en un vaso. Coloca ambos recipientes sobre una bandeja de hojalata y se la lleva al salón. Extiende el mantel y enciende la cadena de música. Pone un disco de una banda independiente que descubrieron hace un par de veranos cuando estaban de vacaciones por Mallorca. 

Un hombre sonriente cena de forma pausada sin moverse del sitio hasta que acaba el disco. Realmente disfruta cada canción. Apaga la cadena de música, dobla el mantel y se lleva la bandeja de hojalata ahora con los recipientes vacíos. Deposita sobre el fregadero el vaso y el plato. Ahora hay una cacerola, dos tenedores, dos tazas, dos vasos y cuatro platos. Eso le gusta. Le enternece incluso. Ahora ya sí que puede fregar.

Continúa con la parte 4

lunes, 14 de octubre de 2024

Un hombre - a medio día (2/4)

Regresa a la parte 1 - por la mañana

Un hombre sonriente se pasea por el pueblo sin desprenderse de su actitud pese a las palabras pesarosas de todos aquellos con los que se cruza. No se detiene con ninguno de ellos. Sonríe. Como siempre lo ha hecho. Entra en una panadería. Pide una hogaza. La tendera le regala una palmera de chocolate y le da una palmadita en la espalda.

Un hombre bueno sigue andando. Un par de vecinos le obligan a pararse. Él menciona lo agradable que le resulta la subida de temperaturas, y cómo le alegra que hayan pasado ya los días fríos. Inmediatamente, a sus interlocutores se les genera un nudo en la garganta. Entonces es él quien da una palmadita en la espalda y los otros quienes continúan cabizbajos con su caminata. Unos metros más allá cuchichearan y se giraran para confirmar  que realmente era él con quién se han cruzado. Él no le da importancia, sigue caminando y se acerca hasta el río. Avanza varios kilómetros pegado a la orilla. Escucha el canto de los pájaros y sigue con la mirada a un par de truchas bajo el agua. Atraviesa cinco pueblos y cruza al otro margen por un puente de piedra. Regresa con el sol calentando intensamente su espalda.

Un hombre amable se detiene en la plaza del pueblo y le entrega la palmera de chocolate a una chica extranjera que se lo agradece emocionada. La muchacha tiene tres trabajos y va corriendo hacia el autobús. Lo cierto es que no es la primera vez que él tiene gestos similares con la joven. Ella se lo agradece aún más dadas las circunstancias y se ofrece a echarle una mano con la limpieza del jardín cuando lo necesite. Tampoco es la primera vez que ella, pese a todo, intenta tener un gesto amable con él.

Un hombre sonriente regresa a su casa. Enciende la radio y se descalza. Se escuchan las noticias a un volúmen moderado. Cuelga la chaqueta en el perchero y entra en la cocina. Abre la nevera y saca un bote de judías verdes ya preparadas. Lo vuelca en una cacerola y lo pone a calentar en la vitrocerámica. Mientras, pone el mantel en la mesa del salón.

Un hombre bueno coge una lata de sardinillas en aceite y la abre. Deja escurrir el aceite y vuelca el contenido restante en un plato. Come pan y sardinillas de pie revolviendo las judías verdes. Acaba con el primer plato y lo deja en el fregadero. Apaga el fuego y vierte el contenido de la cacerola en un nuevo plato. Se sirve un vaso de agua y lo coloca en la bandeja de hojalata junto a las humeantes alubias.

Un hombre amable come con la radio de fondo sin prestarle atención. Piensa. Con la última pinchada, recoge todo sobre la bandeja de hojalata y vuelve a la cocina. Deja un tenedor, un plato y un vaso en el fregadero.

Continúa con la parte 3 - por la tarde

jueves, 10 de octubre de 2024

Un hombre - por la mañana (1/4)

Un hombre bueno se despierta en su cama, medio encogido y apoyado sobre el hombro derecho. Son las siete y media de la mañana. No escucha el despertador porque no ha sonado. Pero está despierto. Abre los ojos y permanece inmóvil. La persiana está bajada pero se cuela algo de luz de las farolas entre las rendijas. No remolonea. Piensa. Estira las piernas. Sus pies sienten el frío de las sábanas que llevan horas sin recibir el calor de ningún cuerpo.

Un hombre amable se levanta de la cama. Pasa al baño y se afeita. Apenas le había crecido la barba pero no le gusta que rasque. Ha dejado el vestuario preparado allí la noche anterior. Sustituye su pijama por un vaquero y una camiseta verde oscuro. Le queda algo grande. Se peina. Tiene el pelo corto y algunas canas.

Un hombre sonriente llega hasta la cocina, prepara café en una cafetera italiana y mientras espera a que se haga, sube las persianas y abre las ventanas de toda la casa. Pone el mantel en la mesa del salón y enciende la radio. Siempre está sintonizado un dial de noticias. Hace años que nadie cambia de emisora. Regresa a la cocina, se sirve una taza de café, saca una magdalena casera de una bolsa de tela sobre la encimera y la sirve en un plato pequeño. Coloca ambos recipientes sobre una bandeja de hojalata. 

Un hombre bueno camina ágil con la bandeja del desayuno hasta el salón. Le molesta un poco la rodilla y la espalda. Pero no se queja. Nunca lo hace. No va al médico. Son dolores propios de la edad, argumenta. Se sienta junto a la mesa y sorbe un poco de café. No le presta atención a las noticias de la radio. No le interesan. Toma la magdalena. Está dura y seca. La muerde. La saborea como si fuera la última que fuera a comer. Se demora en cada bocado. Bebe de la taza casi con desgana. Se acaba la magdalena y suspira.

Un hombre amable recoge la taza y el plato sobre la bandeja. Dobla el mantel. Lleva la bandeja a la cocina. Deposita en el fregadero una taza y un plato. Toma unos calcetines de la habitación y se calza unas deportivas en la entradita. Se pone una chaqueta de lana. Apenas abriga. Se asegura de llevar el monedero en uno de los bolsillos. Observa la radio. No es fácil distinguir qué puede estar pensando. Suspira. Apaga la radio y sale de casa.

Continúa con la Parte 2 - A medio día

domingo, 6 de octubre de 2024

Érase una vez una chica llamada Marieta que... - 2/2

Regresa a la parte 1

Coincidieron en una optativa del segundo cuatrimestre. Se sentaron una al lado de la otra durante la primera clase y tuvieron que compartir ficha de lectura. Luego ella le propuso que comieran juntas. Marieta aceptó afirmando con la cabeza dudando de las intenciones de la chica. Se sentaron en el césped con sus respectivas bocadillos. Emma hacía algún comentario, pero ante el silencio de la otra, pasó a sonreír y darle su tiempo.

Intercambiaron teléfonos aún sin que Marieta se atreviera a presentarse formalmente. Sabían sus nombres porque el profesor había pasado lista.

En las semanas siguientes, Emma le propuso comer juntas siempre que coincidieran en el campus y Marieta aceptó. No podía negar que le estaba empezando a generar confianza. Pero tenía miedo. En cuanto a Emma, tampoco tenía amistades allí pese a su vibrante personalidad.

Fue el último día de clase cuando por fin Marieta se atrevió a recuperar su fórmula de presentación casi como una despedida que, en cambio, las volvió inseparables.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Érase una vez una chica llamada Marieta que... - 1/2

Estaba convencida de que cada vez que conocía a alguien debía presentarse con la fórmula “Érase una vez una chica llamada Marieta que un día conocía a (cualquiera que fuera el nombre del nuevo individuo)”. Así la relación llegaría a buen puerto y el cuento acabaría con un “fueron felices y comieron perdices”.

Durante la niñez fue una presentación que tenía su gracia y, además, lograba con su objetivo. Durante la adolescencia, no fueron pocos los que se burlaron de aquella forma particular de buscar amistades. Marieta no le daba importancia, es más, lo entendía como una forma de selección natural de la gente con la que no debía relacionarse.

Fue al llegar a la universidad cuando se planteó la necesidad, o estupidez, de mantener aquella fórmula. Era parte de su esencia pero hasta sus padres insistían en la urgencia de que madurara. Así que determinó simplemente no presentarse a nadie. A los ojos de los demás, era una chica tímida y ya está. Mejor eso a que la consideraran una infantil.

Hasta que conoció a Emma.

Continúa en la parte 2

sábado, 28 de septiembre de 2024

Algún hilo invisible - Asalto 3 de 3

Regresa al Asalto 2

Pasaron seis años sin hablarse. Roberto regresó a Estados Unidos y entró en un equipo de mitad de la tabla de la NBA. Se casó, tuvo dos hijas y se divorció. Se quedó con la custodia de las niñas y un prometedor contrato en la ciudad condal le trajo de vuelta a Еsраñа.

Manuel estuvo dando tumbos por varios locales como camarero antes de descubrir su vocación y decidirse a estudiar cocina. Acabó tambien en Barcelona; haciendo grandes esfuerzos por compaginar trabajo y formación pero sintiéndose de nuevo feliz con su vida.

La primera vez que Roberto le volvió a ver, se quedó muy impactado por su cambio de imagen: él que siempre había tenido barriguita y odiado el deporte, tenía ahora una figura que marcaba sus músculos por encima de la ropa. Volvía de la compra. Aceleró el paso y se ajustó la gorra confiando en que no lo hubiera visto, pero registrando mentalmente la dirección del restaurante.

Aunque Manuel aseguró no querer saber nada del otro, lo cierto era que no tardó mucho en descubrirse mirando los resultados de los partidos de su equipo en la NBA. Se planteó incluso comprarse uno de esos paquetes televisivos que permitian ver todo el deporte del otro lado del charcos. Luego se prometio tomar distancia de verdad: decidió centrarse en su formación y alejarse de todo hombre que simplemente buscara una amistad.

El día que Manuel se enteró que Roberto iba a jugar en el equipo de su misma ciudad, dudó si debía gritar de alegría o prepararse las maletas y continuar su vida a la otra punta del país.

Decidió quedarse. Pasaba muchas noches en vela y acabó por decidirse a ir a ver su próximo partido en el campo local; compró la entrada más barata en un rincón con visibilidad reducida, así quizá él no le viera... Pero no pudo resistirse a esperarle a la salida, cual fan en busca de un par de fotos y un autógrafo.

Retomaron el contacto muy paulatinamente, casi temiendo profundizar en su relación y que todo se volviera a ir al garate. Les llevó casi tres años volver a juntar sus labios.

martes, 24 de septiembre de 2024

Algún hilo invisible - Asalto 2 de 3

Regresa al Asalto 1

Con el Bachillerato se distanciaron. Casi incluso que se olvidaron el uno del otro. Roberto obtuvo una beca deportiva en Estados Unidos y Manuel se volvió frío, comprendió su orientación sexual, ligoteó con algún que otro compañero, nada serio, y decidió no escribir a Roberto si este no lo hacía primero, entendia que tenía un nuevo mundo que explorar y él solo iba a molestarle.

El deportista triunfó al otro lado del Atlantico pero perdió el contacto de Manuel, literalmente.  Con el cambio de número, se le borraron varios contactos y el chico además no tenía redes sociales. Intentó por todos los medios localizarle pero no tuvo éxito. Acabó por regresar a España al terminar los dos cursos de la beca, alegando echar de menos a su familia y haberse dado cuenta de que no se quería dedicar profesionalmente al baloncesto. Para entonces la familia de Manuel acababa de mudarse y no logró dar con nadie que tuviera su contacto o las señas exactas más allá de que estarían en algún pueblo costero del norte.

El carácter de Roberto se volvió de pronto más arisco. Eligió los estudios universitarios a boleo y solo por contentar a sus padres. No sabía definir qué le pasaba y muchos a su alrededor simplemente entendían que era parte del desequilibrio hormonal propio de la edad. Él solo se sentía vacío. Perdido.

Se reencontraron por Navidad. Roberto pidió a su familia festejar el fin de año en la costa. Ellos, preocupados por la depresión en la que parecía estar entrando su hijo, accedieron. Y quiso la casualidad, o el destino, o esa mano invisibile que se empeñaba en juntarles, que la familia eligiera precisamente el pueblo en el que vivía Manuel.

Fue al tercer día de estar allí cuando Roberto se le encontró atendiendo la barra de un bar. Manuel le reconoció según cruzó la puerta. Pasaron la noche hablando e intercambiaron contactos de nuevo. Se pusieron al día y tontearon pero sin llegar a confesarse sus sentimientos.

Pasaron a escribirse frecuentemente e incluso a llamarse un par de veces por semana. Roberto retomó el baloncesto; y Manuel, el ajedrez. Se visitaban en cuanto les surgía la minima oportunidad y acabar por reconocerse que no querían ser solo amigos, que el aprecio era admiración y que querían apoyarse el uno al otro en las alegrías y las penas.

Intentaron fervientemente mantener una relación a distancia pero no supieron hacerlo; fracasaron en mantener una comunicación afectiva donde los miedos, las dudas y las mentiras fueron ganándole terreno a su afecto. Pronto llegaron las discusiones y todo acabó en un profundo odio.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Algún hilo invisible - Asalto 1 de 3

Lo cierto era que no creían en ningún dios ni en la magia del destino, pero no podían evitar pensar que en su relación, parecía haber una mano invisible tejiéndolos un camino que siempre se entrelazaba.

Manuel y Roberto se conocían del barrio. Vivían a apenas un par de calles y coincidían en el parque desde muy pequeños. Sus madres no se hicieron mejores amigas ni sus padres quedaban para ver el fútbol, pero ocasionalmente los dos pequeños coincidían en el columpio y la fascinación por el otro, aún sin tener casi consciencia de uno mismo, estaba ya presente.

No compartieron guardería ni escuela infantil, pero estuvieron en la misma clase durante toda la Primaria. Todavía entonces tampoco forjaron una amistad estrecha. Sentían, eso sí, un apego especial que, a su vez, trataban de evitar. No por nada en concreto, sino como resultado de una novedosa timidez que les llevaba a observarse y a dudar si debían dirigirse la palabra.

Luego en Secundaria, a Manuel le inscribieron en un Instituto Bilingue a las afueras. Perdieron el contacto durante el primer curso para descubrirse al siguiente verano haciendo el mismo campamento en Pirineos. Fue allí, lejos de su rutina, cuando empezaron a valorarse mutuamente, a ruborizarse con los halagos del otro y a reconocer que se caían especialmente bien. Intercambiaron números de teléfono y empezaron a invitarse mutuamente a las quedadas de sus respectivos grupos de amigos. Manuel procuraba no perderse ningún partido del equipo de baloncesto de Roberto y éste estaba siempre pendiente de las competiciones de ajedrez del otro.

Todo desde la más absoluta formalidad y evitando quedarse a solas porque no sabían poner en palabras lo que su corazón les gritaba cada noche.

 Continúa con el Asalto 2

lunes, 16 de septiembre de 2024

Hermanos - 2/2

Regresa a la parte 1

Fue con la cercanía del cuarto aniversario del fallecimiento de sus padres que tanto David como Gloria, se propusieron a sí mismos reconducir la situación. David propuso encargarse de la comida para los dos y, en su primer intento, casi la mata: preparó un plato con almendras y ella era alérgica a los frutos secos. Se disculpó y tomó distancia de nuevo.

Gloria optó por dejarle el café preparado por la mañana y un post-it con algún comentario. David se animó a proponerla ver juntos una peli los jueves por la noche. Ambos se estaban esforzando pero no parecían capaces de terminar de naturalizar su relación. Gloria pensaba que era cuestión de tiempo y debía tener paciencia. David dudaba que, sin sus padres, pudieran recomponerse.

Y entonces sucedió, el día de antes del aniversario David se levantó con una idea muy clara que, para su sorpresa, justo su hermana había escrito en el post-it junto al café matutino.

No habían vuelto al cementerio desde el entierro. Entraron en el recinto agarrados de la mano y con un ramo de flores cada uno. Caminaron en silencio. Depositaron las flores sobre la tumba y lloraron abrazados. Fue en ese momento cuando consiguieron reconectar y no volvieron a distanciarse nunca más.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Hermanos - 1/2

Hacía tres años que sus padres habían fallecido en un accidente de tráfico y, quedando aún parte de la hipoteca por pagar, Gloria y David habían decidido reconvertir el despacho y el dormitorio de sus padres en sendas habitaciones para alquilarlas a estudiantes. Y así, ellos mismos se habían convertido prácticamente en dos desconocidos. Había incluso algún inquilino que no llegaba a saber del vínculo que les unía.

David comprendió cuál era el estado de su relación un 27 de Enero, una semana después del cumpleaños de su hermana: no la había felicitado, aún menos la había agasajado con un pequeño detalle ni la había animado a soplar las velas de una magdalena como pastel de celebración. Habían tenido siempre un trato muy cercano y, en la pérdida, se habían olvidado también el uno del otro. Lo cierto era que tampoco tenía claro cómo reconducir la situación. Se sentía muy avergonzado.

Gloria fue consciente del despiste de su hermano sobre su cumpleaños. Se cruzaron en el desayuno, a media mañana en el baño, en las escaleras justo después de comer y de nuevo en la cocina a la hora de la cena. Intercambiaron un par de palabras pero no llegó la felicitación. En verdad tampoco le importó. No le dio mayor relevancia. Ella misma había pasado por el día como si de cualquier otra jornada se tratara. Solo que la ausencia de sus padres cada vez le pesaba más en lugar de irse mitigando.

David se mantuvo tenso durante sus siguientes encuentros. Gloria se volvió aún más fría con él, y sucedió lo que prácticamente nunca había pasado entre ellos: llegaron las discusiones eternas y los gritos como única fórmula de comunicación.

Continúa con la parte 2 

domingo, 8 de septiembre de 2024

La nueva casa - 3/3

Regresa a la parte 2

De haber podido ver su cara, estaba convencida de que sonreiría satisfecho de que por fin le hubieran descubierto. Ella, en cambio, temblaba. Observó cómo lentamente la sombra se desplazaba hasta situarse a un escaso metro suyo. Se apoyó en la pared y dejó que su espalda la deslizara hasta el suelo. No era que sintiera miedo.

Sospechaba cuál era la identidad del fantasma. Desde que se había mudado sentía un olor particular merodeando la casa. No recordaba haberlo sentido la primera vez que visitó la casa. En cualquier caso, le agradaba y le recordaba a él. La primera noche durmiendo allí, le había escrito un largo mensaje diciéndole básicamente que le echaba mucho de menos y le apetecía quedar un día.

No había obtenido respuesta. Tampoco le había resultado tan extraño: a veces pasaba largas temporadas incomunicado, y en el fondo, le sentía muy cerca; estaban acostumbrados a las largas distancias aunque pudiera apenarles. Pero ahora se sentia tremendamente abrumada.

La sombra se sentó a su lado, en silencio. ¿Podría acaso comunicarse con ella verbalmente? ¿Por qué había aparecido en su casa? ¿Significaba eso que…? Lo cierto era que aquellos días lo había sentido más cerca que nunca. Mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla, vio cómo la sombra extendía su brazo. Fue muy sutil pero muy cálido, una caricia suave que, de alguna manera, la insuflaba energía. Permanecieron así por más de media hora. Entonces sonó el teléfono y le dieron una noticia de la que en realidad solo le faltaban los detalles: su coche llevaba una semana desaparecido y lo acababan de encontrar en un terreno escarpado de alta montaña. Su cuerpo aún no lo habían encontrado y no había muchas esperanzas de hacerlo.

La sombra permaneció con ella un tiempo, la ayudaba con ciertas tareas de casa y, sobre todo, la abrazaba cada noche. Solo cuando ella, retomó la capacidad de controlar su rutina, fue tomando distancia. Aparecía cuando estaba triste y la observaba orgulloso desde las esquinas cuando la sabía feliz. Nunca dejaron de tenerse presente.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

La nueva casa - 2/3

Regresa a la Parte 1

Permaneció inmóvil en una esquina de la ducha, deseando ferozmente que hubiera sido producto de su imaginación aún adormilada. Que en lugar de una sombra como proyección de un cuerpo al pasar por delante de un foco de luz, podía haber sido su propio reflejo en los cristales de la mampara ¿no? O un mechón de pelo rebelde creando figuras incongruentes en alianza con las legañas, ¿puede ser?

Apretaba los puños, expectante, dubitativa, con todos sus sentidos alerta. Hubiera side capaz de escuchar a una oruga arrastrarse por la tierra húmeda de su monstera de la cocina. ¿Y si chillaba? Sería una señal ineludible de que estaba en peligro. ¿Y qué? ¿Iba a conseguir despertar a alguno de sus vecinos, quien, obviamente, tiraría la puerta de una patada y la rescataría sin que a todo ello la sombra hiciera nada? No, no tenía ningún sentido; sus vecinos eran ancianos y medio sordos. ¡Ay, no, y que la vieran desunda? Quita, quita, nada de berrear.

Echó el everpo hacia delante en un intento por ver más allá de los límites de la ducha sin querer perder su posición de defensa. No vio nada. Avanzó medio paso más. Ni que, efectivamente, fuera a tener allí dentro una gran defensa. ¡Espera! ¿y si ponía el agua muy caliente y abrasaba a su invasor? Podría aprovechar para despistarle, ponerse una toalla y salir corriendo del edificio. Eso suponiendo que se acercara a ella porque la manguera no es kilométrica. Por no hablar de que encharcaría el suelo y vete tú a saber si no se deshace y acaba en el piso de abajo, que, de nuevo, muy barato el alquiler porque los materiales son lo que son. O también podía ser que precisamente el precio se debiera al regalito de compartir piso con la dichosa sombra.

Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Acababa de escuchar la tostadora? ¿En serio le estaba preparando el desayuno? A ver, si no iban a compartir gastos pero al menos se encargaba de la cocina, pues a lo mejor le podía resultar un acuerdo provechoso.

Dio un paso más у se pegó a la mampara, que había comenzado a empañarse. Como a quien fuera que estuviera allí se le ocurriera imitar su gesto como si fuera un espejo, le daría un infarto de seguro. Pero no, siguió sin pasar nada, tan solo podía dejarse llevar por el delicioso olor a croissant recién hecho. ¿Se lo dejaría ya relleno de mermelada también? Ah, no, eso era imposible, también debía ir a comprarlo! A no ser, que además del desayuno, se hubiera pasado por el supermercado durante la noche.

Abrió la mampara con renovada motivación. Nunca habia convivido con una pareja pero sospechaba que podía ser algo así. Se envolvió en una toalla y se puso las chanclas. Fue hasta la cocina. Sí, el café recién hecho y la tostadera fuera de su armario y enchufada. Sonrió con cierta timidez. No obstante, la mueca se desvaneció al llegar al salón: sobre la mesa reposaba una taza ya vacía y un plato con varias migas de hojaldre, pero frente a la silla, no había nadie, sino en el suelo; literalmente, se dibujala una silueta con forma de cuerpo humano come si allí estuviera sentada, solo que solo era eso, una sombra.

Próximamente la parte 3

sábado, 31 de agosto de 2024

La nueva casa - 1/3

Las cajas de la mudanza todavía seguían intactas en una esquina del salón. Había sacado lo más básico y lo demás lo mantenía apilado como si esperara otra mudanza de forma inminente. Solo que no era así. Le gustaba su nuevo hogar. Hogar. Solo la disgustaba no saber a dónde habían ido a parar los últimos cd's de jazz que había comprado. Estaba segura de que la caja en la que los había metido no se había perdido por el camino; era donde estaba el jarrón de su prima que ahora ya decoraba la mesilla del salón.

La alarma del móvil saltó a las seis y cuarenta y nueve. Sonó insistentemente porque estaba muy a gusto entre el cuarto y el quinto sueño. Las sábanas fueron retiradas lentamente. El contacto con la temperatura ambiente la desperezó de golpe. Saltó de la cama y fue directa al baño sin atinar siquiera a apagar el despertador. Dejó de sonar igualmente.

El edificio era antiguo pero estaba recién reformado. Su tercero sin ascensor tampoco era un problema para su juventud. Era una buhardilla sin más vecinos en su planta. Amplio, luminoso, relativamente barato para los precios de la zona. Todo ventajas.

Que la estuvieran timando y las paredes estuvieras recubiertas de plástico para que se le cayeran encima según pasaran un par de días, era un pensamiento recurrente. Pero apenas tenía tiempo para recrearse en ello.

El agua caliente se deslizaba sobre su piel. Repasó mentalmente la agenda del día y tomó nota de la urgencia de hacer un hueco en su ya apretada planificación para pasarse por el supermercado y dejar de estirar las dos gotas de gel que le quedaban desde hacía una semana.

La cafetera se encendió. Sola. No, eso no es posible. Aunque ella desde luego que no la encendió. Ni tampoco lo había hecho en los últimos tres días. Cuando lo descubría, se convencía de haberlo hecho adormilada.

Cerró el grifo. La puerta del baño estaba entreabierta. Vio la sombra pasar de izquierda a derecha. De la cocina a su cuarto. Un cuerpo. O quizá solo alguna rama inoportuna. O una sábana escapando del tenderete de algún otro edificio. Rió sonoramente. Entre nerviosa y divertida. Seguía desnuda y con el pelo aún chorreando.

Continúa en la Parte 2

martes, 27 de agosto de 2024

Hablar por no hablar

Lo de aquella chica iba más allá del popular “hablar por los codos” y del “no callarse ni debajo del agua”. Aparecía por el polideportivo a eso de las once de la mañana, por lo visto después de haber estado a primera hora en la Escuela Oficial de Idiomas. No había dejado aún muy claro si como alumna o solo como espacio para practicar el parloteo en general.

Al llegar al centro, conversaba con el encargado de recepción hasta el cambio de turno a las doce y cuarto. Aseguraba siempre no ser consciente del tiempo que llevaba allí dándole a la sinhueso. Le daba igual quien estuviera atendiendo a los clientes, la muchacha hablaba con el encargado, y con los clientes, sin que pareciera llegar a importarla aquellos que la respondían de forma más borde.

Luega se subia a la sala de musculación. No tenía preferencia por ninguna máquina. Ni por ningún entrenador. Comenzaba a ejercitarse y aprovechaba eI momento en que alguno de los trabajadores quedaba libre, para llamar su atención y pedirle consejo. Pero lo cierto era que se trataba solo de una excusa раrа entablar diálogo más allá del deporte. Daba igual el tema, tenía opinión sobre cualquier tema y estaba bastante al día de las noticias.

Hacia las dos de la tarde decidía que ya llevaba bastante tiempo allí y había sudado lo suficiente. Aunque no se apreciara. Entonces bajaba al vestuario, se entretenía un rato con el movil, pero sin desaprovechar la oportunidad de cascar con quien estuviera por allí, que, no obstante, no eran muchos a esas horas.

Para cuando se decidía a entrar en la piscina eran cerca de las cuatro de la tarde. Nadar, lo que era nadar, tampoco es que lo hiciera mucho. Si no era el socorrista, era algún instructor y sino  entretenia un rato a otros nadadores. Lo cierto era que los habituales en aquel horario ya se habían acostumbrado a su presencia, algunos con el ánimo de evitarla, otros, sobre todo ancianos, con un interés propio en compartir unos minutos de conversación.

Unas dos horas más tarde y apenas cinco o seis largos sobre sus hombros, salía del agua para enjabonarse lentamente en las duchas del vestuario, consultar otra larga media hora su móvil, vestirse con la mayor de las calmas y, por fin, a eso de las siete y media, pasarse un ratillo más en recepción, antes de abandonar el polideportivo.

Apenas comía durante el día pese a que no tenía precisamente una figura esbelta. Era, sin embargo, cuando llegaba a su casa, que zampaba sin conciencia todo lo que cayera en sus manos.

Se demoraba todo lo que podía, eso sí, en pisar su edificio. Caminaba cerca de una hora. En ese trayecto no hablaba con nadie. Hubo un tiempo en que lo intentó, pero los viandantes de ciudad suelen ir deprisa y sin ánimo de chachara. Por el contrario, según pisaba el portal, aceleraba el paso, cruzaba casi corriendo el pasillo de su piso y cerraba con llave su habitación. Solía ponerse los auriculares con la música muy alta. No le agradaba mucho pero se había acostumbrado. Así no podía oir lo que sucedía más allá de sus cuatro paredes.

viernes, 23 de agosto de 2024

Al otro lado de la galaxia

Era como estar frente a un espejo, pero sin que hubiera fisicamente ningún cristal. Para cualquier otro visitante de la biblioteca, resultaría evidente, por su parecido, que en aquella mesa estudiaban dos hermanas gemelas. Sin embargo, ellas hacía apenas unos días que se conocían.

No, no eran adoptadas. No, sus padres no habían tenido aventuras extramatrimoniales. Sí, conocían el tópico literario denominado sosias. Pero el parecido físico entre ellas era extremo, por no hablar de que compartían alergias, cicatrices y estancias en el hospital. A nivel de carácter sí que eran diferentes. Complementarias, más bien; mientras que Gaia era tímida, Iria tenía una capacidad innata pera socializar; la primera disfrutaba de los deportes y la segunda prefería salir de fiesta por la ciudad; donde la una aprovechaba cada minutos para quedarse sola, la otra optaba por estar siempre acompañada. En lo que ambas estaban de acuerdo era en que su encuentro no podía ser solo una casualidad. Sentían que, de alguna manera, se estaban atrayendo la una a la otra.

Iria estudiaba Ciencias políticas en una Universidad a Distancia. Estaba acostumbrada a hacerlo en bibliotecas, pero solía acudir  a otra más cercana a su casa. En las últimas semanas había habido más gente de lo habitual y habia optado por buscar otro lugar. Tampoco era la primera vez que cambiaba de espacio de estudio. Le gustaba investigar otros edificios. No podía negar un componente curioso en su personalidad.

Gaia estaba acabando Ingeniería Aeroespacial. Solía hincar codos en su propia habitación pero cada vez le resultaba mas fácil despistarse y había querido probar en un entorno diferente, eso sí, literalmente a dos minutos de su casa. No podía negar cierto componente vago en su personalidad.

Se observaban por el rabillo del ojo mientras hacían como que estaban concentradas en sus apuntes. Apenas habían intercambiado un par de palabras en persona pero por las noches se escribían por mensajería instantánea durante horas.

Si bien era cierto que no compartían mucho más que su apariencia física en La Tierra, lo cierto era que sí compartían una carga genética común y que estaban destinadas a reencontrarse tal y como decía una leyenda al otro lado de la galaxia.

lunes, 19 de agosto de 2024

La parejita

Sonreía tontamente mientras se afanaba en barrer hojas secas y cigarrillos en la Plaza de España. Se llamaba Miguel y su rostro evidenciaba su juventud; rozando la veintena, hacía ya tiempo que había decidido dejar de estudiar: no se le daba bien, no era lo suyo. Acumulaba un  largo currículo resultado de cubrir vacaciones y bajas médicas más que por el descontento de sus jefes.

Ella también sonreía tontamente mientras salía de una tienda de ropa de la calle Serrano. Con altos tacones y minifalda, Sonia paseaba su veintena evidenciando el poder adquisitivo de su familia. No había trabajado nunca y no tenía intención de hacerlo, pero cumplía con el mandato de su padre de sacarse una carrera y el planteamiento de cursar después un master en el extranjero.

Miguel vertió varias papeleras en el cubo de basura de su carro y comprobó la hora en su móvil: le quedaban solo cinco minutos para acabar su turno, tiempo justo para regresar a su edificio. Antes de guardar el teléfono, aprovechó para abrir el chat y mandarla un par de emoticonos.

Sonia guardó las bolsas en el maletero de su coche y le indicó al chofer que ya podían irse. Se sentó y comprobó la hora en su móvil. Sin embargo, no le llegó a prestar atención al reloj sino al par de mensajes que acababa de recibir. Respondió con otro emoticono y un gif.

Miguel se despojó de su uniforme y se dio una ducha rápida de agua fría. Se perfumó concienzudamente y se vistió deprisa. Bajó a la calle y fue directo al metro. No solía utilizar ese medio de transporte sino que prefería ir andando a cualquier parte, pero iba un poco apurado y lo último que quería era tener que correr y llegar sudando y colorado.

Sonia se retocó el maquillaje mientras le indicaba al chofer que dejara el coche en un parking y se fuera a dar un paseo, ya le avisaría cuando necesitara volver a casa.

Miguel y Sonia llevaban dos meses hablando por mensajería instantánea y se habían jurado ya amor eterno. Estaban a punto de encontrarse en las inmediaciones del Palacio Real. Era la primera vez que se iban a ver en persona.

viernes, 16 de agosto de 2024

Ventana con vistas. Bueno, ya no tantas - Los posdata

Puedes leer la carta aquí.

P.D.: Ya podíais haber comprado unas cortinas con un poco más de gracia, no sé, con unos dibujitos y un poco de color, no amarillas sin más, ¡cutres!, que sois unos cutres, ¿cómo se os ocurre colgarla por fuera de un clavito como si fuera un cuadro?

P.D.2: Disculpad si en algún momento me he excedido en el tono de mi discurso, os he cogido mucho cariño y esta situación me enerva fuertemente.

P.D.3: Considerad al menos la posibilidad de dejarlas levantadas un par de horitas durante la noche, así al menos me quito el disgusto este tan grande que tengo. ¿O es que no significan nada para vosotros los sentimientos de una vecina de enfrente?

P.D.4: Porque espero que no os hayáis vuelto a ir de vacaciones y os olvidarais de mí de nuevo, que una cosa es no habernos presentado formalmente, y otra muy distinta, que haya tenido que pasar un аñо y medio de convivencia para que os dierais cuenta que he estado ahí en mi ventana todo el tiempo. Ahora no me podéis abandonar, tenéis una responsabilidad para conmigo.


P.D.5.: ¿Os habían escrito antes una carta? Estoy convencida de que en vuestra generación - que sospecho es bastante cercana a la mía-, eso no se lleva, pero es sin duda un gesto cariñoso que os aconsejaría que tuvierais en cuenta.

Buenas tardes.

O noches.

O días.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Ventana con vistas. Bueno, ya no tantas - La carta

Estimados vecinos de enfrente,

(bueno, ya no tan estimados porque me tenéis muy disgustada. Así que vuelvo a empezar).

Hola.

Os envío la presente misiva con ánimo de mostrar mi enfado - por decirlo de forma suave - ante las decisiones que habéis tomado recientemente. Estaba convencida de que había una confianza mutua. Pero veo que no.

No puedo comprender esta forma tan ruin que habéis tenido de apartarme de vuestra vida. ¿Por qué? ¿Qué he hecho? ¿Qué no he hecho? Os he acompañado en la redecoración del piso; os he apoyado cuando colocasteis las lámparas - y eso que no me hicisteis ni caso cuando os aconsejé, pero bueno, esto solo es otra gota más-, he estado ahí cuando recibisteis a vuestros primeros invitados, en la visita de vuestros padres y en la última reunión de amigos; no me pierdo ni una de vuestras cenas e incluso me quedo cuando os ponéis alguna serie en el móvil - que chicos, ya podíais invertir en una tele, que me estoy dejando la vista, y vosotros también. Y ahora reflexionad conmigo, ¿en serio me merezco este desplante?

Es que ya me venía yo rumiando que aquí estaba pasando algo. El mes pasado os habéis ido diez días de vacaciones... ¡y no me habéis avisado! He estado muy preocupada. Que mi marido me decía que seguramente os hubiérais casado y estabais de luna de miel. Pero yo tengo ahí una corazonada, un instinto femenino, que me dice que no, que no se trata de eso. Y es que no me parece nada justo cuando he sido precisamente yo - YO-, la que se tuvo que tragar hace dos años toda la reforma del piso, ¡que se nos está olvidando eso!

Ahora ya es que no me puedo callar y os va a tocar sentiros culpables un ratito. El colmo de los colmos ha sido el tema de las cortinas. Mirad, que yo puedo entender lo de la persiana en la habitación para que tengáis vuestros ratitos de intimidad, pero que pusierais cortinas en el salón, eso sí que no. No, por ahí no paso. ¿Qué voy a hacer yo ahora, eh? A ver si es que me voy a tener que conformar con ver el atardecer y ya. Eso lo puedo hacer desde cualquier otro lugar, pero en mi casa, pues es mucho mejor estar controlando qué hacéis o qué dejáis de hacer. Es que está muy bien pensar en uno mismo, pero no hay que ser tan egoísta. ¡Que es que además, lleváis dos semanas que no levantáis las cortinas ni un milímetro! Y yo estoy ya que me subo por las paredes sin saber nada de vosotros.

En definitiva, os ruego encarecidamente que reconsideréis vuestra posición de ocultarme el salón por el bien de la comunidad. De lo contrario, que caiga sobre vuestra conciencia el peso de mi delirio.

Atentamente,

Yo.

(A ver si os pensabais que no os la tenía guardada: si a vosotros no se os ha ocurrido presentaros aún formalmente después de año y medio de convivencia, no voy a ser yo quien os diga mi nombre).

Puedes leer Los posdatas aquí.

lunes, 12 de agosto de 2024

Quiero pensar

Hace algunos días que las horas pasan a otro ritmo, que hay algo diferente y que todo sigue igual.

Quiero pensar en todos tus reencuentros, en cómo habrá sido volver a abrazar a tus padres, a la tía Lola, y a otra tanta gente que hace ya tiempo que no podías mirar a los ojos. Pienso que conectarías al yayo Lili con el otro Pedro y que juntos, hablaríais de lo de aquí y lo de más allá. Ahora mis tres abuelos estáis juntos. Pienso en tus amigos de la fábrica y en tus primeros años en Villatobas. Creo que serán momentos emotivos y felices.

Quiero pensar que nos estarás vigilando; que nos regañarás cada vez que digamos una palabrota y que estarás pendiente de que la abuela nos de la propina como tú venías haciendo.  Pienso que insistirás en que comamos un poco más y que todavía nos tiene que quedar hueco para un heladito. Imagino que seguirás rebuscando caramelos en los bolsillos del pantalón y que tendrás siempre cerca tu chato de agua; que mantendrás tus paseos ataviado con la gorra y con las manos a la espalda; que insistirás en la importancia de lavarse las manos y que no dejarás de ayudar a todos los que te rodean sin perder tu sonrisa.

Quiero pensar que me seguirás acompañando a la estación por las noches para que no me pase nada malo; que vendrás al estreno de mis obras de teatro y que no te enterarás mucho del argumento, pero que aplaudirás como el que más. Quiero pensar que vendrás a mi boda y estarás en el nacimiento de mis hijos, que también les acompañarás en sus primeros pasos como hiciste conmigo.

Quiero pensar que te dijimos suficientes veces te quiero y que sigues sintiendo todo nuestro cariño.

sábado, 3 de agosto de 2024

Un tipo corriente - 2/2

Regresa a la Parte 1

Su obsesión por tener algo que contar de su vida más allá de que todo le iba bien, creció tras disfrutar de su etapa universitaria: daba igual cómo de nervioso hiciera las entrevistas, lograba el trabajo; daba igual que la empresa cerrara, al día siguiente tenía una nueva oferta. Pero es que además, era feliz con su novia del instituto y no tardaron en independizarse y en conseguir, ademas, un buen piso a un precio razonable, tras lo cual llegó, por supuesto, un preciosa boda y dos retoños: el niño y la niña perfectamente sanos.

No había forma: la felicidad acababa por colmar, de unas formas o de otras, sus mañanas, sus atardeceres y hasta sus fines de semana. Pero si hasta hubo una temporada en que confió en que la desesperación acabara por llevarle a un estado de ansiedad tan grave que se viera avocado a dinamitarlo todo y acabar viviendo bajo un puente.

Ya de adulto, se planteó robar en grandes tiendas y en pequeños comercios, se había incluso presentado en comisaría con intención de declarse culpable de un asesinato que era mentira, para que, al menos, le multaran por falso testimonio; pero es que cuando lo iba a intentar, sucedía algo muy grande a su alrededor que le impedía empezar su plan malvado diseñado exclusivamente para acabar con su buena suerte.

¡Ni siquiera podía decir que había sido testigo, mucho menos víctima, de un terremoto o de un atentado! Tal era su enfado, que su pensamiento trataba de enredarse en esas crudas situaciones. Pero eran sentimientos de un par de segundos, enseguida regresaba su buen humor.

Se llegó a plantear incluso que fuera un extraterrestre sobre el que no funcionaban de igual manera las normas emocionales, o que fuera un ser mágico protegido por centenares de ángeles de la guarda. Le gustaba esa posibilidad y de vez en cuando creía ver  pequeños destellos sobre sus brazos. Claro que no descartaba estar empezando a tener problemas mentales.

Y entonces se reencontró con aquel chaval del campamento que le auguró una mala vida siendo tan perfecto. El chico desde luego que no había crecido en un entorno saludable y tenía bastante mala suerte, pero tampoco había tomado buenas decisiones y su actitud frente a cualquier acontecimiento, era siempre derrotista. Fue ese simple golpe de realidad el que le hizo olvidar su desesperación y sonreírle, por supuesto, al echo de ser un tipo corriente. Completamente normal.

martes, 30 de julio de 2024

Un tipo corriente - 1/2

Estaba desesperado. Completamente encolerizado. ¿Cómo podía ser que tuviera tantísima buena suerte?

Hasta los catorce se había sentido feliz y, obviamente, no se había cuestionado otra forma de vida: su infancia había sido muy agradable, en un hogar estable y con unos padres amorosos, con vacaciones en la playa en verano y escapadas a la montaña en invierno, con unos abuelos saludables y una hermana pequeña por la que sentir un gran afecto y nada de envidia, de notas sobresalientes sin tener que renunciar al ocio ni a sus hobbies, apoyado por un amplio grupo de amigos que jamás pensarían siquiera en burlarse de él. Había sido un niño feliz. Alegre. Completamente dichoso.

Y entonces llegó un día estando de campamento, en que uno de los chavales de su cabaña le aseguró que, siendo tan perfecto, no llegaría a ningún lado. Al principio, no le escuchó, pero fue tal su insistencia, que empezó por dudar y acabó incluso por creérselo. A partir de ese momento, se propuso cambiar la situación con toda su energía y se esforzó durante todo el verano en provocar un accidente: que si caerse de la bici, salir por la noche sin linterna, ir de excusión a lugares desconocidos y escarpados… Pero no hubo manera de deshacerse de su buena suerte: la bici fue directa al basurero pero él no sufrió ni un rasguño; la luna brilló tanto por las noches o más que cualquier farola del pueblo, por no hablar de la contaminación lumínica; y la montaña se llenó de senderistas haciendo que, de una forma o de otra, siempre estuviera acompañado en sus escapadas y apenas tuviera oportunidad de perderse.

La impaciencia fue abriéndose paso durante el siguiente curso, pero su situación, ya no es que empeorara, si no que iba mejorando considerablemente: sin apenas estudiar lograba notas altas e incluso le concedieron una beca para irse extranjero; por no hablar de que, casi sin darse cuenta, se había echado novia; o que, mientras sus compañeros iban sucumbiendo a los cambios emocionales propios de la adolescencia, en él solo se podía apreciar, muy de vez en cuando, un cierto enfado porque todo le saliera tan bien; no había propósito que se le desviara del camino al éxito. ¿No lo había?

Continúa con la Parte 2

sábado, 27 de julio de 2024

Carlitos y el GRAN PLAN

No hubo mejor momento para que se le estropeara el aire acondicionado que en plena sucesión de olas de calor. Que a ver, para estas cosas no es que haya un momento idóneo, pero Carlitos, con sus cincuenta y tres años y obligado a pasarse el verano en la capital, se le antojaba un terrible capricho de su mala suerte. O una travesura de muy mal gusto de alguno de sus queridos vecinos. El caso es que, lo razonara como quisiera razonarlo, en el fondo, no le quedaba más remedio que confiar en que se lo arreglaran pronto. Pero vamos, que ya le habían advertido que al menos pasaría una semana hasta que pudiera acudir un técnico.

Y Carlitos, que con su gracia y su salero se comía el mundo entero, no es que pudiera decirse que tenía tantas amistades, o al menos no tan sólidas, como para permitirse pasarse la semana de casa en casa como un refugiado climático. Quita, quita, que eso suena a demasiada socialización.

Descartó así también la opción de las piscinas municipales: demasiada gente y demasiados críos pegando voces y correteando de aquí para allá. Y sobre las privadas... pues es que a ver… él en realidad... lo de nadar… como que no mucho... ¡sabe no ahogarse!, eso sea dicho… y pues es que eso a él ya le parece un buen logro... Total, que pagar por no ahogarse como que se le antojaba una cosa innecesaria.

Pasó a considerar las bibliotecas… ¡y una mierda! ¿Qué iba a hacer él, acostumbrado a leer exclusivamente por necesidad? Pues a ver en todo caso le podía dedicar un ratillo a algún periódico, y luego otro ratejo a deambular por los pasillos… ¿Y luego qué? ¿Ver una peliculita del oeste? Que no, que no, todo eso le sonaba más bien a propósitos para un jubilado; y oye, que no es que no hubiera fantaseado con ese momento, pero no era cuestión de adelantar acontecimientos.

Si es que además él era un hombre de acción, necesitaba un propósito mayor. Bueno, venga vale, puede que no le apasionara tanto el movimiento, pero nadie le podía echar en cara que tuviera un interés real en buscar una motivación.

Fue visitando a su tía Benigna cuando le llegó el GRAN PLAN. La tía Benigna estaba en una residencia cara del centro de la capital a la que le costaba dios y ayuda llegar en coche y encontrar un aparcamiento sin desesperarse.

La anciana le tenía un cariño especial a Carlitos y le subvencionaba buena parte de sus gastos, así que el muchacho - como le llamaba ella-, bueno, ya no tan muchacho - que contestaba él-, la visitaba con relativa frecuencia. Total, que viviendo él a las afueras de la capital, que es donde pudo permitirse su pisito de soltero - y en el que sigue a día de hoy- , tenía que tomar el tren y hacer hasta tres transbordos en el metro.

Fue así como surgió el GRAN PLAN: explorar todas y cada una de las estaciones que conforman el entramado ferroviario de la capital. A ver, que sí, que podía tener (algo más) de mala suerte y cocerse igualmente, pero la solución era tan sencilla como meterse un ratito en un vagón y salir en otra parada o regresar más tarde. El tema de la acumulación de gente… no era tan relevante ya. No tendría ninguna urgencia para completar su misión y podía moverse con libertad gracias al abono (uno de los gastos que puntualmente le pagaba la tía Benigna). Empezaría por el Metro y después pasaría al Cercanías. Incluso, dependiendo de cómo se le diera, pasaría a explorar las líneas de autobuses. Era tal su emoción, que valoraba adoptar el GRAN PLAN más allá de la avería del aparato de su aire acondicionado.

A ver, que sí, bien visto pues podría decirse que también era una actividad más propia de su jubilación, pero bueno, oye, que luego la vida no sabes por dónde te va a llevar, pensaba Carlitos, y él al menos podía ir ya marcando ese tic en la lista (real) de sus tareas para los días de retiro laboral.

Y así, feliz y contento, pero con ánimo de seguir un orden, Carlitos se levantó a las seis y media de la mañana del día posterior a la avería, y se dirigió al inicio de la línea 1 de Metro para comenzar con su GRAN PLAN.